miércoles, 14 de abril de 2010

Necesidades: En cualquier pueblo.

Describo cómo hago garabatos:“Que sepas que he comenzado pero no tengo ni idea de lo que voy a plasmar en estas líneas”

Se ha sentado en el muro, todas la tardes lo hace, y media hora después Manuel seguirá allí, como si mantuviese una conversación íntima con el sol que se oculta o con el mar embravecido. Por eso tiene la piel morena, de tanto mirar la luz. Otras veces está en la plaza, sobre un banco, se dedica a saludar a los árboles, él ve el mundo con otros ojos. Nunca pierde la sonrisa.

Por las mañanas se planta en el taller de Paco, “Hoy has venido más tarde Manuel, estás hecho un dormilón”, se lo dice cariñosamente. Paco podría haber sido maestro o médico, ¡ay! Paco si hubieses nacido en otra época. Pero Paco te arregla el coche, la moto, el tractor, el cortacésped, todo lo que tenga motor y ruedas vuelve a la vida en sus manos, hasta Manuel cobra vida a su lado. Algunas veces le da a Manuel una radio vieja o un motor sin esperanza, “Anda arréglame esto”, y vuelve a su trabajo. Así estará ocupado unas dos horas, quitando tornillos y tuercas hasta dejarla convertida en pequeñas partes, las mirará y las volverá a juntar, volviendo el artilugio a ser una unidad. Al terminar se siente satisfecho y se la llevará a Paco. “Muy bien Manuel, la has dejado como nueva”, le dice mientras le suelta dos euros en la mano y unas palmaditas en el hombro. Manuel se pone contento, el tic nervioso se acentúa. Nunca pierde la sonrisa.

Cuando hay fiestas en el pueblo se coloca junto a los músicos, al lado de los bafles, posa su mano sobre ellos. Siente las vibraciones de la música, ve a la gente bailando, el suelo también vibra, sus corazones laten más deprisa. Manuel, callado, percibe al pueblo entero, piezas pequeñitas que se confunden en una, bromas, chistes, canciones, alegría. Ya pasadas las tres de la mañana la música deja de sonar y Manuel se aparta del escenario poniendo rumbo a casa. En el camino los chavales llenos de alcohol le gritan “¡Mongolo!, ¿me arreglas el pito?”.

Nunca pierdas la sonrisa.

9 comentarios:

Miguel dijo...

¡Qué relato más tierno! bellas palabras para un ser entrañable.

Un beso.

Recuerdos perdidos dijo...

Miguel, creo que en todos los pueblos existe este personaje.
Un saludo.

Erelea dijo...

Habrás ido sin rumbo pero el resultado me ha encantado.
¡Un garabato de 10!

Recuerdos perdidos dijo...

Buenas Erelea. Gracias por el piropo.
Si me tiro más de una semana sin hacer garabatos, sin emborronar las palabras, me siento vacía.
Es una necesidad, supongo que a ti te ocurre lo mismo con la fotografía, ¿verdad?.

Anónimo dijo...

Es estupendo.

(Te lo escribí ayer, pero creo que se me olvidó la dichosa palabra de verificación. La neurona no pude más con la faena de esta semana).

Recuerdos perdidos dijo...

No te preocupes Curro, gajes del oficio.
Un abrazo.

Unknown dijo...

No soy de piropo fácil, tinerfeña, pero al leer ese relato me ha recordado bastante a don C. J. Cela; de hecho, hasta podría colocarla sin problemas dentro de "La colmena", donde te encontrabas escenas de inmensa ternura rota por alguien al que odias automáticamente...

P.D.: Dime el nombre del que ha dicho eso de "¡Mongolo!...", que le voy a decir tres cosas.

Recuerdos perdidos dijo...

"La colmena", debería leerla, dicen que es una buena novela.

Ya sabes, la juventud y la ignorancia se suman para castigar al más inocente.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Mira, acabo de descubrir este relato. Es uno de los que se me quedan atrás por falta de tiempo para seguirte el ritmo. Me alegro de haberlo encontrado, porque me encanta. Me gustaría ilustrarlo si tengo oportunidad...Mónica