jueves, 31 de diciembre de 2009

Necesidades: El otro.

1 de diciembre 2009

Hoy he tenido un duro día, por suerte la reunión con los accionistas fue bien. Esto de ser director de una gran empresa es motivante, según Antonio lo que me pasa es que a mí me va la marcha. No se lo he negado, me encantan los entresijos de la industria; eso de pelear con trabajadores, accionistas y sindicatos, eso de salirme con la mía cuando no las tenía todas conmigo. ¡Cómo me amo!

2 de diciembre de 2009

Hemos conseguido un buen contrato con la empresa japonesa, han aceptado todas las condiciones. Otra medalla en mi historia laboral. Nací para esto. Por cierto, mi mujer ha estado muy rara en la cena, serán cosas de las hormonas femeninas.

3 de diciembre de 2009

Menudo día, mi paso por Barcelona ha sido espectacular. Pronto cerraremos otro trato. Mi secretaria me ha tirado los tejos, yo los he recogido. Mi mujer está de los nervios.

5 de diciembre de 2009

Dos días de locos, algunas reuniones han sido aplazadas. Ana sigue rara, ¿tantos días le dura el periodo?

6 de diciembre de 2009

Hoy he pasado el día con Ana. Ya sé porqué está tan extraña, por casualidad he encontrado en su cartera la fotografía de otro hombre.

7 de diciembre de 2009

En el trabajo no he podido concentrarme. He salido más temprano, busqué a Ana en el gimnasio y en casa de su madre, no la encontré. Según ella ha pasado toda la tarde con su amiga María. No me lo creo. Seguro que ha estado con el tipo de la foto. ¿Quién carajos será?. Tengo que averiguarlo.

8 de diciembre de 2009

Hoy le dije a Ana que tenía que pasar en la oficina toda la mañana. Le he mentido, la seguí durante cinco horas. Peluquería, biblioteca municipal, visita al médico y vuelta a casa. ¿Puede ser el médico el tipo de la foto? No sé, tendré que hacerle una visita. Además repasaré la factura del teléfono, veré las llamadas realizadas y recibidas, a ver con quién habla Ana cuando no estoy en casa.

9 de diciembre de 2009

He tenido un ataque de ansiedad en la oficina. Volví a casa antes, Ana no estaba; según ella estaba en el gimnasio. Es horrible vivir con esta duda, las manos no dejan de sudarme, el insomnio es el compañero de mis noches. He vuelto a mirar la foto del hombre ese. Mañana sin falta comprobaré si es el médico.

10 de diciembre de 2009

No, no es el médico. El de la foto es calvo, el médico es joven, con pelo.Ana está preocupada, he pillado una baja de quince días. ¿Teme que ahora que estoy en casa no le deje tiempo para verse con su amante? Las manos siguen sudándome, tomo pastillas por la mañana para activarme y por a noche para relajarme.

11 de diciembre de 2009

No puedo más con esta situación. He pillado a Ana hablando bajito por teléfono en el baño. Tengo que contarle que he visto la foto.

*

- Ana tengo que hablar contigo. Siéntate. Llevo una semana con ello en mi cabeza y no puedo más -ella se ha puesto pálida.

- Pues es justo el tiempo que llevas de los nervios. Dime, ¿qué es lo que pasa? - yo también me siento, temo cómo será mi vida de divorciado. Cojo su bolso y saco la foto.

- Este es tu amante, ¿verdad?- me mira asombrada, se ha quedado sin palabras.

- ¿Amante? ¿De verdad que no reconoces al de la foto?, ¿la has mirado bien?- su voz suena desafiante, sus ojos me miran incrédulos.

- Cuanto más la miro peor me pongo, dime de una vez quién es el calvo de la foto- se ríe a carcajadas, casi llora de la risa, y yo sigo allí, sentado, esperando una respuesta.

- Pues cariño el de la foto eres tú, ¿no te has reconocido? Esa es tu cara.

Corro al baño, me miro en el espejo con la foto en las manos. Y me reconozco, soy yo mismo, con esas arrugas por toda la cara y la calva ya criada.

*

12 de diciembre de 2009

Soy más viejo de lo que pensaba, demasiado tiempo sin mirarme al espejo.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Necesidades: Nosotros y los otros.

Me encantaba esa tierra, perderme por sus montes, tomar unos pinchos, disfrutar de sus fiestas. La gente era amable, acogedora. Un lugar que visitar, del que disfrutar. Fui muchas veces, conocí las ciudades y los pueblos pequeños. Allí me ha llovido, ha nevado e incluso he amado.

Pero en ese lugar escuché esto de un conocido:“Gracias a nosotros en vuestra tierra tenéis carreteras”.

Desde entonces no he podido volver, una pena, y no precisamente para mí.

martes, 22 de diciembre de 2009

Necesidades: Raúl y su camino.

Tomó el último metro de la noche, el de las 2:00, había pensado que no llegaría a tiempo, pero allí estaba, sonriente viéndose reflejado en el sucio cristal de la ventana mientras aquel trasto avanzaba bajo una ciudad dormida. El concierto fue un éxito, el montaje había salido a pedir de boca, una medalla más en sus victorias personales. La máquina seguía avanzando. El resto del grupo se quedó a celebrarlo, dijeron que sólo una cerveza, pero Raúl ya sabía que eso significaba varias cervezas y tenía muchos planes para el día siguiente, Pablo, sus libros, unas llamadas. Vivir unas cosas significaba perderse otras, a él le importaba un pimiento la celebración que se iba a perder esa noche.

Subió el portal a oscuras, conocía cada rincón de aquel edificio demasiado bien, treinta y tres años en él lo avalaban. Al llegar a la cuarta planta y sacar las llaves oyó unos pasitos; parecían de un gato. Se giró y descubrió en la oscuridad los ojos de un animalillo, parecía un perro, estaba quieto, pero no se asustó ante Raúl. Miró con más intensidad aquel ser, se percató de que no era un perro sino un zorro. El animal echó un último vistazo y se dio la vuelta. Desapareció por el pasillo. Raúl se frotó los párpados, habría sido un sueño, era imposible que hubiese un zorro suelto en pleno Madrid.

Sábado por la mañana llegó con todas sus satisfacciones expuestas; preparó el desayuno para Pablo y le hizo el amor, escucharon la radio. Durante el resto del día bajaron a la piscina y fueron al centro a por los libros que habían encargado la semana anterior. Por la tarde lo llamó Susana, la vocal del grupo, los propietarios del bar querían que repitiesen el concierto el viernes próximo. “Claro que sí, estoy deseándolo”. Una razón más para sonreír en el trabajo durante la semana. De lunes a viernes Raúl aseguraba coches, casas, propiedades y vidas en una empresa grande y putrefacta, pero era su medio de vida, tenía que ir impecablemente vestido y ser impecablemente amable. Mientras siguiese tocando los fines de semana en los bares y Pablo estuviese a su lado aquel trabajo no podría con él ni con sus ganas de vivir.

El jueves su jornada laboral se alargó por unos fallos en la contabilidad de algunos seguros. A las nueve terminó y su jefe le dio permiso para salir, decidió ir a casa caminando, disfrutando de cada paso. Ya estaba cerca el fin de semana, rebosaba alegría. Atravesó el parque, a esas horas, aunque oscuro era seguro. De nuevo se giró sobre sí y vio aquellos ojos pequeños bañados por la noche, el mismo zorro de la otra vez se acercaba a él olfateando el aire. Era extraño, ¿lo que estaba viendo era real?

El intento de acercamiento no habría servido de nada, a los pocos segundos el animal ya se había dado media vuelta. Apesadumbrado Raúl siguió su camino, “¿Y si ese animal se ha escapado de algún zoológico?, ¿es posible que haya bajado desde la sierra y haya cogido el camino incorrecto?” Con estas palabras en su cabeza llegó al piso, le explicó a Pablo lo ocurrido. Pablo encontró otra explicación “Alguien que lo tenía como animal de compañía de forma ilegal lo ha abandonado”.

El viernes volvió a tomar el último metro. Otra vez había sido un éxito, el bar lleno de gente; el público tarareaba sus canciones, conocían sus canciones, además el dueño del local quería contratarles para una sala de conciertos que tenía en Zaragoza. Llegó al portal con ganas de contárselo todo a Pablo. Pero esta vez se acordó del zorro y pulsó el interruptor del cuarto piso, la luz no se encendió, estaba fundida. “Menuda suerte”. Al llegar a la puerta oyó los singulares pasos de aquel animalillo a sus espaldas. Esta vez no se dio la vuelta, quería cerciorarse de que lo que veía era cierto. Como la luz del portal no funcionaba abrió la puerta de su vivienda y con rapidez encendió la luz esperando que iluminara al zorro. Sentía la respiración del zorro justo detrás de él. Al girarse lo único que vio fue su propia sombra. El animal había desaparecido por completo. Respiró resignado.

En el dormitorio encontró una nota, en ella Pablo se despedía, le pedía perdón, le había dejado de querer. Apagó la luz, Raúl se sintió abandonado, respiró resignado.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Necesidades: Enganchada

Gracias a esos libros que me quitan horas de sueño.

Los solía llevar en su bolso por todos los rincones de la ciudad. El psicólogo le había dado el diagnóstico: adicción a la lectura.

Ella le había replicado que sólo era un libro para leer en el autobús o mientras esperaba en el banco. Pero sabía que se mentía a si misma, sabía que no podía pasar tres horas seguidas sin abrir uno y devorarlo capítulo a capítulo, página a página. Lo peor llegaba con la noche, ya en casa se dirigía a la estantería, ellos estaban atemorizados, temblaban, echaba una ojeada y elegía uno. El resto de ellos esa noche respiraba aliviado. La masacre se daba cuando llegaba el punto culmen de la intriga; el libro se sentía cansado después de tres horas de servicio. Pero ella no estaba dispuesta a dormir sin llegar a saber el final, ¿y si su teoría inicial era acertada?

sábado, 19 de diciembre de 2009

Necesidades: Confianza (3ª parte, final)

- ¿Sabe que estás aquí? – cierra la puerta rápidamente.

- No, está con su amiga Ruth, cree que trabajo hoy en la pastelería. Anda Álvaro quita la televisión y escúchame. Queda un día, si mañana no lo ha abierto tendrás que cumplir tu palabra, vendremos a eso de las cinco de la tarde – la sonrisa de Álvaro ha desaparecido, al fin logra articular palabra.

- Sí, ya lo sé. He hecho la maleta, en cuanto vengáis mañana te dejaré el piso. Las escrituras están en este cajón. Felicidades, has ganado la apuesta. ¿Qué vas hacer con el piso? – su voz es de una completa derrota.
- Voy a montar un taller de pintura. Y ¿tú? ¿qué habrías hecho con mi casa de haber ganado la apuesta?
- Pues venderla y vivir unos años sin madrugar para ir a trabajar a correos, ¿te parece poco?

*

Fuimos a casa de Álvaro el domingo, todavía se encontraba mal e insistí en verlo. Miguel me acompañó, al principio me pareció extraño. “¿Desde cuándo a mi marido le caía bien Álvaro?” Estábamos en el salón los tres sentados, yo noté que algo se me escapaba. Ellos hablaban como si fueran amigos de toda la vida. Comenzaron por el fútbol, siguieron algunos grupos de música y terminaron criticando el Ayuntamiento. “Puede ser que ahora se lleven mejor” Animada por la situación fui a la cocina a preparar un café para nosotros dos y coger un yogurt natural para Álvaro. Estaba contrariada ante tanta fraternidad, a la vez contenta ante la posibilidad de estar con ambos sin que discutieran y se tirasen nada a la cabeza. Las tazas, el azúcar y unas cucharas. Cuando vuelvo al salón la situación ha dado un giro de ciento ochenta grados.

- Sonia, ¿no tenías el sobre en el bolso? – es Álvaro quien pregunta y mi marido quien busca en el bolso frenéticamente.

- Pues…, eso es una de las cosas por las que quería verte hoy Álvaro – siento los cuatro ojos posados sobre mí, me pongo tensa porque ellos lo están, dejo la bandeja en la mesa – La última vez que lo vi fue el viernes en el almacén del trabajo, me quedé dormida diez minutos, desde entonces lo he buscado por todas partes para traértelo pero no lo he encontrado por ningún sitio, espero no haberte buscado un problema – se miran, me miran, mi marido se pone colorados de ira.

- Pero, ¿cómo puedes haber perdido el sobre?- es Miguel quien se acerca gritándome.

- Tranquilízate, si lo ha perdido no podemos seguir adelante.

- Adelante, ¿con qué? – las dudas me asaltan - ¿qué os pasa?

- Álvaro, aunque lo haya perdido en ningún momento llegó a abrirlo, así que ya sabes – el otro se ríe.

- Lo siento, pero si no lo hubiese perdido lo habría tenido más tiempo y habría podido abrirlo, ¿no te parece? Además en este papel que está firmado ante notario no recogimos ninguno la posibilidad de que perdiera el sobre, tú pusiste que no lo abriría y yo que sí. Únicamente esas posibilidades – están en pie y se gritan a la cara. Yo no sé a que viene todo esto, pero si dejo que se chillen quizá logre entender algo. Para mi asombro Álvaro va a la cocina y coge dos cervezas para ellos.

Ya ha pasado la borrasca y yo aún no la logro entender.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Necesidades: Confianza (2ª parte)

Me siento en el autobús, al fondo, allí puedo escabullirme y perderme en la lectura de mi libro de bolsillo. Al rato llego a La Orotava, Geno de diez años juega con la tierra mientras su madre, Ruth, la mira babeando ante su propia creación. Descubro de golpe mi ignorancia sobre los sentimientos maternos.

- Cada vez que la veo está más grande – me siento junto a Ruth.

- Pues sí. Es increíble, que rápido pasa el tiempo - me invita a un cigarrillo – ¿y esas ojeras que traes?

Logro explicarle lo de mi insomnio, a veces me lío hablando y parece que quiero decir otra cosa, pero después de tantos años escuchando mis memeces ella me entiende; en unos diez minutos llegamos a la conclusión de mi crisis existencial, la típica de los cuarenta. No hay vuelta de hoja. Después de dos horas conversando con ella me siento mucho mejor, agradezco que exista de pensamiento, pero no se lo digo, no quiero parecer moña.

En casa Miguel ha preparado la cena, de fondo Leonard Cohen. Nos damos dos tímidos besos, parecemos animalillos solitarios necesitados de cariño.

- Llamó Álvaro preguntado por no sé que de un sobre .Siéntate los macarrones aún están calientes – no me apetece cenar pero tomo asiento y cojo el tenedor.

- Y, ¿cómo se encuentra?-pregunto con la boca llena.

- Pues mal, parece que el médico le ha dicho que deberá guardar cama unos días. Y ¿el sobre? ¿lo trajiste?…– él está recogiendo la cocina, parece nervioso, me doy cuenta de que tiene patas de gallo - … ¿me oyes?

- ¿De qué sobre me hablas?...- pasan unos segundos hasta que reacciono - Ah, sí, lo tengo en el bolso, creo que lo guardaré en mi mesita de noche. Mañana por la mañana llámame por teléfono desde la pastelería, si llego tarde otro día más tendré problemas – no tengo ganas de seguir hablando con Miguel, él ya sabe que llevo unos días extraña, respeta mi silencio. Es enternecedor.

*

Álvaro vive en un piso pequeño, pero la sala más grande, el salón, tiene unas estanterías llenas de discos de vinilo Su gran pasión es la música, pero se ha quedado en los 60 y 70. Ahora mismo está en casa, fumando un pitillo en un sofá cómodo pero viejo. Llaman a la puerta, la visita que esperaba llega puntual.

- ¿Qué?¿alguna novedad?- Miguel entra en silencio

- Tío mira que llamar a las tres de la mañana, ¿cómo se te ocurre? , podrías haber llamado por la tarde-ahora los dos comparten el sofá.

- Era para hacerlo más misterioso – al sonreír Álvaro muestra sus dientes blancos, impecables, un tiburón al acecho.- Bueno y ¿qué ha hecho con el sobre?

- Pues lo tiene en el bolso, dijo que lo guardaría en la mesita de noche, pero parece que se le olvidó y lo sigue llevando en el bolso - en ese instante Miguel hace una mueca llena de dudas.

- Sí, claro, que se le olvidó, eso no te lo crees ni tú. Seguramente se lo llevó en el bolso para abrirlo y ver lo que hay dentro, ya verás como no soporta la curiosidad, todas las mujeres son así – sonríe de nuevo lleno de satisfacción. Miguel se levanta mira las estanterías repletas de discos. Al girarse se da cuenta de que lo dicho por su amigo podría ser cierto.

- Mira Álvaro, estoy seguro que se le ha olvidado guardarlo, ella jamás abriría un sobre que no es suyo- su voz era una represalia contenida.

- No hace falta que me des explicaciones. Ya veremos cómo reacciona.

Se va a la cocina con paso brusco, se sirve una cerveza. Mientras, reflexiona, confía en su mujer, sabe que ella no abrirá el sobre y cuando pasen tres días habrá acabado todo. Vuelve al salón, Álvaro ha encendido la televisión, está zapeando.

- Lo del notario está arreglado. Ya no hay vuelta atrás.- Miguel se toma la cerveza a grandes sorbos, aquel piso tan pequeño lo empezó a agobiar, pero antes de marcharse quiso decir la última palabra.

- No te preocupes, todo ha quedado claro.- después un portazo y el eco de pasos furiosos bajando las escaleras.

*

Llevo toda la mañana entre cajas, envoltorios y facturas; es un trabajo que no me produce estrés. Atraigo a Ruth y su niña, a Miguel, a Álvaro; me siento algo lejos de todos, como si ya no existiese. Después de prometerle a mi jefe que llamaría a Álvaro para pedirle el justificante médico me tomé media hora de descanso en el almacén, allí caí rendida diez minutos. Soñé con unos zapatos enormes que me perseguían, era el tiempo en forma de zapato. Me dí cuenta de que aún tenía conmigo aquel dichoso sobre, “Debí dejarlo en casa”.Lo cogí entre mis manos, era grueso pero no pesaba nada; me preguntaba qué cosa tan importante habría allí dentro.”Quizá dinero, quizá unas fotos comprometedoras, ¿quién sabe? Ya se lo preguntaré a su dueño cuando llegue el momento” Al menos el dolor de cabeza había desaparecido que no el insomnio nocturno. Sé que las cotorras siguen asediándome la espalda. Justo antes de salir por la puerta suena el teléfono de mi oficina. Es Álvaro, parece que todavía sigue mal; esa misma mañana había dejado su justificante en la pastelería de Miguel. El lunes podría dárselo yo misma al jefe. “No te preocupes, ya no vómito todo lo que como. Oye, no cuelgues, ¿y el sobre? ¿Lo recogiste?” Le respondo que lo llevo en el bolso “Quería haberlo dejado en casa, pero se me olvidó y lo llevo de paseo. Tranquilo que yo te lo guardaré sano y salvo” Cuando colgué ya no quedaba nadie en la oficina, le dejé una nota a mi jefe “El lunes sin falta tendrá el justificante, que pase un buen fin de semana”. En la puerta me sorprendió Miguel, estaba allí, en el coche sonriendo a través del parabrisas. “Y yo que estaba celebrando un paseo solitario hasta casa” Me comenta que quería pasar la tarde conmigo, que con nuestros horarios laborales casi no hacemos nada juntos. “¿Vamos al cine?” Me dejé llevar. Vimos “Lost in Traslation”. A la salida me sentí tranquila, como si aquella pantalla enorme me hubiese chivado la repuesta del examen más difícil de mi vida. Antes de volver a casa nos paramos en un bar, solíamos ir Miguel y yo juntos cuando teníamos los treinta. Por entonces la música era de nuestro agrado, los camareros nos conocían y siempre andaba por allí algún amigo con el que charlar un rato. Ahora todo había cambiado, la música no nos sonaba, era más bien un ruido impertinente, y la gente se había vuelto más joven.

- ¿Te has dado cuenta? Aquí ya no pintamos nada – Miguel mira alrededor para preparar una respuesta adecuada a mi comentario.

- Pues tienes razón, las cosas cambian, y nosotros con ellas – bebimos en silencio dos copas de whiskey – Sólo hay que saber encajar esos cambios. – entendí al vuelo lo que Miguel quería hacerme entender – ¿A qué no te has fijado en el nombre del bar? También es diferente al de hace diez años, ya no se llama “La bóveda” ahora se llama “Insomnio”- nos miramos y nos reímos, una risa espléndida, risueña y llena de complicidad.

- Me impresiona lo lógico y práctico que eres. Como un pastelero, echas las medidas necesarias de cada ingrediente, ni un gramo más ni un gramo menos, así el pastel queda perfecto – a partir de ese instante me hice a la idea de que no me quedaba más remedio que asimilar mi vida como propia e intentar ser feliz con ella.

El sábado acompaño a Ruth al parque, me encuentro mucho mejor. Le relato mi reencuentro con “La Bóveda”, la película que vi y cómo me había hecho reír Miguel la tarde anterior. Todo ha vuelto a la calma.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Necesidades: Confianza ( 1ª parte)


Observo que estoy a punto de cumplir los cuarenta, me tomo otra copa a ver si así se me olvida, jamás entendí el paso del tiempo. Miguel, mi marido, está en la cama, duerme a pierna suelta, él parece que lo ha entendido mejor. Supongo que cuando llegan estas fechas me pongo melancólica, en Navidad los muertos del pasado vuelven avisando que tendremos que acompañarlos más pronto que tarde. Apago la luz de la cocina y me arrastro hasta el sofá, las tres y media y no he pegado ojo. Un estruendo, el teléfono suena:

- No te habré despertado, ¿verdad? – al otro lado una voz masculina susurra, la reconozco al instante, después de diecisiete años compartiendo mesa en correos su timbre se ha memorizado en mis tímpanos.

- ¿A las tres de la mañana?, no, claro que no, estaba pensando qué me pondré para ir al trabajo mañana – un lo siento como disculpa – Tranquilo, estaba despierta deprimiéndome un poco con el niño Jesús, María y San José, pero ¿qué cosa es tan importante para no esperar a mañana?

- Mañana no podré ir al trabajo, no paro de vomitar, me siento muy débil – una tos seca lo interrumpe, siempre he pensado que Álvaro fuma demasiado.- He dejado en el segundo cajón de mi mesa de la oficina un sobre, por fuera pone “Recibos mes de noviembre”. Cógelo mañana sin falta y lo guardas en un lugar seguro, quiero decir…en tu casa, no lo dejes por el trabajo, es un asunto de vida o muerte, ¿vale? – mi mente avanza a su velocidad, que no es muy rápida que se diga, no quiero olvidar ninguna instrucción. Me asaltan algunas dudas mientras doy otro sorbo a mi tinto.

- Pero, ¿te lo llevo a casa?

- No, ni se te ocurra asomar por casa…es que…lo que tengo es un virus y no quiero que acabes vomitando minuto tras minuto. Ya lo recogeré por tu casa cuando me reponga y de camino pruebo esa tarta de almendra tan rica que hace Miguel – me extraña su petición pero he de respetarla.

- De acuerdo, cuídate

- Gracias, y perdona que haya llamado a estas horas

Vuelvo a mi vaso vacío y a mi salón. En la pared de enfrente cuelgan cuadros al óleo, todos de Miguel, un artista que el mundo de los pintores se ha perdido y el mundo de los pasteleros ha ganado. Sus tartas se venden por toda la zona norte. Con estos pensamientos paso al mundo seguro de los sueños.

*

Al despertar la luz está apagada y una manta la abriga. Con una ducha se despierta del letargo, sólo ha dormido tres horas y media y sus neuronas están aún dormitando. Habla con Miguel que lleva desde las seis en la pastelería. Discuten un poco, Miguel no entiende porque está tan nerviosa últimamente, ella tampoco lo sabe. Al colgar se da cuenta de que la casa está manga por hombro, varias preguntas se amontonan de golpe en su cabeza, un martilleo que comienza a ser constante, molesto “¿Será este desorden reflejo de mis incertidumbres?, ¿me habré perdido algo?”. Las papilas degustando el café la devuelve de nuevo al mundo de los sentidos, al mundo físico, suena el reloj de cuerda, las 8:30. “Llego tarde al trabajo”.

En correos el jefe la llama, bronca mezclada con un poco de sermón y salteada con preguntas sobre la supuesta enfermedad de Álvaro.

- Es la segunda vez que llegas tarde en dos semanas, a la tercera te enfrentas a una apertura de expediente, te aseguro que será así – el clavo se hunde un poquito más –Y… por cierto, ¿sabes algo de Álvaro?

- Está en casa con una buena gastroenteritis, me llamó anoche – la voz de ella no es nada dulce, más bien inerte.

- Pues dile de mi parte que necesito el justificante médico o lo empapelo, ¿entendido?, y apáñatelas como puedas, tendrás que hacer el trabajo de dos hasta que Álvaro vuelva.

Se sienta en su mesa, nota los ojos del resto en su espalda, “Ya están las cotorras apuntillando, menos mal que sólo son eso, cotorras”. Durante las seis horas siguientes no levanta las nalgas del asiento, realiza todo su trabajo correcta y mecánicamente, recuerda la noche en blanco, Miguel con sus cuadros criando polvo, sus cuarenta, el tinto y… “¡Ay!, ya se me olvidaba el sobre de los recibos” Espera a que todos salgan en el descanso a fumar un cigarro, cree que nadie debe verla abriendo el cajón de su compañero, recuerda las palabras de Álvaro “Dijo algo así como: lo guardas en un lugar seguro”, presiente que el sobre contiene algo más que unos recibos, que algo importante se cuece Álvaro, “será mejor que nadie me vea sacarlo del cajón, lo llevaré a casa y ya pensaré donde guardarlo”. La jornada flaquea, comenta los cambios de personal con algunas cotorras, suena el timbre y todos comienzan la carrera de obstáculos, llegar el primero al parking para no pillar tráfico a la salida. “Menudas reses de ganado” Toma un vaso de agua, fuera las despedidas y los motores, termina los últimos paquetes, se asegura de tener el sobre en el bolso y se dirige a la salida. Dentro sólo se oye el eco de un teléfono al que nadie responderá.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Necesidades:Crisis

Gracias Viti.

En la España de 2009 la crisis económica hizo tanta mella en la sociedad que apenas se encontraban trabajos dignos, muchos quedaron en paro, los jóvenes tenían dificultades para acceder a la primera vivienda y al primer trabajo estable. Vanesa es una de este malaventurado grupo; la más pequeña de siete hermanas, con sus 27 años trabajaba en el bar de sus padres por temporadas, a veces encontraba un puesto como administrativo en alguna empresa, pero tan mal pagado y con tan malas condiciones que volvía al negocio familiar entre suspiros y sollozos. Pero Vanesa tenía un hábito que la ayudaba a pasar los momentos difíciles, desde que aprendió el arte de la escritura con seis años no había dejado de escribir un diario tras otro. Todas las cosas de su vida, buenas y malas, estaban allí recogidas, como un resumen anodino.

El restaurante era uno de esos bares de carretera con menú, donde camioneros y obreros mantenían conversaciones llenas de importancia social y chistes varios. En la parte alta se encontraba la vivienda, con cinco habitaciones, dos baños, un amplio salón y una terraza enorme bañada por el sol y el polvo de la carretera que disfrutaban dos perros de gran tamaño y poca raza. Muy amplia, sí señor, pero muy vieja también, tanto que los días de invierno en los que llovía las paredes se llenaban de humedades y goteras. En la parte baja la cocina, la barra y el comedor estaban recién reformados, un lavado de cara nunca viene mal para el bar.

Volvamos a Vanesa, cuando esto acaeció era primavera, el calor decía que verano; ella se encontraba con su delantal blanco lleno de manchas sobre el fregadero.

- ¡Una de ensaladilla, dos de salmorejo y dos de sopa de pollo!- gritó Gabriel con su bandeja abarrotada de platos sucios que dejó ante Vanesa.

- Ahora mismo te lo pongo, ¿es para los butaneros?- ella secó sus manos.

- No, para los de la fábrica, menudos estúpidos.

Vanesa sirvió los platos en cuestión de segundos, sus movimientos eran rápidos, con gracia; un cuerpo delgado pero lleno de curvas, el pelo negro recogido con una coleta y los labios finos le daban aspecto de actriz, ella nunca fue consciente de ello. Se dedicó el resto del día a ese baile diario que suponía la cocina, las patatas, la ensalada, la carne…; los vapores y la grasa se adueñaron poco a poco de toda su piel. “¡Qué cansada estoy!”

Al final de la jornada los camareros salieron en pos de sus hogares y mujeres. Ella se resignó cuando vio que la basura la esperaba en la puerta. “¡Ya han olvidado otra vez sacar las bolsas!” Las cogió, fuera estaba todo oscuro, sólo las luces de los coches al pasar iluminaban su camino. Llegó a los contenedores, las bolsas retumbaron dentro. Se giró, primero oyó el frenazo, después su vista llegó hasta la carretera, Luca, uno de sus perros yacía entre las ruedas de un camión. Mientras las lágrimas se deslizaban contó lo ocurrido a su madre, Sadeco se ocupó del cadáver del animal.

En la cama, ya más tranquila, con su pijama y la lamparita de noche tomó su diario; comenzó como siempre lo hacía, primero la fecha y un saludo, pero su mano se interrumpió en el papel. Recordó su jornada, rápidamente pasaron las imágenes, en su mente todo se mezcló. El corazón se aceleró, ya en pie sacó todos los diarios de su vida del armario. Le temblaban las piernas, el sudor frío, la furia la abrasaba por dentro. Arrancó la primera hoja de su primer diario, se sintió liberada, la veda quedó abierta, todos pasaron por sus manos; palabras al viento con un suelo lleno de papeles.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Necesidades: Correcaminos


Todo empezó en fin de año; esa noche cené con la familia en la casa de mis padres. Estaba atestada de sobrinos, hermanos, abuelos y alguna mascota. Todos sonrientes y complacientes, todos complacidos de sus vidas. Pasada la hora de la “reflexión individual” llegaba la “reflexión colectiva”; creo que esto lo hacían para ver un rato más tarde si yo me atragantaba con las uvas de una vez. Pero no estaba dispuesta a darles ese gusto.

Para la reflexión colectiva siempre comenzaba mí cuñado Alberto, un psicólogo cincuentón con barriga, tres hijos necesitados de cariño lleno de normas y creyente en sus teorías sobre la mente y la conducta humana. Como Dios propietario de la verdad Alberto me lanzaba alguna cuestión aparentemente inocente pero llena de una segunda intención que el resto de comensales tomaba por cosas de cuñados.

Aquel año comenzó por: “Andrea, ¿me ha dicho tu hermana que dos de tus amigas se han liado?”. Primer torpedo lanzado justo al tema de las relaciones personales, “Pues sí cuñado, cada cual con su vida que haga lo que le plazca, ¿no?” Graso error mi respuesta, le di pie a un segundo cañonazo “Pues sí Andrea, tienes toda la razón del mundo; y ¿tú?, ¿has encontrado ya un amigo?” Entonces saltaba mi hermana, la pobre intentaba echarme un cable, lo que conseguía era dejarme más desnuda todavía, “Anda déjala tranquila, sólo tiene 32 años, ¿para qué quiere novio tan pronto? Mejor que se dedique a sus amistades y su trabajo” En ese momento le brillaban los ojos a mi cuñado, otra bala directa “Bueno a sus amistades que no se dedique mucho que puede acabar pasándose a la acera de enfrente, como sus dos amigas que de golpe son lesbianas” Las risas del resto de la familia resoban en el portal. Yo preferí callar, no fuese que soltase demasiadas certitudes sobre Alberto y mi hermana.

Después le tocaba el turno a mi hermano menor Pedro, un empresario listo, guapo e independizado de casa de mis padres mucho antes de que yo lo hiciese. Cuando éramos niños jugábamos horas y horas, ahora me torturaba con palabras llenas de clavos pedantes y superioridad flagelante. “Andrea, ¿cómo fue la entrevista de trabajo?” A ver, tenía que pensar rápidamente adonde quería ir a parar mi hermanito del alma. “Pues bien; no me llamaron, si es eso lo que querías saber. De todas formas tengo un año de paro, algo encontraré” Todos hacían como que no escuchaban, pero estaban atentos a cada palabra. “Claro que sí, pero si no encuentras nada siempre puedes volver a casa de papá y mamá” Menudo tormento, consejos del malcriado de la familia.

Por último apareció mi madre en el salón con una bandeja llena de turrón, bombones y polvorones. Mi ánimo comenzaba a decaer, tomé varios trozos de chocolate para alegrar mi mente. Entonces mi madre me miró fijamente y me lanzó sin contemplaciones: “Hija deja de comer chocolate que estás muy gorda, ¿cómo vas a encontrar un novio y un trabajo con esas carnes?”

Me bebí tres copas de champán seguidas, en realidad todos tenían razón, pero ello no les daba derecho a atormentarme cada navidad con la misma milonga, como si fuesen mejores personas. No tenía trabajo, ni pareja, ni un grupo de amigos razonablemente cuerdo, además mi cuerpo era demasiado redondo, no hacía nada por mí ni para mí. Así que aquel funesto día, al tomar las uvas con las campanadas evité atragantarme y prometí cambiar mi vida de una vez.

Esa promesa me llevó a un viaje por China y a montar mi propia tienda de juguetes. Además comencé a tomar el hábito de andar todos los días una hora, al principio iba muy lenta; me tuve que imaginar que alguien me perseguía para ir más rápido, pero no sólo iba rápido a caminar, también lo hacía para ir a trabajar, a comprar, al cine, etc. Después de unos meses había perdido 20 kilos, la familia y la gente del barrio me puso un mote, la Correcaminos.

La siguiente Navidad la reflexión colectiva se tornó menos divertida para mi cuñado Alberto, mi hermano Pedro y mi propia madre, la víctima de otros años ya no era tan apetecible. Sus risas casi no se oyeron en toda la noche.

sábado, 12 de diciembre de 2009

Necesidades: Voluntarios.

Gracias al desconocido del bar que miestras desayunaba compartió conmigo una pequeña parte de su pasado.

“Éramos pipiolos, muchahos, mozuelos, jóvenes, es decir ignorantes de la vida, en proceso de conocerla. En ese estado nos mandanban durante casi un año a cumplir con el país, suerte si te enviaban cerca de casa. A mí me tocó en San Fernando, me dio una alegría inmensa, cerca de mi hogar, de la ciudad de los caballos y el vino.

Ciento ochenta en mi compañía, muchos venían de lejos. El primer día nos juntaron a todos en el patio, el comandante nos comunicó que necesitaban ocho voluntarios para Melilla, el silencio se hizo con el lugar, nadie quería dejar San Fernando. Así que el buen hombre alzó su brazo y con su dedo índice señaló ocho “voluntarios”, entre ellos yo. Y allá que me tuve que ir.

Los primeros meses fueron extraños, acostumbrarse a esa rígida disciplina, las guardías, la comida. Pero con las semanas mirabas alrededor y veías un grupo de amigos con los que nunca habías contado; como tú, hablando de la familia, haciendo maniobras, recordando a las novias que dejaron en el pueblo.

Una mañana, depués de cinco meses en Melilla, nos montaron en un helicóptero a seis de nosotros, no nos dijeron nada. Imagínate nuestras caras de pánico cuando nos dejan en el peñón de Vélez, ¿qué querrían que hiciéramos allí? Después trajeron a otros seis, y así hasta que nos juntamos veinticuatro. Nos tuvieron tres meses en ese peñón montando fusiles y armamento, aburridos. Aquello fue lo peor de mi paso por la mili.

Menos mal que estaban ellos, mis compañeros.”

Necesidades: Recursos humanos.

Me hicieron pasar a una salita pequeña y fría. Una de esas salas de espera que tienen sillas de plástico tan cómodas como el suelo. Supliqué que el tiempo pasara rápido. No tenía ni idea de porqué me habían llamado de la comisaría pidiéndome encarecidamente mi presencia al día siguiente ante el comisario Rojano.

Pregunté la razón.

- Lo siento mucho Señorita Téllez pero por teléfono no podemos darle ningún tipo de información. Nos será de gran ayuda, se lo aseguro.

- De acuerdo, a las 9 en punto estaré en comisaría.

Así que allí me encontraba, sentada en aquel lugar impaciente por saber en qué podía ayudar a la policía una preparadora de oposiciones de administrativo de 32 años que vive aún con sus padres. Una puerta marrón se abrió de golpe.

- Señorita Carolina Téllez pase por aquí, el comisario Rojano le espera – reconocí la voz, la misma que el día anterior me había reclamado por teléfono, pertenecía a un pipiolo de unos 23 años, recién entradito en el cuerpo seguramente.

Me encontré con un Rojano embrutecido por la grasa, de cara gris y ojos ácidos. Sentado, mascaba chicle, rondaría los cincuenta, un tipo bastante desagradable. El joven se quedó de pie mirando a Rojano y a mí indistintamente.

-Trae un café a la señorita que vaya entrando calor. Porque usted quiere café ¿verdad?- el joven se ausentó en seguida en busca de lo ordenado, una gran empresa para el novato - Este invierno está siendo muy duro, no sabe la de gente que encontramos congelada en las calles. Es horrible – miró hacia la ventana pensativo.

- ¿Qué demonios dice? Empiece diciéndome para qué me ha llamado y déjese de sandeces – me puse nerviosa. Aquel comisario parecía sacado de una película de ganters, el típico corrupto, me miró con desgana, ¿para qué se andaba por las ramas conmigo? En ese momento entró el joven, dejó mi taza sobre la mesa, le di las gracias y le sonreí, sus ojos estaban llenos de picaresca.

- De acuerdo. Dígame entonces. Usted ¿conoce a Pedro Lasartre?- acercó los brazos a la mesa cruzándolos.

- Claro que sí. Es mi jefe, el dueño de la academia donde doy clases. Trabajo para él desde hace cinco años. ¿Por qué me lo pregunta? ¿Le ha ocurrido algo?- volvió a mirar a la ventana. Su silencio me ponía de los nervios.

- Bueno, no es nada grave. Necesito que responda a algunas preguntas más

- Pero dígame lo que ocurre al menos – insistí a sabiendas de que no me diría absolutamente nada. Tomé un poco de café, para ser la comisaría estaba delicioso.

- ¿Vio usted a Pedro el pasado viernes 8 de Enero?, es decir anteayer- me miraba expectante.

- Pues espere que lo piense…en el trabajo quizá, no en el trabajo no,…puede ser…ah, sí. Ya me acuerdo, salí a tomar una copa por la noche con unas amigas y me lo crucé por la calle. – no tenía ni idea de lo que pasaba, ambos polis me miraban.

- Julián ponte al ordenador y tómale declaración- Julián se sentó enseguida en la mesa de al lado- Ahora explíqueme con detalle cómo lo vio, dónde y a qué hora, si lo vio con alguien o no; todas esas cosillas- quedé desconcertada, no sabía lo que pasaba, ni que tenía que ver yo en aquello. De todas formas debía decir la verdad, ¿para qué mentir a la policía?

- Sería la una de la madrugada, más o menos. Lo vi en la Calle Almagro, iba sólo y se le notaba a leguas que se había pasado con el alcohol. Me saludó y siguió su camino. Creo que vestía con unos vaqueros y un jersey azul oscuro. Eso es todo – Julián tecleaba como un poseso, más veloz que la luz terminó de copiarlo todo. Lo intenté de nuevo sin ningún tipo de esperanza.

- Por favor, ¿le ha ocurrido algo a mi jefe?- si le pasaba algo malo me alegraría, era un tacaño, pagaba mal y nos hacía trabajar horas extra que nunca veían un pago decente. Todo para que él se fuese de vacaciones a Florida o de crucero por Grecia.

- Bueno, no se asuste, pero…lo encontraron muerto en un portal – abrí los ojos, me quedé petrificada, aunque mal pagado me acababa de quedar sin trabajo. Un desastre, con 32 años y en el paro.

- No me diga, ¡Dios! ¿Cómo? ¿Y mis compañeros lo saben? ¿nos están interrogando uno a uno?

- Sí, eso es. Fue asesinado. Pero dígame, ¿era buen jefe? – ahora tocaba decir la verdad, aunque estuviese muerto la verdad era la verdad.

- No, no era un buen jefe. Echamos muchas horas extra que no paga, mejor dicho, ahora que está muerto, pagaba. Era muy soberbio y todo lo que hacíamos estaba mal, a veces se comía muchas de nuestras vacaciones y no las pagaba – el comisario sonrió. Pude oír desde la otra habitación unas carcajadas enormes, unas carcajadas que me sonaban de algo. Julián sonrió se levantó y dijo:

- Acaba usted de renovar su contrato en la Academia Lasartre, además con un aumento de sueldo y se le pagarán todas las horas extra que haga, enhorabuena Carolina- no entendía nada de aquello- Soy el hijo de Pedro Lasartre, trabajo aquí. Rojano es mi tío y también trabaja aquí y Lasarte es mi padre- me quedé blanca, ¡qué tipo de broma era aquella!- Padre ya puede salir- apareció mi jefe sonriendo, me estrechó la mano.

- Sabía que lo estaba haciendo mal con mis trabajadores, después de las navidades decidí cambiar para mejorar. ¿Cómo? La única solución era quedarme con cinco de los diez que trabajáis para mí. Para seleccionaros se me ocurrió esta idea, me quedaría con aquellos trabajadores que fuesen sinceros sobre mi mal hacer. Así que hablé con mi hijo y mi cuñado y se nos ocurrió esto ¿Qué le ha parecido?

De esta forma mantuve mi trabajo mejorando además mis condiciones laborales. Al principio me enfadé, les grité, me parecía una burrada el método. Era algo sacado de un manual para locos, pero benditos los locos, sus manuales y las mejoras laborales.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Necesidades: De niño.

Mi primera vez fue a muy temprana edad, creo que tenía unos 8 o 9 años, un tanto precoz, lo reconozco. Fue en Las Cañadas, el barrio de mis abuelos paternos que derribaron hace unos veinte años. Lo recuerdo como una fotografía quieta, pausada y llena de colores. Casas blancas alineadas con pequeños jardincillos inmersos de sol, gitanillas y limoneros que hacían las alegrías de cada calle. Los domingos a medio día arribábamos por aquellos lugares centenares de nietos, sobrinos y primos ruidosos; nuestros padres y tíos rendían visita a sus respectivos progenitores. Comíamos el arroz con pollo que la abuela había preparado con esmero y nos levantábamos de la mesa al terminar para lanzarnos a la calle a jugar con los nietos del resto del vecindario. Por allí pululaban guerras con piedras o con globos de agua, carreras por grupos y balones, algunas peonzas, chapas, canicas; los más afortunados montaban bicicletas que el resto admirábamos con envidia y deseo por unos instantes.

Entre tanta caída, carrera y griterío nuestras lenguas se volvían como alfombras llenas de tierra, la sed nos invadía y nos acordábamos de la tienda de chuches de Doña Concha que hacía unos helados artesanales que quitaban el sentido. Así que cada uno se batía en carrera en pos de sus padres para conseguir esos cinco duros que costaba el cucurucho de chocolate y llegar el primero a la tienda. No importaba que fuese primavera, invierno, verano u otoño, lo importante es que era domingo y el helado se había convertido en una costumbre cuando daban las seis de la tarde.

Yo por aquel entonces era de los medianos, había niños menores y otros tantos mayores, pero por alguna razón llegué el último y esperé resignado mientras el resto conseguía su apreciado tesoro y volvían a la aventura de la calle. Una voz me despertó de mi enfado, no la reconocí, no era Doña Concha. Llevaba un delantal, su pelo negro caía en bucles sobre sus hombros, los ojos despedían una luz amarilla hipnotizante, su voz aún surcaban mis oídos derretidos ante tanta dulzura. Pensé si sería una bruja de las de los cuentos que me leía madre por la noche, de esas que hacían pócimas, casi me convencí de que aquella mujer había cocinado a Doña Concha, ¡bendita imaginación la mía!

- ¿A qué viene esa cara de seriote? ¿Tú también quieres un helado de chocolate? – rodeó el mostrador, su dientes eran perfectos, nada que ver con los de madre. No respondí, estaba petrificado por el miedo. Ella se agachó, puso su cara a mi altura. - ¿Te pasa algo chiquillo? – me armé de valor y balbuceé.

- Tú no vas a cocinarme como a Doña Concha, ¿verdad? – me cogió del brazo y se echó a reír. Aquella risa me tranquilizó, su olor corporal llegó a mi cerebro y descubrí una cintura que nunca había visto en casa. De golpe mis miedos desaparecieron y sonreí.

- Chiquillo, ¡qué cosas tienes! Concha está enferma, yo soy su nieta mayor. – me relajé mucho más. Ella sacó de su bolsillo un pañuelo, lo humedeció entre sus labios, con su lengua, empezó a limpiarme todos los churretes que había coleccionado durante el día.

- Mira como tienes la cara, anda acércate que te la limpie un poco.

Yo me dejé hacer con los ojos cerrados mientras acariciaba mi rostro con aquel pañuelo que olía a gloria, de mi barriga subían cosquillitas. Volví a aspirar su aroma, olía a flores. Abrí los párpados y contemplé unos montículos blancos que surgían de su escote, de su camisa blanca.

- Bueno y ahora que estás limpio dime ¿de chocolate? – de un salto se había colocado junto al mostrador. Sin pensarlo respondí:

- Limones

- ¿De limón?, de acuerdo. Eres el único niño que lo ha pedido de limón, el resto lo pidió de chocolate. Nunca me olvidaré de tu carilla de ángel- me dio el helado. Salí de la tienda lentamente, chupando el helado que aún siendo de limón me sabía riquísimo. Fuera los demás se habían embarcado en los juegos, seguí disfrutando de aquel cucurucho como si fuera especial, como si un hada buena me lo hubiese ofrecido. Desde aquel día, los domingos llegaba el último a la heladería, pedía un helado de limón y preguntaba a Doña Concha por su nieta. Ella me respondía lo mismo.

- Pero muchacho, si yo no tengo nietos. ¡Qué manía has pillado!

Ese fue mi primer atisbo de deseo femenino, una joven morena, amable, de mirada hermosa, de olor exquisito y venida del mundo de los cuentos de brujas, monstruos y hadas.

martes, 8 de diciembre de 2009

Necesidades: Miedos.


- ¡Ah!, el reportaje del que te hablé no era de Senegal, era de Sierra Leona.
- ¿De Sierra Leona? Yo trabajé en un centro de menores, con chavales de Sierra Leona.
- Tuvo que ser duro.
- Sí. Un día acabé encerrado en el despacho. Allí conocí a mi mujer.

*

Su primer día en el centro, un domingo desapacible, nublado; le había tocado el turno de tarde, casi todo el día allí metido. La tensión en aquel lugar era una constante, las rivalidades entre marroquíes y saharauis la causante. Él ya había vivido situaciones difíciles, pero nunca había visto agresiones entre chavales, robos y amenazas. Pero era joven, por aquel entonces creía en el buen hacer del ser humano, en su capacidad de reinventar el destino, destinos marcados por comienzos truncados.
Ese mismo día habían llegado los de Sierra Leona, eran cuatro, entre catorce y dieciséis años. Hablaban entre ellos mientras miraban a las personas y cosas que los rodeaban. El resto de muchachos quisieron fastidiarlos comprobando los límites de los residentes "novatos". Y aquel fue el punto de inflexión, del cenit podría decirse. Los chicos de Sierra Leona pusieron el centro patas arriba, los demás no se quedaron quietos, colchones quemados, muebles y cristales reventados. Él encerrado en el despacho del director llamando a todos los números de emergencia existentes. Oía golpes y gritos al otro lado de la pared, era la primera vez que temía por su vida. Entonces la vio, tumbada en el sofá del despacho, una belleza morena, relajada, dormida.
"¿Y ésta?,¿quién carajos será?" Posó su mano sobre el hombro de la mujer. Ella abrió los ojos, desconcertada, ruido de fondo y un hombre de no más de treinta que le hablaba.

- ¿Qué haces aquí?- notó su propia voz, ya no temblaba. Verla allí lo calmó, de golpe olvidó el peligro.

- ¡Dios! Me quedé dormida. Estaba esperando a Emilio para hablar de los horarios. Y tú seguramente eres el nuevo -. Un batacazo, algún armario derribado en el suelo -. ¿Qué es ese jaleo?.

Él le explicó como había comenzado todo, en el salón, los antiguos comprobando la resistencia de los nuevos. Se habían peleado, volaron sillas. El resto de educadores salieron por la cocina. Él se había quedado paralizado, cuando reaccionó ya era tarde para salir, se metió en el despacho.

Pasaron cuarenta y cinco minutos allí encerrados, nerviosos y observándose, cuarenta y cinco minutos cruciales para sus vidas, esperando.
Cinco años después tenían una hija, el miedo coexistía.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Necesidades: La tercera edad.


“Eso fue en mi época de juventud, cuando fui un best-seller. Recuerdo que subía y bajaba de un mueble a otro. Mis hojas respiraban libres, me abrían de vez en cuando. A veces me hacían cosquillas al subrayar unas frases, otras me producían daño al doblar mis esquinas, los más considerados utilizaban separadores; todo era fascinación. Algunos de mis lectores lloraban o hacían muecas de exasperación, nunca dejé a ninguno indiferente, de eso estoy orgulloso. Hasta que pasaron los años y me convertí en uno más de la estantería, en mi pequeño huequito junto a otros cientos. Y ahora, después de tantos años, mira dónde me veo, con tanta experiencia y sabiduría, ¿para qué?, ¿de qué me sirvió? Para acabar haciendo de contrapeso a esta cama coja que no se mueve porque los amantes son tan viejos como yo. Para terminar mis días solo, tirado, inútil, roto.”

martes, 1 de diciembre de 2009

Necesidades: Cuadros.

Llego todos los días sudada, la vuelta del trabajo en bicicleta se hace dura, sobre todo por el tráfico. Subo las escaleras como una colegiala, volando, a esa hora siempre estoy hambrienta. Saco las llaves de la mochila y antes de abrir giro mi cabeza, abajo, en el patio, hay una imprenta. Por la ventana se puede ver a un muchacho, joven, no más de treinta. Está sentado, toda su atención puesta en la pantalla del ordenador. Desde aquí arriba no me ve, lo observo unos segundos. "¿Cómo será trabajar todo el día ahí encerrado, sentado, delante del ordenador?". Descubro sus ojeras, aunque también he descubierto sus ojos profundos y su pelo negro; disfruto de esos momentos, como si estuviese ante un cuadro de Gustav Klimt.

*

Quedan diez minutos para cerrar el chiringuito, el reloj se hace lento. La última media hora es pesada en la imprenta y mi estómago está hueco. Sentado en el ordenador miro los últimos encargos, pocas ganas de hacer más, pero la jefa está clavando sus ojos en mi nuca. Oigo una puerta, es del portal, desde mi ventana la puedo ver. Entra una muchacha con una bicicleta, lleva un casco en la mano. Su cara me suena de algo. "No sé, la habré visto otro día en el bloque". Abre el buzón, su pelo castaño brilla, el rostro cansado, cansado y precioso. Gozo del instante mientras ella ojea sus cartas, dedos muy finos y piel muy blanca, podría decirse "La joven de la perla" de Johannes Vermeer. Vuelvo a mi ordenador, el fondo de pantalla ha desparecido, "El beso" de Klimt se esfumó.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Necesidades: La compra.


Este relato lo escribí hace tiempo, es resultado de una broma con una amiguísima, gracias "Vieja" por esas risas y momentos en la isla. Por cierto, la historia no es apta para cardíacos:

"Sólo era un fin de semana resumido. Su marido tenía la obligada imposición de asistir a aquel petulante congreso de “Diseño de muebles” en la capital europea, Bruselas. Cogía el avión el viernes, volvía el domingo. Al despedirse le habló de la pesadez que le provocaría escuchar a los empresarios, todos europeos egocéntricos llenos de nuevos ideas; ideas tan acuciantes como el movimiento rotatorio de la Tierra.

- Si te aburres mucho me llamas y te cuento mi jornada en el vivero. Voy a aprovechar tu ausencia para hacer una buena limpieza en la cocina. Además por las noches beberé güisqui y veré películas guarras a tu salud –su mujer le soltó un beso sonoro y sincero entre risitas maliciosas.

- ¿Serías capaz de ver una sin mí? Al menos que no sea de las nuevas, que esas quiero disfrutarlas contigo. Nos vemos pasado mañana - cerró la puerta. Sintió sus pasos alejarse por la acera.

Como había comunicado a su marido, Sara comenzó a trabajar en el vivero, a las 13 horas ya había terminado y volvía a casa. Poco después se encontraba en la cocina, trajinando los muebles, mudando ollas, trasladando cubiertos, desnudando el frigorífico desenchufado; en fin, haciendo tiempo para no caer en la cuenta de que la casa estaba demasiado silenciosa, pulcra y vacía. Sus nervios estaban a flor de piel, no paraba de moverse de un sitio a otro, una ardilla en pleno incendio. Por la tarde charlaron un rato por teléfono.

- Sí, todo bien. Hay varios españoles, ya he hablado con ellos, esta vez no ha habido ninguna trifulca entre nosotros, ni siquiera nos ponemos verdes los unos a los otros. Parece que el complejo de Caín y Abel comienza a desmoronarse.- Él la ponía al día de los sucesos acontecidos en las reuniones y conversaciones de su jornada por Bélgica. Ella le insinuó abiertamente el hueco que su ausencia le creaba en el interior.

- Me alegro de que este año te relaciones con nuestros compatriotas. Yo sin embargo he de comunicarte un descubrimiento que he hecho hoy mientras repasaba la cocina: esta casa es para dos, estar aquí sola es como vivir en ausencia del todo – palabras tranquilizadoras traspasaban las ondas. Besos y abrazos a distancia que ambos enviaban sin sentir el acuse de recibo.

Tanta actividad en la cocina dejó a Sara llena de sudor, muy sucia; así que decidió darse un premio: un baño espumoso y un Chiva con hielo en su mano derecha. Ordenó sus pensamientos: “comprar Chiva, preparar el baño y disfrutar relajadamente de mi solitario sábado noche”. Estando en el supermercado recordó varias cosas más que necesitaría.

“No tenemos preservativos, mañana llega del congreso, así que querremos fiesta, cogeré una caja de doce. El Chiva, mi autorregalo por supuesto. ¿Olvido algo? Ah, la lejía, si mañana quiero continuar limpiando, necesito la lejía. ¿Qué más? Unos plátanos, me encanta el plátano frito para el desayuno”

Pasó por caja: el güisqui, los preservativos, los plátanos y la lejía. Al pagar notó que la cajera se reía, una risita interna que intentaba esconder tras una cara seria. Sara preguntó sin vacilar.

- ¿Ocurre algo?

- No, sólo que… con lo que ha comprado, ya ve… se me vino a la cabeza que…menuda juerga que…se va a pegar usted esta noche, ¿no? – a Sara le dio por reír a carcajadas, de esas carcajadas grotescas que a los niños pequeños da miedo.

- No, no creo que me pegue tal fiesta, mi marido no vuelve hasta mañana – ella tomó el cambio.

- Entonces con más razón – contestó la cajera. Ambas rieron al unísono.


Al volver, en el coche, le dio vueltas en su cabeza al incidente. Le hacía gracia la conclusión tan básica a la que la cajera había llegado. Calibró de simpática e imaginativa a la dependienta, además de valiente al decir exactamente lo que le había pasado por la mente. Aparcó, paró el motor. Subió las bolsas con la prisa de un vendaval.

Con movimientos automáticos pero quietos preparó todo; la bañera con agua casi ardiendo y espumeante, la música con baladas de Leonard Cohen, dos plátanos como cena en un plato y un vaso rebosante del alcohol al que no estaba acostumbrada. Apagó las luces dejando unas velitas como única iluminación. Sus ojos tardaron unos segundos hasta acostumbrarse a las sombras. Se desnudó delante del espejo, su mirada la recorrió; piernas duras, caderas prominentes, pechos aún tersos, piel todavía suave. Brindó acercando la copa hacía su otro yo. Se sonrojó ante su propia voluptuosidad “Por mis cuarenta y dos tan bien llevados”. Ya sumergida, despellejó uno de los plátanos, lo fue mordisqueando entre sorbo y sorbo de güisqui. Relajación de todos sus miembros, de nuevo en el vientre materno. Se sirvió dos copas más. La música la acariciaba. Sus párpados posados. Así comenzó; llevó sus manos de excursión por su cuerpo, sus pezones se doblaron al roce de las yemas. Sus dedos registraron el ombligo con el respectivo saco de cosquillas. Llegaron hasta la entrepierna, se mordió el labio inferior con los dientes. Se posaron en su interior de forma tan suave y lenta que se le escapó un gemido de placer antes contenido. La humedad era mezcla, agua y sustancia; abrió los ojos, no se avergonzaba. Gozaba viéndose a si misma en tal estado. Reflexionando tanto como un adolescente, cogió el plátano que había dejado en el borde de la bañera sin pelar. Con sus dedos creó el acceso ya dilatado de por sí, lo presionó poco a poco, meneándolo de lado a lado, en círculo, excitada reventó de placer. Cuando aquello terminó se quedó paralizada con el plátano en la mano.

La broma de la cajera había resurgido entre la espuma."