domingo, 28 de noviembre de 2010

Necesidades: Al retiro


En el barrio le llaman la Chula porque nadie nunca le hizo de chulo, ella misma se valía. Ya se ha jubilado de la calle y hace años dejó de teñirse la capa de pelo blanco que le cubre la cabeza. Tiene una dentadura que se mueve mucho y mete en un vaso cada noche, medio rota y picada, le hace el apaño. Las caderas le duelen, sobre todo al subir al tercero, porque aunque se ayude de un bastón de madera, los huesos gastados son los huesos gastados. Y lo peor no es tener que subir las escaleras, el edificio es tan antiguo que las humedades se comen las paredes de las tres habitaciones de su casa, humedades que arremeten contra su esqueleto cada noche. En la salita-cocina tiene una pequeña estufa que apenas enciende porque no tiene un euro para pagar la luz. El dormitorio es tan enano que la cama conquista casi todo el espacio, y en el servicio no hay bañera sino barreño y agua fría, tampoco puede pagar el butano. Es la morada de la Chula, tan demacrada como ella misma, tan anciana que hasta los cimientos tiemblan con cada tormenta nueva.


A la Chula la conocen en todo el barrio. Hay un bar en la esquina de la plaza con las cristaleras llenas de polvo y las paredes ennegrecidas, Ramón lleva treinta años regentándolo y nunca le ha negado a la Chula un vaso de leche bien calentito. Las mañanas son muy duras, tanto como las noches, y Ramón aunque basto y grosero esconde una flaqueza. Su flaqueza entra muy temprano, se acomoda en una silla del fondo y empieza un diálogo en el cual Ramón responde con monosílabos mientras sirve cafés, carajillos y comenta los resultados del fútbol con el resto de clientes. Miles de veces Ramón ha sido amonestado por su mujer, ella cree que para el negocio no es bueno tener a una vieja como la Chula día sí y día también. Pero Ramón le responde con tono seco:


- Pero si el barrio está lleno de yonquis, chorizos y vagabundos. ¡Ni que fuese a entrar aquí la princesa Leticia!. Además la Chula no le hace daño a nadie, déjala que así pasa el día más entretenido.- Y sigue colocando botellas y vasos, sudando una camiseta llena de lamparones amarillos a juego con las esquinas negras del local.


Las tardes que hace sol la Chula se va a la plaza, se encuentra con viejas comadres y con los que trapichean, las primeras hacen uso de su tradicional verborrea para poner a todo el barrio del vuelta y media, los segundos toman los bancos más escondidos, a la vera de la muralla, los negocios se hacen a oscuras.

Hay temporadas que las palomas se hacen con el territorio y lo llenan todo de cagadas.


- Te has dado cuenta Chula, ya no quedan palomas blancas, son todas negras.- Ella mira alrededor confirmando la frase de la Juli.

- Pues si es así ¡igual me da!,negras o blancas la misma mierda fabrican.

- Pues a mí me gustaban más las blancas, las de antes.

- Esas se fueron como se largaron todos, rápido y veloz cuando cerraron la fábrica de papel.- Así pasa las tardes la Chula, recordando lo que fue el barrio antaño, cuando aquello sólo era un llano de barro y la gente de los pueblos empezaba a llegar con sus maletas vacías.


Ella misma, si la memoria se lo permite, se deja avasallar y se ve con veinte años entrando por esa misma plaza, insegura, indecisa y con todas las “in” que uno pueda imaginar. Buscó una casita en la que servir, sacarse unas perras y mandar algo al pueblo. De esta forma entró la casa de los Fernández, una familia adinerada con tres niños que vivía en el centro. El cabeza de familia, Juan, era funcionario del estado, la Chula nunca supo a qué se decicaba exactamente pero sí le dedicó mucho tiempo a ella, tanto que en menos de un año la despidieron con un proyecto de unos seis meses. Sola llegó hasta el final, mal viviendo y mal vista, tuvo un niño, un angelito sin pan bajo el brazo y con una deficiencia severa. La ciudad era tan pequeña todavía que el chisme corrió como la pólvora entre las altas y las bajas esferas, y Anita, con sus veintidós años, no encontraba casa en la que esclavizarse. No le quedó otra que tomar la calle y hacerse llamar la Chula, la vuelta al pueblo era impensable. Pasaron años, otra relación le dejó otro niño, nuevo abandono y más tristezas.


- Tienes razón Juli, ahora no queda ni una paloma blanca.

- El sol se va.

- Él también.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Necesidades: Tardío



- Desde que estoy enfermo duelen más las derrotas, recuerdo esos casos asiduamente y no dejo de repasar cada detalle, desde lugares hasta personas y olores. Pero hay uno, uno concreto, que me dejó entonces noqueado, incluso la prensa sensacionalista se hizo eco de ello. Todo ocurrió tan rápido y tan ferozmente que no me dio tiempo a asimilarlo, quizás lo estoy asimilando ahora mientras te lo cuento a ti.- Miro a mi hija que ya tiene casi cuarenta, no me quita ojo, desde que el médico habló de cáncer de próstata me escucha con más atención. Sé que quiere rellenarse de mí a través de los recuerdos que me quedan, antes de que yo pierda el sentido con los medicamentos que me duermen y me ayudan a obviar el dolor.

- Para tanto no sería, tiendes a magnificar las cosas, y con el tiempo uno las agranda más y las cambia sin querer.- Termina su tarta de chocolate de un bocado, quiere hacerme creer que incluso tiene apetito, que lleva bien mi partida inminente, la conozco como si la hubiese parido yo mismo.- Pues tengo toda la tarde para que me cuentes ese escabroso caso que tan presente tienes.- Me tapa los pies con la manta y se arrebuja en el sofá contigüo con un bloc y un bolígrafo en sus manos.

- ¿Vas a tomar notas?

- Sí, ¿por qué no?

- No creo que puedas resolver este caso treinta años después, entonces buenos compañeros trabajamos en él codo a codo y nada pudimos solucionar, todo quedó en el archivo.- Sonríe y me anima a empezar dándome un golpe en el codo con el bolígrafo.- Hace treinta años tú tenías nueve, una niña demasiado activa para un policía agotado de los turnos de noche y el mal sueldo. Algunos de mis compañeros eran corruptos otros eran trabajadores como el que más, algunos vagueaban y se hacían los suecos ante problemas mayores, otros se enfrentaban a aperturas de expediente y suspensión de sueldo por poner en evidencia a algún policía-ladrón. Pues todas estas luchas de poder, de diretes, puñaladas y chismes se pusieron en paréntesis durante ocho meses. Durante esos ocho meses la comisaría se transformó, fuimos los mejores compañeros que nunca podíamos haber llegado a ser, todo por el caso de “El fantasma”, así acabamos llamándolo entre nosotros y así se conoció en la prensa - en ese instante, justo antes de empezar a relatar todo, entra mi mujer, dirige una mirada severa que hace a mi hija saltar del sofá.

- Lleváis dos horas aquí encerrados, deja ya a tu padre que necesita descansar un poco.- Me tiende dos pastillas de las de antidolor y un vaso de agua con la ternura de la que todavía tiene esperanza. Mi hija me suelta un beso en la frente.

- Bueno, pero mañana tienes que contármelo todo, vendré después del trabajo, así que ve ordenando esos recuerdos.

- Vale, hasta mañana.- Mi esposa me amolda la manta, sus ojos no mienten, llorosos como los de una niña. Es la primera vez que no sé de qué manera consolarla, la impotencia se añade al dolor. Cuando sale de la habitación oigo sus pasos cansados por el pasillo, han sido tres meses muy duros sobre todo para ella, porque yo ya lo asumí. Las dos pastillas hacen el efecto, el dolor vuela lejos y el sueño se hace patente, lucho contra el segundo. Aprovecho para coger el bloc y el bolígrafo que mi hija ha dejado sobre la mesa. Quiero cumplir la promesa de contarle el caso de “El fantasma” y esta noche no quiero quedarme dormido por nada del mundo, el miedo a no despertar se ha apoderado de mí.

*

“Mi mejor compañero era Francisco, un tipo mayor que yo, franco y práctico en la toma de desiciones. Siempre serio, silencioso y pragmático, de los pocos que todo el mundo respetaba. Aquel año él cumplía tu edad, tenía una hija de quince años. Recuerdo que hizo un frío espantoso, la calefacción se rompió en la comisaría e íbamos todos apretados en nuestros abrigos, parecíamos el muñeco Michelín y bromeábamos sobre ello. En Noviembre Francisco faltó dos días seguidos al trabajo, algo chocante en una persona que nunca, -y cuando escribo nunca es nunca-, había faltado. Estando de patrulla pasé por su casa, pensaba que estaba enfermo o algo así. Llamé al telefonillo. Nadie contestó, otro vecino entró y aproveché para subir. Me abrió la puerta él mismo, su cara era un retrato de angustia.


- Buenas, pensaba que estabas enfermo y he venido a verte a ver qué tal te encuentras.- Me hizo pasar sin decir palabra, una vez sentados en el salón me di cuenta de que la mesa había un cenicero a rebosar, sin embargo él había dejado de fumar hacía unos años.

- Volveré en una semana al trabajo, esto hay que resolverlo sea como sea.- No sabía a qué se refería porque los últimos casos, los de los ladrones de motos y el maltratador estaban solucionados, así que esperé pacientemente su explicación mientras él se encendía otro cigarro.- Antes de ayer, por la noche, violaron a mi hija.- Me puse blanco de golpe y acepté su cigarrillo.- Ella está ahora mismo en el psicólogo con mi mujer, me ha contado cada detalle, ha sido un infierno.

- ¿Cómo?...Quiero decir, ¿cómo estáis?

- Ellas destrozadas, yo con la mala leche

desbordándome. Viniendo a casa a las diez y media un tipo le puso una navaja por detrás a la altura del callejón y allí ocurrió todo. No pudo ver nada, nada, no tenemos nada, y mi hija, mi hija está fatal.- Sus lágrimas me parten el alma.

- Pues en cuanto vuelvas nos ponemos a investigar todo esto. Si quieres puedo ir preguntando a los vecinos que viven cerca del callejón a ver si oyeron o vieron algo. ¿Te parece?

- Te lo agradezco. En la comisaría sólo lo sabe el jefe,

hazme el favor de ir diciéndoselo al resto, no quiero llegar allí y tener que contar a cada uno la razón de mi baja. Dile a Pedro que te eche una mano, él es de los buenos aunque a veces no se comporte como el mejor de los compañeros.- Se levanta, anda nervioso por el salón.

- ¿Seguro que en una semana podrás volver?¿Te sientes

con ganas?- Me mira con los ojos inflados en desesperación.

- Sí, tengo ganas, ganas de pillarlo, hijo de puta, cerdo

asqueroso,...- Sus lágrimas se convierten en insultos, los lanza al aire, está soltando lastre, lo dejo, es el camino para reconcialiarse consigo mismo. Después de aquella conversación no volví a sentirme tranquilo como padre, tú solo tenías nueve años, cada vez que lo recordaba me estremecía de miedo.

Esa semana la dediqué junto a Pedro a preguntar por la avenida del callejón, nadie había visto ni oído nada. Los demás se implicaron sin pedírselo, algunos fueron a la misma avenida algunas noches a ver si aparecía algún extraño repitiendo lugar y acción. Cuando Francisdo volvió le dije todo lo que habíamos hecho.

-Nada, seguimos sin tener nada.

- Habrá que esperar.-Volvímos a la rutina diaria, cada uno hacía su jornada, pero siempre atentos a la zona, con un ojo en el caso de la hija de Francisco.

*

Pasado un mes, en una de las guardias nocturnas llegó una chica de veinte años acompañada de su madre, ambas lloraban sin parar. Después de un rato logramos discernir que la chica había sido violada. Una vez puesta la denuncia las acercó al hospital para las pruebas médicas otra compañera. Francisco y yo nos quedamos a darle vueltas al asunto. La forma había sido la misma, navaja por detrás y arrastrarla a un sitio solitario. Pero esta vez teníamos algunas características físicas: hombre corpulento, moreno, de nariz aguileña, no muy alto, vaqueros y camisa gris, ningún pendiente, ninguna marca. Salimos a dar una vuelta por el barrio donde ocurrió el suceso, ansiosos por encontrarlo y molerlo a palos. Pero no dimos con él, se lo había comido la tierra, desesperación era la palabra.


- ¿Crees que volverá a hacerlo?

- Claro que sí, a lo mejor cambia de barrio, por miedo, pero seguro que lo vuelve a hacer, eso es lo que me angustia, saber que hay otra chica que pasará por lo mismo que mi hija.- Lo dijo seguro de que no daríamos con él.

- Quizá lo encontremos antes.- Estaba asqueado pero no perdía las ganas de poderlo abofetear.- Si lo encontramos ¿has pensado ya lo que harás cunado lo tengas delante tuya?.- Suspira echado sobre la silla.

- Sí, lo he pensado. No haré nada, me ocuparé de que esté en la cárcel el mayor tiempo y con privaciones.

- La cosa es que no cuadran en la descripción otros violadores ya fichados, es raro, suelen ser reincidentes.

- No te comas más la cabeza, mi experiencia me dice que

habrá que esperar a otra chica.- Y Francisco llevaba razón, a las semanas fue una de diecisiete años, mismo modo, mismo hombre, mismas frustraciones por nuetra parte, mismo sufrimiento por la de ella y su familia.


Francisco y yo cogimos la manía de pasear por la ciudad cada noche, casi de madrugada, con la esperanza puesta en un encuentro fortuíto con el agresor. Pero la suerte no estaba de nuestra parte y la mayoría de esas noches nos sirvieron de terapia. Él hablaba de sus miedos, de su hija, cómo toda su vida había cambiado. La chiquilla desde la violación tenía fobia a salir a la calle sola, no era capaz ni de ir a comprar el pan, y tampoco era capaz de quedarse en casa si no estaba su madre o él. Esto parecía una idiotez, pero les limitaba mucho la vida, sobre todo a su propia hija, sus amigas intentaban animarla, iba a terapia dos veces en semana, pero la niña no levantaba cabeza, se había cerrado en banda. Yo le aconsejaba en lo que buenamente podía, nunca me he considerado buen consejero, y después cambiábamos a mis problemas con mis sus suegros. ¿Te acuerdas de la temporada que tus abuelos se vinieron a vivir con nosotros?. La razón de que se vinieran no te lo hemos contado porque no lo creímos necesario nunca, pero ahora, ¿¡qué más da!? Tus abuelos avalaron a tu tío Juan con su casa en la compra que él hizo de un apartamento en la playa. Él se quedo parado porque la construcción se vino abajo, no pudo pagar el apartamento y le quitaron la vivienda a tus abuelos. Al principio vivieron con nosotros, pero yo no podía con tu abuelo, se metía en todo, me tenía por un inútil y su hijo Juan era perfecto, así que un día hablé con tu madre y decidimos que si su hermano era el resposable del desaucio de sus padres que él les diese cobijo en su propia casa. ¡Sí!, puedo ver tu cara de sorpresa, tu tío Juan dejó a tus abuelos sin casa por el lujo de tener una segunda vivienda en la playa. Bueno, dejaré este tema que tu madre nunca quiso que lo supieras, pero una vez abierta la caja de Pandora ya nada se podrá hacer. Además te veo con unas ganas inusitadas de saber cosas del pasado que no viviste o si las vivistes eras demasido pequeña para comprender. Y ya que sabemos ambos que son mis últimos días nos vamos a dar el gustazo los dos, yo de decir todo lo que necesito decir y tú de saber todo lo que quieras saber, siempre que siga en mi memoria, ya sabes que muchas cosas la mente las olvida, yo lo llamo la “selección de la memoria”. Pero bueno, ya me he perdido de lo que te estaba relatando...eso, te hablaba de mis noches junto a Francisco por las calles. Nos sirvió a los dos, no encontramos al violador, pero al menos sentíamos que estábamos haciendo todo lo que estaba en nuestras manos para encontrarlo.

Pasaron unos ocho meses, otras cinco chicas más fueron violadas, nadie veía nada, nadie oía nada, como si la tierra se hubiese tragado al violador Fantasma. Fue desesperante ver pasar el tiempo y no encontrarlo. Las dos últimas chicas violadas lograron ver y describir el rostro de su atacante, hicimos un retrato robot que salió en todas las noticias y periódicos posibles. A los tres días de sacar la fotografía una mujer vino a la comisaría. Era mayor, o por entonces a mí me lo parecía, con el pelo recogido en un moño perfecto, andaba tranquila y venía con el delantal y las zapatillas de estar en casa. Parecía tener la cabeza ida, al principio no le hicimos mucho caso, hasta que sacó la foto.


- Sí, yo conozco al hombre que vi ayer en las noticias.

- ¿En serio? ¿Este del dibujo?.- Francisco señalaba insistentemente el retrato robot.

- Sí, caballero, tengo cincuenta años pero la vista me funciona muy bien, le aseguro que es ese.- Francisco y yo nos miramos, no estábamos seguros si esa mujer decía la verdad, mientras ella rebuscó algo en su delantal y sacó una imagen.- Miren, tengo una fotografía de él y todo, es en blanco y negro, pero se ve claramente que es él.- Los dos nos lanzamos sobre la fotografía de la mujer y nos quedamos asombrados e ilusionados al ver que era el mismo.

- ¿Quién es?¿Cómo se llama?¿Dónde podemos

encontrarlo?...- nos atropellábamos uno al otro al hablar.

- Se llama Antonio, Antonio García, natural de Valladolid.- Los dos empezamos a apuntar en la libreta como locos.

- Pero señores tranquilos, Antonio actualmente está en el cementerio, murió hace tres años de un infarto, era mi marido, tenía sesenta años.-Nuestras caras se pintaron de incredulidad.- Y esta fotografía era de él cuando tenía unos cuarenta. Por eso he venido, quería avisarles que el de la imagen que salió en la tele está más que muerto y no es posible que se haya rejuvenecido veinte años y se haya levantado de la tumba para violar a esas chicas. O ¿sí?.- No supimos qué decir, le tomamos declaración, nos quedamos con la foto que trajo y en cuanto se fue comprobamos los datos, incluso fuimos al cementerio a ver si era verdad todo. Y sí, lo era. Yo nunca la creí, no tenía sentido, ¿podía ser una casualidad? Lo cierto, es que después de la declaración de aquella mujer no volvieron a violar a ninguna chica en mucho tiempo, y las violaciones que se produjeron posteriormente fueron cometidas por otros hombres, estos con DNI en vigor.”


Al día siguiente nuestro narrador queda sumido en una profundo sueño, su hija encuentra este escrito y llora desconsolada. Su esposa también.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

Necesidades: De ser infiel


Sabe que está en el mejor momento de su vida, a su éxito profesional, al que siempre dio prioridad, se le une el personal. Hoy estos pensamientos toman su cabeza mientras se ducha y se prepara para una fiesta “sorpresa”, su familia y el buffet de abogados para el que lleva veinte primaveras trabajando se han unido para desearle felices cincuenta años.

En la habitación un traje de chaqueta negro le espera, se coloca la corbata mirando el espejo de la cómoda, sobre ella varias fotografías, su mujer sonríente en un parque, Sandra y Luis, sus hijos, cuando eran pequeños jugando en una piscina y otras dos en las que sus hijos se han transformado en padres y esposos. La satisfacción es tan grande que olvida que estaba haciendo el nudo de la corbata y acaba liándose.


- ¡Cristina!, ¿puedes venir un momento?.- Al instante aparece una mujer de cuarenta y tantos con un vestido sencillo rojo ceñido.

- A ver, ¿qué le ocurre al personaje del día?.- Ella en seguida coge la corbata y en unos segundos la deja perfecta.-Me tienes que contar cómo te enteraste de la fiesta, mira que tomamos todas las precauciones para que no te enteraras, pero siempre me he dicho que tienes alma de espia.-Le da dos golpecitos en los hombros y le suelta un beso rápido en los labios.

- Demasiadas llamadas a voz baja, damasiada gente tenía el día de mi cumpleaños pillado por otra cosa, y sobre todo me di cuenta cuando Sandra y Luis conicidían en la excusa, “Tengo al niño malo”.- Él no puede dejar de mirar los ojos de Cristina, de tocar su pelo suelto.-Nunca me cansaré de repetirte que ese negro de tu pelo y tus ojos me van a volver loco.

- Cariño, tu locura es de nacimiento.- Ella se ríe y sale del dormitorio.


Al llegar a la fiesta se hace el sorprendido, pasa la noche saludando a familiares y compañeros, todos quieren un rato de conversación con la atracción de la noche: él mismo. No pierde de vista a la mujer de rojo que en todo momento anda cerca pero que también atiende al público. En tres horas han llegado al postre, la familia se ha ido, incluso su esposa que ya no podía más con el dolor de cabeza, quedan únicamente los abogados que más han trabajado con él codo con codo; Pedro, especialista en coches robados, Álvaro, dedicado sobre todo a los conflictos por herencias familiares, y Roberto el comodín, capaz de cualquier caso. El resto de la noche la pasan conversando de trabajo entre copas, de casos pasados, de los de ahora. Los allí presentes adoran lo que hacen, viven para ello, lo disfrutan. César toma conciencia de lo afortunado que es.

Esa noche llega a casa en taxi y le cuesta unos minutos meter la llaves en la cerruda. Dentro todo está oscuro y silencioso, el olor a jazmín le invade, a Cristina siempre le ha gustado ese aroma. Va directo a la cocina en busca de un suculento bocado, encuentra una torilla de patatas en la encimera. Se sienta y se dispone a cortar un trozo cuando por la falta de control del cuerpo, el alcohol lo descoordina, da un codazo a una silla y la tira al suelo junto al bolso de su mujer.Así, desde fuera, parece un payaso de circo sin equilibrio. Al terminar con la tortilla levanta la silla que había tirado y recoge el bolso con las pertenencias que habían quedado esparcidas por el suelo. Le llama la atención la cartera, es roja, como el vestido de esa noche, con unos bordados en azul, siempre pensó que Cristina tenía estilo para vestir, pero ahora se da cuenta que tiene estilo para todo, hasta para los detalles más nimios. La abre y empieza a sacar todas las tarjetas a su nombre, Club de Lectura, abono anual del teatro “Els Batard”, tarjetas de descuentos en grandes superficies, El Corte Inglés, Donante de Sangre, la de estudiante de la Universidad de Bellas Artes de Barcelona,... Él podría escribir la rutina diaria de su esposa mirando esos rectángulos de cartón y plástico. En una de las ranuras de la cartera encuentra fotos de tamaño carné, una de Sandra, otra de Luis, de los nietos y una cuarta de un hombre de unos treinta y cinco años, moreno y sonriente, al que César no había visto en su vida.

No le da la más mínima importancia a esa foto, la mira varias veces, graba el rostro del tipo en su memoria y la vuelve a dejar en su sitio, en la ranura de la cartera de su mujer.

Por la mañana tiene un dolor de cabeza espectacular, no está acostumbrado a dormir tan tarde y tan cargado, pero Cristina se ha encargado de llevarle un sobre esfevecente que sabe a limón y hace efecto en menos de quince minutos. Cuando consigue llegar al baño y darse una ducha empieza a ser de nuevo un hombre entero. En la cocina huele a mantequilla, café y tostadas, es un domingo soleado y Cristina ya está planificando algo para hacer.Él se sienta a la mesa deseando un sorbo de café.


- Han puesto un mercado de flores hoy en el paseo de Gracia. Había pensado que podríamos pasarnos y traer algunos tiestos y semillas. Hace un buen día.- Él no está muy comunicativo y tarda en responder.

- Cariño, lo siento pero necesito un día “Gran Hermano”, ya sabes del sofá al baño y a la cocina y se acabó.- Ella sigue sonriente.

- Pues iré yo sola.- Le da un beso en la mejilla y sale con el bolso que estaba en la silla.

Él se queda masticando sus tostadas en solitario, su cabeza rumia algo que siempre ha sabido, su mujer necesita salir y hacer cosas, a ella nunca le gustó estar entre cuatro paredes, eso la afixia. Se ve a sí mismo analizando los comportamientos de Cristina, nunca lo había hecho antes, en tantos años de matrimonio nunca se había parado a analizarla, simplemente la quiere como es, sin necesidad de pensar en cómo es ella. A partir de esa mañana César adquirirá una nueva manía, observar y analizar la forma de actuar de su esposa.


*


-¿Qué te parece si esta noche vamos a cenar al italiano?.- Acaba de llegar del buffet y siendo viernes quiere regalarse un rato con Cristina, sin nietos ni hijos por medio.

Ella acepta encantada y en unos minutos se ponen en marcha, paran en la gasolinera, mientras ella se ocupa de rellenar el depósito él atiende una llamada de un compañero, uno de sus casos peligra y necesita ayuda. Quedan en verse al día siguiente para analizar punto a punto el caso.


- Mañana por la mañana vendrá Roberto a casa, nos encerraremos a trabajar como mulos en el despacho.- Lo dice sobriamente, Cristina conduce en dirección al restaurante.- Eso implica que no podré comer en casa de Luis, le darás saludos a los niños de parte del abuelo.

- Bueno, pues nada, tendremos que aprovechar la noche.

- No nos queda otra, lo siento.

- No digas lo siento si no lo sientes, sé de sobra que te apetece más trabajar que pasarte el día del sábado rodeado de niños gritando.

- Me conoces muy bien.- La conversación queda ahí, pero César se pregunta si conoce a su mujer tanto como ella a él mismo, empieza a dudar y no sabe de qué. Sin embargo dormirán abrazados como cada noche, sin duda.

*

Cuando Roberto llega a eso de las once de la mañana, Cristina ya se ha ido de casa. Así que en vez de encerrarse los dos en el despacho deciden quedarse en el salón, mucho más cómodo porque la mesa en más grande. Después de discutir varios puntos se da cuenta de que el caso está mascado, que Roberto lo tiene todo muy claro y que no era necesario reunirse para tal cosa, además aprecia en él un nerviosismo y despiste supinos. Roberto le dice que es cierto, que el objeto de reunirse con él era para decirle que había estado a punto de matar a su propia mujer tres días antes.


- Mira, creo que si no lo hice en ese momento fue porque llamó al portero el repartidor del Mercadona, sino la mato con estas manos.- Roberto se las muestra a César como si fueran cuchillos, se levanta, coge otro cigarrillo y lo enciende en el cuarto intento.- Pero es que cuando leí esos mensajes en el móvil de su supuesto primo Andrés me volví loco. Ella al principio me lo negó todo y cuando le dije que había leído sus mensajes se me encaró diciéndome que quién era yo para no respetar su intimidad.- César no quiere interrumpir, deja a su amigo vomitarlo todo y abre una botella de vino de los buenos.- La muy perra al final se derrumbó y me admitió que ese tal Andrés no era su primo, si no un compañero de trabajo con el se había acostado una sola vez.¡Mentirosa!, fui a preguntar y a indagar y al menos llevan ocho meses liados.¿Qué te parece? Roberto es un gran cornudo.- Le ofrece una copa a su amigo.

- Roberto, puede parecerte mal lo que te voy a decir pero lo primero que debes hacer es separarte y pasar de ella, cuanto más la ignores mejor será. No eres ni el primero ni el último, debes evitar que tus manos toquen a Laura, te arruinarás la vida.

- Lo sé, lo sé, eres el primero al que se lo cuento, a parte de mi hermano porque llevo desde entonces viviendo en su casa. Necesitaba contártelo. Doce años juntos, y me hace esto.


La conversación los lleva a tomarse dos botellas de vino, César hace terapia a un Roberto destrozado. Lo escucha, le aconseja y cuando llega Cristina le pide un taxi de vuelta a casa de su hermano. Explica a su mujer todo lo ocurrido a Roberto y en un rato queda dormido en el sofá. Despierta más tarde, de madrugada, tiene una manta y el pijama puesto, el salón está a oscuras. Se levanta y va directo a la cocina,esta vez no busca la tortilla, busca el bolso de su mujer, dentro está la cartera roja, saca las fotos y vuelve a ver la del tipo joven sonriente al que no conoce de nada. Le da asco, lo odia, la mira bien, no quiere olvidarlo, las dudas ahora son mayúsculas.

*


Como siempre ha hecho César ante las situaciones delicadas reflexiona en su oficina del buffet a puerta cerrada con “Rose Tatoo” a todo volumen, lo hace cuando ya todos se han ido y no hay nadie en las habitaciones colindantes. De esta forma comienza a tomar decisiones, a vislumbrar un plan más o menos claro, debe averiguar quién es el tipo de la foto, debe averiguar qué hace Cristina durante las horas que él está en el trabajo, debe averiguar si lo que contaban las tarjetas de su cartera es cierto, si ella pierde su tiempo en el club de lectura, la universidad, las tiendas,...Valora contratar a un detective, llama a varias agencias y al final se decide por “L.A. Confidencial”. Dos días después, a la hora del almuerzo se pasa por la oficina de detectives.La cita dura una hora, la tensión no le abandona en esos sesenta minutos, vomitar sus sospechas ante dos desconocidos se le hace duro.


- Usted no es el primer hombre en dudar y le aseguro que en menos de una semana sabrá si su mujer le es fiel. Ha hecho una detallada descripción de su rutina diaria, eso nos facilita el trabajo mucho, pero también necesitamos una fotografía de ella.- Habla el más mayor, delgado y con un traje de chaqueta da un aire de seriedad a una oficína minúscula y asfixiante.

- Aquí la tienen, es muy reciente.- Se la entrega al joven que viste un poco más desaliñado, con vaqueros y camisa, y que muestra una seguridad inusitada para su edad.

- Además tiene nuestro mail para cualquier consulta. En cuanto sepamos algo seguro, con imágenes y vídeo como usted ha solicitado nos pondremos en contacto.- Sigue hablando el joven, lo dice todo maquinalmente, como si ese discurso lo hubiese aprendido y soltado miles de veces a miles de hombres y mujeres angustiados. A él le hace gracia y sonríe en una situación en la que no debiera.

- ¿No les hace falta la foto del que creo que es su amante? Puedo quitársela de la cartera.

- No César, no debe, ella podría darse cuenta. Con lo que tenemos nos basta.- ambos le dan la mano y lo conducen a la salida, siente que le acaban de dar el pésame por una muerte inexistente.

*

Desde su paso por el despacho de los investigadores su estómago está del revés, le cuesta dormir y mira a su mujer casi sin verla. Cada noche acude a la cartera roja para ver la foto del susodicho amante, y cada noche imágenes de ella con él se meten en sus sueños y los transforman en pesadillas. A veces se arrepiente de haber contratado a unos extraños para resolver algo tan personal, otras se da cuenta de que salir de dudas es lo mejor. Cristina lo nota bastante extraño, intenta entablar conversación e incluso se muestra más cariñosa que de costumbre, piensa que eso es señal de la infidelidad y la poca conciencia que a su mujer le queda. Pasan los días y la temida y ansiada llamada no llega, dos semanas después se ponen en contacto con él.


- La hemos seguido las partes del día que no ha estado con usted durante quince jornadas y no hay nada fuera de lo normal. Sus amigas, su carrera, su club de lectura,...Le aseguramos que no hay amante por ningún sitio, es activa, muy sociable y no para quieta, pero no le es infiel. En estos CD’s hay imágenes de las actividades que ha realizado estas semanas indicando las horas, no hay nada que nos haya hecho sospechar.- Ambos me miran mientras yo en silencio termino mi cigarro.

- ¿En serio?.- César está descuadrado, no se esperaba tal noticia, en vez de alegrarse se siente confuso.- Pero eso no puede ser, quiero decir, ¿quién es entonces el tipo de la foto que tiene en su cartera?

- Mire, llegado este punto creemos que lo mejor sería que le preguntase directamente a su esposa sobre esa foto. Quizás el tipo fuese su amante en el pasado o algún novio suyo anterior a usted.- Sus ojos se abren grandes como platos, no quiere esa respuesta, quiere resultados que confirmen sus sospechas.

- Pues caballeros,- se levanta y saca un fajo de billetes de su cartera,- aquí tienen el precio de sus servicios, pero quiero que sepan que son unos inútiles porque estoy seguro de que Cristina me engaña.- Coge los CD’s de la mesa y pega un portazo que hace temblar la habitación entera con sus cuadros comprendidos.

*

Después del mal rato César se da cuenta de que sólo puede seguir a su mujer los domingos, esos días él puede apelar al cansancio decir que prefiere quedarse en casa y después ir a los lugares donde se supone que ella va a estar.

Lo hace durante dos meses y medio, no consigue sacar nada en claro. Cada noche sigue mirando la foto de la cartera, y además, visiona los CD´s de la agencia en los que ella hace de todo sin hacer nada malo. En esos visionados estudia cada detalle, hora, lugares y personas con las que Cristina se relaciona; mira las ropas, la forma de hablar y andar de su mujer, todo es analizado cada madrugada. Una de esas madrugadas queda dormido en el sofá y Cristina lo despierta con cara de pocos amigos.


- Ahora mismo me explicas qué carajo son estos CD’s en los que salgo yo, ¿me has espiado?.- Él medio dormido no entiende nada.- ¡Despierta de una vez marmota! Vengo a buscarte para que te vengas a la cama y me encuentro estas imágenes en la tele del salón.- César se restriega los ojos con los dedos.

- Pues sí, ¿qué quieres que te diga? Pero si estás tan ofendida yo no lo estoy menos,- ella frunce el ceño mientras él se levanta y saca la cartera roja que pone en sus manos.- Venga ábrela, saca la foto.

- ¿Qué foto? César te juro que no sé de que me estás hablando.- Cristina va sacanco todos los papeles y pequeñas fotos de su cartera.Las pasa una a una y no se da por aludida. Él se las quita de la mano.

- Ésta, ésta, la del tipo éste, el moreno que sonríe con cara de payaso.- Ella empieza a reír a carcajadas, ríe unos minutos hasta que se calma y su cara se transforma en la mala leche concentrada.

- ¿Cómo puedes preguntarme eso? En serio, cariño, ¿no te reconoces?

- ¿Cómo?.- César se pone blanco a la vez que mira la imagen que tiene entre sus manos.

- Eres tú hace bastantes años, cuando aún tenías pelo y sonreías en las fotos, cuando todavía confiabas en mí y me querías.

- Pero...no puede ser, éste no soy yo, éste es otro.

-Sí cariño, eso me acabas de demostrar, que el de la foto era otro distinto al que tengo ahora delante.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Necesidades: Fotografía cero

Siguiendo el consejo de Pei


Camina con la mirada clavada en el suelo, sus hombros tiran de él hacia delante, a lo lejos parece un viejo solitario, calvo y con joroba, en realidad tiene cuarenta y cinco años. Le sigue un perro que no deja de restregarse con la arena de la orilla y ladrar a las gaviotas. Cuando llegan al final de la playa suben hacia la carretera, en el coche su mujer Sara con un libro los espera.


- Hace mucho viento para ti, ¿verdad?.- Antes de arrancar Juan se frota las manos y enciende la calefacción. Ella cierra el libro, se mira en el espejo, vuelve a ver esas arrugas, cada vez más pronunciadas; su tez clara, casi nieve, no ayuda a disimular el paso del tiempo.

- Ya sabes que el frío lo soporto, pero con el viento mis oidos se quejan, pitan y duele.- La carretera es estrecha y asciende por una montaña pelada, la poca vegetación que hay es seca y escuálida. El silencio retoma el interior del automóvil, sólo se escucha la respiración del animal, el motor viejo y el silbido del aire.


Veinte minutos después llegan a una casona de piedra, pertenecía a los padres de ella. Por fuera es pequeña, pero por dentro muy amplia, con una chimenea, alfombras y muchas imágenes en las paredes. Todas muestran a personas y sombras por la playa en la que acaban de estar, algunas de cara, otras de espalda, todas en diferente actitud. Ella era una amante de la fotografía, pasó años viajando, sus imágenes eran portada de grandes revistas. Varios premios internacionales llegaron a sus manos y a su bolsillo. Años de mucho jaleo y moviemiento, años que pasaron a la velocidad de la luz.


- ¿Qué te parece ésta?.- Coge una de las imágenes que hay en la cocina y se la pasa a él, muestra una mujer sentada en la orilla de cara al mar, una desconocida.

- Pues bien, muy buena, como todas.- Ella insiste con la mirada, espera algo más.- ¿¡Qué!?. Ya te lo he dicho, es buena.- Como no llega lo deseado recoge la foto y sale de la cocina con un portazo lleno de enfado.


Se sienta en el sofá frente a la televisión apagada con la fotografía en sus manos, acaba rompiéndola en varios trozos, pedacitos muy simétricos que deja sobre la mesa. Él ni siquiera intenta hablar con ella, en cinco años ha conocido este tipo de rabietas y sabe que es mejor obviar las conductas de este estilo si quiere verla de nuevo relajada.

De todas formas ha llamado a Fernando, un amigo psicólogo, para contarle lo desesperado de la situación, en un año ha degenerado en la soledad y el silencio más angustioso. Al principio no le pareció mal irse a vivir allí, alejado del mundanal ruido de la ciudad, podría seguir escribiendo sus artículos para el periódico y enviarlos por mail. Todo había sido muy idílico en los primeros meses, los fines de semana siempre aparecía algún amigo por allí; daban largos paseos por la playa y el monte, disfrutaban del lugar.

Pero ella poco a poco se volvió más silenciosa, menos conversadora, cogía la cámara y se iba a la playa a hacer fotos; así se pasaba los días, fotografiando la misma playa, esperando a que pasase alguna persona para captarla con su cámara. Por la noche las revelaba en el sótono, se las mostraba a él para pedirle su opinión y las colgaba por la paredes de la casa.

Llegó un punto en el que a ella le molestaban las visitas de los fines de semana y se encargó de hacérselo saber a sus visitantes con ironías y malos modos. Él pidió disculpas a las visitas, pero ya no volvieron más.

Por eso a él le gustaban los días de viento, ella esos días no era capaz de coger la cámara para ir la playa.


- ¿Cómo puede ser? Está obsesionada con esa playa, no hace otra cosa que bajar a fotografiarla.- Al otro lado del teléfono Fernando le intenta dar unas pautas.

- Tenéis que salir de ese lugar, si ella es reticente a ello, que seguramente se niegue porque su absesión es esa playa, hazlo paulatinamente. Dile un sábado de ir a Cádiz o San Fernando a hacer unas compras, sólo eso, compráis y os volvéis. Otro día pones otra excusa, que poco a poco ella se acostumbre a estar en lugares con gente. Hasta que consigas que pase un fin de semana lejos de ese lugar.

- Gracias Fernando, te juro que ya no sé qué hacer, me tiene muy preocupado.

- De todas formas Juan creo que sería mejor verla y hablar con ella y contigo en pesona. Si te parece pasado mañana voy a veros, dile que estoy mal con Tere y necesito evadirme, para que ella no sospeche nada. Estaré dos días, ¿te parece?.

- Gracias Fernando. No sabes lo que te lo agradezco.

- Para eso están los amigos.

*

A la mañana siguiente cuando Juan se despierta lo primero que siente es el hueco vacio de la cama, el frío le cala el corazón, se acerca al comedor para confirmar que la cámara no está allí. Trufo, el perro, tampoco ladra fuera, el aire ha dejado de soplar. Él suspira, toma un café y se pone el chándal, ella se ha llevado el coche, así que irá a pie hasta la playa, “Seguro que anda allí, sin haber desayunado y sentada a solas como una loca”. Tomará un atajo, un camino lleno de pedruscos y de cacas de cabra, lo conoce muy bien, fue ella la que le enseñó ese sendero una noche. Mientras camina lo recuerda, parece un recuerdo lejano y en realidad sólo han pasado dieciocho meses; justo después del entierro del padre de Sara ella tenía que hablar con sus hermanos, Paco y Eduardo, de la herencia y decidieron pasar los tres juntos un fin de semana en la casona. La noche del sábado me llamó por teléfono pidiéndome que me acercara a la casona, que ya estaba todo hablado y que le apetecía mucho enseñarme algo. Acudí nervioso, deseaba que ella me recibiese con calor y sexo post-funeral, pero no fue así. Cogimos una botella de vino, linternas y mantas e hicimos este sendero de la mano, mirando un cielo estrellado precioso que ella no dejaba de fotografiar. Pasamos la noche en la playa hablando, se quejó de sus hermanos, decía que eran unos insensibles porque no los había visto echar una lágrima por su padre, que más bien se mostraban indiferentes ante la pérdida del progenitor. La calmé con palabras dulces y justificaciones mundanas, “Ya sabes que hay gente que el dolor no lo exterioriza”. Y ella replicándome, “¡Pero si ambos me han admitido que no sienten que papá se haya ido al otro mundo!”. Al final acabó llorando y con tanto cansancio que se durmió entre mis brazos, como una niña pequeña después de un berrinche. Pero ella tenía razón, cuando al día siguiente conversé con sus hermanos no aprecié tristeza en ellos, hablaban como si su padre hubiese estado siempre muerto. Con estos pensamientos Juan llega hasta la playa, desde su posición puede verla entera, oye unos ladridos procedentes de las rocas, se acerca y allí está ella, practicando posibles encuadres con el objetivo.


- He venido por el atajo a pie.

- Eso es perfecto para tu barriga.- Sara responde sin parar en ningún momento su actividad y sin mirar a Juan.

- He hablado con Fernando, ha discutido con Tere y me ha contado que necesita estar fuera de casa unos días para pensar con más claridad. Lo está pasando muy mal, le he dicho que puede venir aquí, espero que no te importe.

- Bueno, antes de invitarlo podrías haber preguntado, ¿no crees?.- Ahora Sara sí lo mira a los ojos, el reproche se puede leer en ellos.

- Como tú estás todo el día aquí en la playa no pensé que te molestase, ya sabes que Fernando no hace ruido.- La útlima frase queda en el aire haciendo eco con las rocas que los rodean, el ladrido de Trufo vuelve todo a su cauce relajado y silencioso.


Esa tarde Sara muestra como cada tarde las nuevas fotos, a él todas les parecen similares, la espuma del mar, las rocas, la arena con huellas, el cielo gris, etc. Juan ya no sabe qué decirle, y si no le dice nada es peor. Después de mirarlas un buen rato logra hacer algún apunte.


-Me gustan porque esta vez te has centrado más en las texturas, no tanto en la imagen en sí.- Ya no sabe si es verdad lo que le está diciendo, únicamente sabe que con esa frase ella ha sonreído y se ha metido en la cocina a preparar la cena. “Al menos está noche podremos ver una mala película en el sofá y no me dará la espalda en la cama”. Todo ocurre como él ha pensado pero no ha podido relajarse porque espera la visita de Fernando como agua de mayo, porque sabe que si en los próximos días nada se soluciona tendrá que abandonar la partida y olvidar a Sara, la casona y la obsesión que destruye a ambos.

*

Cuando llega Fernando, Sara ya está en la playa con un carrete nuevo, así que Juan tiene tiempo suficiente para explicarle los comportamientos de ella y mostrarle las fotografías de las paredes. Fernando, escuálido y ojeroso por naturaleza, pone cara de asombro, un asombro lleno de excitación profesional por un lado y de preocupación por otro. Descubre imágenes similares en días diferentes, incluso la colocación de las fotos en la pared tiene un orden que Juan no había logrado ver.


- ¿No te has dado cuenta? En la parte alta de las paredes ha colocado las fotos del cielo, en el medio las fotos del mar y abajo, casi pegando al suelo, las imágenes en las que salen tierra y rocas.- Fernando no deja de mirarlas, como si ellas le hablasen los secretos escondidos de Sara.- Y, ¿desde cuando conoce esa playa?.

- Desde que era una niña, sus padres siempre han tenido esta casona, venían hasta en invierno, aunque hiciese frío.- Juan responde esperando una primera valoración de su amigo.- Las únicas veces que no se ha atrevido a bajar es cuando hace viento, dice que le duelen los oídos, y te juro que he visitado lugares del mundo con ella en los que hacía mucho más viento y nunca se quejaba de nada.

- Extraño. Por cierto, su padre murió hace poco más de un año, ¿asimiló bien la muerte?

- Creo que sí, pasó el luto normal de lloros y recuerdos, quizás lo pasó peor con la actitud de sus hermanos que no mostraron dolor ninguno por ello.

- Esto parece más difícil de lo que pensaba, su obsesión con esa playa es desmedida, no me esperaba tanto. Creo que debería bajar a verla, a dejarme ver y tantear el terreno.- Juan coje su chaleco y busca las llaves.- No, Juan, iré en mi coche, creo que es mejor que me presente sin ti.


Fernando acierta en el planteamiento, cuando Sara lo ve lo saluda con una sonrisa, forzada, pero una sonrisa al fin y al cabo. Hablan sobre Tere y el supuesto problema que él tiene con su pareja, Sara le escucha. Después comienzan a pasear por la orilla, él le ofrece un cigarro y así consigue que ella deje de enfocar con la cámara. Van a la par, mojándose los pies, mirando el horizonte. Hasta que ella termina la última calada y se para delante de Fernando con las manos en la cintura.


- Nunca me has gustado para Tere y me alegra saber que os habéis distanciado. Por lo demás eres un buen tío, no creas que quiero joderte con lo que acabo de decirte.- Él se hace el dolido.

- ¿Por qué me dices eso? ¿Qué te he hecho yo?

- Nada, pero me gusta ser sincera con la gente y me gustaría que todos lo fueran conmigo también.

- Pues entonces te diré que las fotos que he visto en tu casa parecen un proyecto a largo plazo, como un puzzle inacabado.- Ella lo mira, duda, no se esperaba ese giro, pero quiere confiar, le interesan las críticas de esas fotos.

- Sigue...por favor.- Ella no ha vuelto a su cámara, camina a la altura de Fernando, casi ilusionada.

- Todas son parte de esta playa, pequeños trocitos, texturas, personas, horizontes con atardeceres, como si quisieses redefinirla o pintarla de nuevo pero no de un brochazo, sino con pequeños detalles que juntos son uno, este lugar con sus vivencias.- El silencio se llena de las olas al romper en la orilla, el paso de Sara se ralentiza, como si su cerebro trabajase y desconectase de su cuerpo.- ¿Por qué esta playa? Podrías haber elegido otros lugares de países más exóticos que has visitado a lo largo de tu carrera y sin embargo has empezado el gran proyecto en una playa de la costa gaditana.

- En esta playa crecí, es eso, sólo eso.

- Pues si es sólo eso, ¿por qué llevas casi un año en el retiro?.- Entonces Sara se vuelve a parar y se gira colocándose de cara a Fernando.

- ¡Porque me da la gana, pedazo de lumbrera!, ¿quién te has creído que eres? Lárgate de aquí, no te quiero ver en esta playa, no eres nadie para venir a analizar nada.- Los gritos de Sara son desproporcionados, fruto de un estado mental ajeno a la realidad, casi pierde la voz en uno de ellos, gesticula incitando a Fernando a largarse. Él se va, hace caso del deseo de Sara y la deja en su soledad; de camino a la casa analiza lo ocurrido, no tiene sentido, ninguno. Se da cuenta de que es necesario ponerse en contacto con la familia de Sara, sus hermanos Paco y Eduardo.


*

- Desde el funeral del padre y el fin de semana que pasaron los tres hablando aquí de la herencia no ha vuelto a verlos ni a hablar con ellos. Acabaron medio enfadados, bueno, Sara se enfadó con ellos porque ellos no sentían la muerte del padre. No sé si ellos querrán venir.- Ambos aprovechan que ella sigue en la playa para definir y concretar qué hacer.

- No creo que sea bueno que vengan, ella está muy sensible con el tema de la playa. La realidad que ella ve no es la nuestra, para ella no hay nada de malo en aislarse y tirarse un día tras otro al pie de esa playa. Sólo llámalos y diles lo que está pasando, quizás ellos te puedan dar alguna indicación.



Por la noche Fernando ya se ha marchado, “No quiero poner más nerviosa a Sara”, dijo al salir por la puerta como un perro con la cola entre las piernas, ha dado algunos consejos a Juan y dos palmadas en la espalda. Juan acaba de descubrir que Fernando es un psicólogo como los demás, nada más lejos. Mientras limpia la lechuga para la cena las lágrimas no las logra contener y todo lo ve borroso. Sara está en el sótano revelando el carrete del día, esta noche él no sabrá qué decir de las nuevas fotos.


*

Una semana después Juan sale a una cita con el médico, Sara sigue en la playa con su obsesión. El médico es Eduardo, el hermano menor de Sara, la cita es personal; cuando Juan llamó a Eduardo y le contó lo que estaba pasando él no se asombró, se puso serio y le dió cita en el hospital para él, “No le digas a Sara que vas a hablar conmigo, ¿vale?”. Juan aceptó y le dijo a su mujer que iba a la revisión de la vista. Eduardo cuando lo vió entrar se asombró, Juan le parecía diez años más viejo, como si un cáncer lo estuviera matando silenciosamente. Se saludaron, tomaron asiento y Eduardo sin preámbulos comenzó su relato:


“Como recordarás después de la muerte de papá Paco y yo dejamos de tener contacto con nuestra hermana. Ella nos acusaba de insensibles, ella ha olvidado muchas cosas, las ha negado y a causa de ello se encuentra en la edad adulta con esta obsesión, la playa de nuestra infancia. ¿No te preguntas por qué mi hermano y yo no hemos querido quedarnos con la casona? ¿Por qué se la hemos dejado a ella?¿Por qué mi hermano y yo nunca aparecemos por aquella playa? Porque nosotros no hemos olvidado, y eso que yo soy más pequeño que ella y por entonces mi memoria debería de ser peor, pero hay cosas que no se olvidan.”


Eduardo no quiso contar más, le dijo a Juan que era ella quién debía contárselo todo. Él salió del hospital sin rumbo, andando, olvidó el coche en el parking, no se sentía con fuerzas para enfrentarse a aquello. Ya era demasiado, su amor no daba para tanto. Se paró en un cafetería y pidió cualquier cosa, sacó del bolsillo una fotografía de unos perros en la playa que Eduardo le había entregado. “Toma, enséñasela a mi hermana, ya verás como te cuenta el resto”. Estaba tan asustado que las manos le temblaban, la frente sudada brillaba con la luz del bar y no sabía en que parte de la ciudad estaba. Al rato se encontró paseando por un parque mientras la lluvía se apoderaba de todos los rincones de su cuerpo. Volvió a casa de madrugada, ella estaba sentada frente al televisor tan tranquila, como si nada. Él se acerca, le enseña la foto de los perros y ella en silencio se marcha al sótano. Ambos pasan la noche en camas separadas.

*

Lo despierta la tos de Sara, es por la mañana, muy tarde, más o menos las doce. Después del día tan tenso no tiene ámimos para levantarse. Le asombra verla en la cama tan tarde y relajada, sin prisa por ir a la playa. La mira en silencio y ella empieza a abrir los ojos mientras bosteza. No hablan de la foto, bajan a la cocina y entre los dos preparan el desayuno, Juan está desconcertado, no sabe qué ha ocurrido, pero Sara ha vuelto a ser ella.


- ¿Irás a la playa hoy?

- No, ya no hace falta, hoy iremos a comprar unos tiestos para las flores que voy a poner en la entrada.- Al oír esto él se atraganta con la tostada, se pellizca y se da cuenta que es verdad, que está despierto y parece todo arreglado.

- ¿Qué es esa mancha que tienes en el pijama?

- ¿Dónde?- Ella se mira pero no logra ver la mancha que tiene bajo el brazo derecho.

- Ahí. Déjame que la vea. Parece sangre, ¿estás herida?

- Ah, vale. Es por lo de Trufo.

- ¿Qué le ha pasado a Trufo?

- ¿¡Cómo que qué le ha pasado a Trufo!?¿Qué esperabas? Pues lo que tenía que pasarle.- Las palabras pronunciadas por Sara lo ponen nervioso, se levanta y comienza a llamar a Trufo mientras lo busca por toda la casa. Sara lo sigue.- No había otra forma, cariño, tenía que acabar así.- Llegó hasta el sótono y allí encontró unas fotos.- Míralas, ¿te gustan?, son obra mía.- Las imágenes eran de Trufo en la playa por la noche, un Trufo descuartizado con sangre por todos lados. Juan cogió a Sara por los brazos ye empezó a gritarle.

- ¡Loca! ¡Estás loca! ¿Qué le has hecho a Trufo, hija de puta?.- Ella empieza a reír.

- Apalearlo en la playa con un palo hasta matarlo, sí, eso he hecho.- Él empieza a vomitar, se apoya en la pared.- Me dije que ya que mi hermano te contó lo mala persona que fue mi padre, lo único que hizo fue matar a palos a nuestros tres perros en la playa delante nuestra cuando éramos pequeños, tenía que demostrarte que una persona puede hacer algo malo y seguir siendo una buena persona, cariño. Yo soy una buena persona, mi padre lo era, yo nunca he hecho nada malo, sólo lo de anoche y no por ello me puedes condenar.

- ¡Desgraciada!, eso es lo que eres, una desequilibrada. Pero esto se acabó.- Mientras grita dando vueltas y llevándose las manos a la cara encuentra el palo lleno de sangre, lo coge y se dirige a ella lleno de furia.