viernes, 31 de diciembre de 2010

Necesidades: Feliz Cumple.




Hoy me he encerrado en casa, hoy mi madre cumple años, cada 31 de diciembre me pregunto cómo lo pasó mi abuela Carmen hace unas cuantas décadas en este día. Así que de regalo le he ofrecido a mi madre todo un día dándonos achuchones y leyéndonos la mente. Sobre todo ella a mí, que estoy convencida que es medio bruja y que cualquiera de mis gestos es interpretado al instante. Ella ha aprovechado para animarme a sacar la ropa del armario de la habitación que hace tiempo abandoné buscando mi camino, esa ropa que llevaba almacenada años, que ya no me queda bien y que en realidad guardo porque me traen recuerdos de la adolescencia y de años pasados que fueron gratos. Al final nos hemos puesto las dos manos a la obra y para hacer ameno el momento hemos puesto una vieja radio que hay en mi estantería y que pertenecía a mi abuelo. "¿Todavía funciona?Pues claro."
Después de sacar, mirar y doblar, el armario ha quedado en los huesos, me he subido en una silla a mirar si quedaba algo más en el altillo y allí me he encontrado con una caja de latón de las de antes llena de fotos. Acto seguido nos hemos sentado sobre la cama olvidando las bolsas y la ropa que quedaba por doblar. Hemos pasado una hora viendo imágenes sin color, imágenes de la familia, de mi madre de niña, de gitana, en la piscina del Figueroa de adolescente.Y no he podido para de repetirle a mi madre una y otra vez, "¡Dios mamá! Eras preciosa, guapísima." La he mirado varias veces, le he quitado las gafas y le he dicho, "Y lo sigues siendo" Como ya era hora de comer nos hemos puesto a recoger todo y la caja se me ha caído del regazo quedando todas las fotos esparcidas por el suelo. Entonces me he fijado en una de ellas, mi abuela sonreía en las casitas blancas que había en la carretera Trassierra, en blanco y negro, con un vestido de flores y una cara preciosa. En seguida me ha dado por darle la vuelta y allí he encontrado una de las dedicatorias de amor más bellas, una dedicatoria de mi abuela Carmen dirigida a mi abuelo Pepe que por entonces estaba en Alemania.

Ha sido el mejor regalo de cumpleaños para ambas:

"Te lo dedica tu queridísima esposa, con todo el cariño. Deseando que te encuentres en perfecto estado de salud. Muchos besos de tus niños y de tu esposa que te quiere con delirio y no te olvidará mientras yo viva. Adiós sol de mi casa."

jueves, 30 de diciembre de 2010

Necesidades: Al terminar el año.




No hace mucho le he cogido el gusto a eso de pasear. Da igual la ciudad, el pueblo, ni siquiera el tiempo que haga. Es más, hoy mismo, volviendo a casa de la mujer que siempre me verá preciosa ha llovido, pequeñas gotitas que no han parado en los veinte minutos que ha durado el trayecto. Las calles estaban semidesiertas y las luces de navidad lloraban de rabia porque nadie las admiraba, "Son unas engreídas y se merecen la ignorancia", mis pensamientos siempre tan positivos.

A ratos he conseguido sonreír, ver las calles tan solas en estas fechas es un placer que únicamente el mal tiempo me puede regalar.Mi paraguas se mecía en mi mano derecha, porque caminando y pensando también tarareo, y él quería dejarse arrastrar por el extraño ritmo de su dueña. En los semáforos lo apoyaba en el suelo y miraba sin ver, sitiendo un cosquilleo en mis dedos de agradecimiento, por mucho que lloviese él ha sabido que no lo abriría, que hoy no necesitaba estar seca. A medio camino hay unas cuantas fuentes, al pasar cerca mi paso se hace más prudente, dejo de canturrear e intento centrarme en el ruido que hace el agua al caer,"Muy relajante, sí señor." Concluyo que esta zona de Córdoba sin esas fuentes no sería nada atractiva, mejor dicho no sería y ya está, al menos para mí. Y así, de forma cíclica, me acerco y alejo de esas fuentes que parecen cataratas, cambiando a la vez mi velocidad, adaptando incluso mis sentidos. "Lo bonito que es oír sin ver"(bueno, aunque sea por un rato).

Al llegar al final del horizonte vuelven los coches y los semáforos, se acaba el placer del agua ruidosa, automáticamente vuelvo a tararear esa canción, mi mano pasea el paraguas. Cruzo la estación, quedan pocos trenes por salir, el panel casi está a oscuras. No hay bullicio, no hay gente con prisas. Sin embargo esto me molesta, porque en las estaciones siempre hay situaciones muy interesantes y observarlas distrae toda mente, "Por hoy se acabó mi rol de voyeur".

En la puerta del bloque, al abrir, me vienen pequeñas imágenes de mi infancia, leotardos rotos, barro, piedras, globos de agua, dientes, chillidos de niños y risas muchas risas. Y entonces me agarro con más fuerza a mi paraguas, él se hace el duro, aguanta mi peso, aguanta.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Necesidades: El Pitos III

Pulsó el timbre dos veces, se escuchaba un murmullo perpetuo en el interior. Le recibió un hombre flaco de aspecto amarillento verdoso, su nariz puntiaguda parecía sacada de un personaje de tebeos. Se metió las manos en los bolsillos.

- Espere un momento, tengo que mirar en la chaqueta…- Cerró en sus narices y a los pocos segundos volvió a abrir.- Aquí tiene caballero, tendrá suficiente con estas monedas ¿no?.- Entonces apareció Elisa vestida de negro.

- Al fin llegó, ya pensaba que no vendría, pase señor, pase.- Se acercó al hombre flaco.- Pero... ¿¡Qué estás haciendo Luis!?, ¿le has dado limosna a el Pitos?. Este caballero era uno de los mejores amigos de mi marido, aunque sea un vagabundo no tiene usted por qué ponerse a darle limosna, lo he invitado yo. Él fue el último en oír la voz de Alonso.- De un empujón metió a el Pitos en el interior de la vivienda cerrando la puerta tras ella. El tipo delgado olvidó disculparse y se perdió por el salón mirándolo de soslayo. Elisa lo invitó a un café, él pidió un poco de whisky en memoria de Alonso, después se sentó y observó por primera vez su hogar. El salón era enorme, había tres zonas; a la derecha una mesa de madera para ocho personas llena de platos exquisitos que sólo con olerlos estaba medio alimentado. Además había un gran ventanal que daba al parque La Rosaleda. A la izquierda un piano cerrado y lleno de polvo con un espejo en la pared de forma rectangular daba un aspecto más culto a la sala. En el centro tres sillones, cada uno de tres plazas, rodeando una mesita ovalada. Se sentó en uno de ellos. Comenzó a mirar la gente que tenía a su alrededor, todos muy guapos y guapas, con joyas; eran banqueros, gente de negocios, algún concejal, abogados y abogadas, médicos,…Media ciudad entera estaba en aquel salón. Por un momento cruzó su mirada con la de Luis, aquella cara le sonaba de algo, ¿pero de qué? Tomó otro sorbo mientras intentaba hacer memoria. De golpe recordó donde había visto ese rostro. En las fotos que Don Alonso le había mostrado justo antes de su muerte, “Luis era uno de los que estaban en la orgía con Elisa”. Le entraron ganas de vomitar, se levantó impetuosamente, preguntó por el baño y salió corriendo por el pasillo como un loco recién salido del psiquiátrico. No pudo evitar hacer ruido. Alguien golpeó la puerta, era Elisa.

- ¿Le ocurre algo?, ¿se encuentra bien?.- Estaría perfectamente en unos instantes. Abrió la puerta.

- Estoy bien,… no sé que me ha pasado. Necesito comer algo.- Fue directo a la mesa de las ocho plazas y tomó varios bocados, algunos los metió en sus bolsillos para la cena y el desayuno. Una vez saciado su apetito, buscó a Luis, no lo encontró en toda la casa. Elisa lo llamó a la biblioteca. A solas comenzó el interrogatorio.

- ¿Qué le contaba mi marido cuando llegaba borracho?.- Contestó que le hablaba de sus problemas de trabajo, de su querida hija y de sus discusiones con ella, su esposa.

- Parece que tanta hospitalidad no le ayuda a recordar bien; usted es él único amigo que tenía Alonso, así que no me diga tonterías, no soy idiota; ¿le enseñó algo Alonso la noche de su muerte?.- Su cabeza daba vueltas, pensó rápido y disparó.

- No, le repito que no me enseñó absolutamente nada.

- Entonces, ¿de que conoce a Luis? ¿Por qué fue a vomitar en cuanto lo reconoció?.- No le quedaba otra salida que decir la verdad.

- Pues en las fotos de la orgía no queda usted muy favorecida; pero ese tal Luis tampoco.- Su cara se irritó y sus ojos verdes llenos de furia se abrieron más.

- Con la borrachera que traía Alonso fue muy fácil descubrirlas, pero no me tome por una zorra salida.- Su cara se llenó de lágrimas en unos segundos.- Yo nunca he...participado en una, una…orgía; yo nunca le he sido infiel a Alonso, ¿entiende?.- No me encajaba aquella historia.

-Entonces, ¿existe una doble suya?, imposible. ¿Qué hace aquí Luis?, ese también sale en las fotos.- Silencio, reflexionó unos instantes.

- Luis no sabe que tengo estas fotos; sólo lo sabemos usted, yo y el que las hizo y envió a mi marido. Y esta mujer que parece idéntica a mí no soy yo, se lo juro. Esto es un montaje, si el fin era matar a mi marido de un disgusto lo han conseguido, pero si el fin era otro, aún no lo he descubierto.- Miraba por la ventana, con la vista perdida, hablando muy despacio. Se levantó sin quitar los ojos de la ventana. Era preciosa, hasta disgustada lo era.- Pitos, necesito su ayuda. Ayúdeme a buscar quién envió esta porquería a mi marido y porqué. Yo a cambio le daré un apartamento donde dormir, ducharse y tener comida todos los días.- Se quedó blanco como la pared. Ya no podría dormir tranquilo a pierna suelta, ya se había creado una preocupación.

martes, 14 de diciembre de 2010

NECESIDADES: El Pitos II

Lo despertó una ambulancia, ruido en el portal, camilleros que subían hasta el tercer piso. Se levantó, vio salir la camilla con el cuerpo de Don Alonso y a la Señora de Alonso junto a ella con lágrimas en los ojos. “Ha sido un ataque al corazón…” Fue uno de la ambulancia quién lo comentó. Eran las 7 de la mañana, buena hora para empezar el día. Se limpió en la fuente del parque de la Rosaleda, esperó al de los caniches, esas monedas serían perfectas para un desayuno. Comentó con el de los caniches lo de Don Alonso, se quedó sorprendido, “Hay que ver, con lo fuerte y joven que estaba Don Alonso, parecía un toro”. El Pitos sintió la necesidad de puntualizar sobre el animal “Más bien un cerdo, ¿no le parece?”.

Ese día también habló con Pepe, el pobre estaba muy afectado por lo de Don Alonso, era de su quinta, tendrían que ir al funeral y darle el pésame a la viuda, Doña Elisa. Doña Elisa era una Doña muy Doña, con sus 49 años llevaba dos fundaciones de niños huérfanos, tenía acciones en bolsa, asistía a exposiciones de pintura y estudiaba Chino; su aspecto era inmejorable, piel aún suave, ojos verdes esmeralda y unas pierna tan largas que no terminaban de acabar. Siempre vestía elegante, como una Doña que era. El día del funeral El Pitos estaba intranquilo. Todo el mundo parecía, o quería parecer, triste, colores oscuros y lamentaciones. Pepe estaba a su lado, le hacía preguntas para que le describiera lo que iba ocurriendo en directo, como un locutor de deportes. “Ella está sentada, al lado su hija, están pasando a darle el pésame; primero el tipo ese del banco, Lucas, el director…ahora creo que es…no sé, es una mujer corpulenta de unos 30 años, creo que es…la dependienta de la boutique…puede ser. Doña Elisa parece destrozada”. Pepe dijo que era el momento de acercarse a la viuda a darle el pésame, Pitos lo tomó del brazo y lo condujo. “Señora, mi más sentido pésame” Elisa se limpió algunas lágrimas y tomó la mano de El Pitos. “Usted debe ser el vagabundo del que siempre me hablaba Alonso. Decía que usted era un buen hombre, lo vio la misma noche de su muerte, ¿verdad? Quisiera que me contase sus últimas palabras”. El Pitos se puso más nervioso, asintió; quedo invitado a la merienda que se daría esa tarde en su casa después del entierro.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Necesidades: El Pitos I



“No daba para tanto, no daba para tanto”. Lo repetía una y otra vez mientras rebuscaba en sus bolsillos mugrientos. Su traje gris lleno de jirones; en el cuello colgaba una bufanda que antes era blanca. Se alejó de la tienda y de las miradas inquisitivas del resto de clientes. Su boca se humedeció al pasar por la panadería, era temprano, el horno estaba caliente, el olor a pan recién tostado lo despertó aún más. Primero debía recoger los trastos y esconderlos en el hueco de la plaza de San Andrés o dejárselos a Doña Paca mientras buscaba algo con que comer ese día. “Pero Doña Paca querrá la mitad de mis recaudaciones, mejor el hueco de San Andrés”. La gente comenzaba a moverse por las calles, caras siniestras, iban a trabajar. Él no tenía prisa, en el parque el caballero del periódico siempre le daba unas monedas por pasear a los dos caniches. Más tarde pasaría por la puerta del convento Los Remedios, “allí iré a la hora de comer, si les arreglo el patio las monjas me darán un plato de garbanzos y una pieza de fruta”. Alguien lo empujó, ni siquiera unas disculpas. Pepe el de los cupones ya estaba en su puesto, se acercó, aunque era ciego lo reconoció.

- Hombre, ya era hora de que te pasaras por aquí; el jueves pasado me comentó Don Alonso, el del edificio Las Palomas, que necesitaban para unos días a alguien que cuidara del material de una obra por la noche, pensé en ti.- Conocía muy bien a Don Alonso, un ricachón gordinflón casado, muy simpático y querido por todos; sobre todo por las putas del burdel La Paquita, porque siempre era generoso con ellas. Algunas noches, las pocas que lo dejaban dormir en el portal del edificio Las Palomas, veía a Don Alonso intentando abrir la puerta del portal, borracho y tambaleándose como Roma en sus últimos días. “Pobre hombre, es un pobre diablo” Por la tarde paseó por el bulevar, la noche empezaba a caer y el frío a aparecer. Tomó prestados unos cartones, fue a San Andrés a por sus cacharros, después marchó para el portal Las Palomas y esperó a las 12 de la madrugada. Entró y se tumbó en el hueco de la escalera. El suelo ya no le parecía duro, los cartones le ayudaban con el frío y sus preocupaciones eran tantas que en menos de un minuto quedó dormido.

- ¡Tú sí que vives bien!- Era Don Alonso, estaba sentado a su lado, olía a whisky. Se incorporó y puso cara de interés.- Tú no tienes que…que pelearte con nadie en casa…. Bueno,… tú ni siquiera tienes casa. Tampoco tienes que aguantar a la zorra de tu hija, puta aduladora del diablo que sólo me habla para pedirme dinero…ups. Que me caigo, estoy un poco borracho sabe, espera coño, ¡tú eres El Pitos!,…qué alegría verte. Mi mujer es una hipócrita del cipote, delante de la gente es mansa como un minino, pero en la intimidad…ups, perdona si te aburro…lo que te decía, eso, que mira estas fotos.- Don Alonso sacó un sobre de su chaqueta, le mostró unas fotos a color. Él, mientras, mantenía el tipo, escuchando, asintiendo.- Esa guarra se dedica a participar en orgías, y yo pensando que iba a reuniones del Tupperware ese y a exposiciones, seré gilipollas.- Él no pudo aguantar y le contestó.

- Sólo he venido para preguntarle por lo del trabajo guardando material de una obra.- Su cara cambió, se puso serio, frío, ya no parecía el hombre entrañable de hacía unos segundos.

- ¡Y a qué viene eso! No estás viendo que mi vida en un caos…- Se lamenta, llora desconsolado. De pronto para sus lamentos.- Un momento, Pitos, tú podrías hacerme el hombre más feliz del mundo y yo a ti también; y si,…a ver…yo te doy 120.000 euros por matar a mi mujer.- El Pitos no sabe que cara poner, ni siquiera pone una cara.

- Mire Don, usted se va de putas y vuelve borracho y su mujer no lo ha matado. -

- Estás dispuesto a joderme la noche, el plan y la vida, ¿verdad cacho cabrón?.- Alonso se disculpa, vuelve a llorar, se apoya en El Pitos; al rato se levanta, sube al ascensor y se despide.