martes, 16 de agosto de 2011

Necesidades: Siempre me ocurre lo mismo...


Siempre me ocurre lo mismo, justo en el momento de empezar un viaje me viene la desgana, son unos segundos en los que me digo con voz plañidera, "¿Para qué planifiqué este viaje?". Después me pongo en ruta y abro los ojos al mundo que en ese trayecto me toca vivir. Mis ojos se llenarán de admiración y sorpresa a cada paso, sobre todo cuando la magia haga acto de presencia y ciertos instantes parezcan sacados de las "Historias Extraordinarias" de Roald Dahl.

Así me encuentro ahora, con cuarenta y muchos grados a las cuatro de la tarde esperando a que el conductor nos invite a subir al autobús que nos dejará en Madrid cinco horas más tarde. Es en este instante cuando me digo el por qué del viaje, por respuesta mi sudor aumenta y el sol parece querer brillar aún más. ¡Jodido! Acabo haciendo eso que practico desde no hace mucho, observar a mis compañeros de viaje y hacer mis apuestas sobre vida y obras de cada uno de ellos. Hay muchos extranjeros, los pobres no sabían nada de las temperaturas veraniegas de estas tierras, con botellas de agua, gafas y gorros intentan huir del lorenzo. La mayoría va de dos en dos, el apoyo moral en estas aventuras es importante. Menos uno que va solo, uno que me llama la atención por su atuendo y su aspecto físico: alto, de unos cincuenta años, un sombrero de paja con una tira negra intenta esconcer la calva y el poco pelo blanco que le queda,su cara me suena de algo, su camisa estampada da miedo, su mirada perdida me hace temblar. Lleva una maleta de las antiguas, rígidas, sin ruedas, más miedo me da. Me quedo centrada en esta persona y concluyo que no lo quiero por compañero de viaje, que me resulta algo extravagante y huraño a la vez, que me asusta al completo.

Pero como en el Olimpo de los Dioses parece que algún osado me tiene manía, de sesenta personas que nos hemos subido me acaba tocando con el rarito que he descrito, y al sentarme a su lado me late el corazón más fuerte, me sudan hasta las pestañas y me cago en mi mala suerte. Justo al arrancar el coche el raro empieza a hablar solo, creo que tiene un teléfono conectado por unos cascos y está discutiendo con alguien, pero pasan treinta minutos y el tipo sigue hablando en voz alta consigo mismo, diciendo palabrotas e insultando a diestro y siniestro. Y así paso mis cinco horas de viaje, oyendo las lamentaciones y griterío del vecino; me acabo acostumbrando a su voz monocorde y me quedo sopa durante las dos últimas horas (sí, ya sé que no debiera, que el hombre que tengo al lado no era de fiar, pero al menos su voz me ha ayudado a concialiar el sueño).

Despierto al llegar a Madrid, el conductor me toca el hombro, "Señora ya hemos llegado", ya no queda nadie en el autobús. Me enfado porque me acabo de despertar, porque siento la baba todavía húmeda y porque me han llamado señora cuando no paso de los treinta. En estos pensamientos ando cuando veo en el sillón de al lado, donde estaba el raro, un carné de identidad. Es su cara de tipo extraño la que aparece en la foto, una cara que me es familiar pero no sé de qué. Institivamente cojo el carné y miro todos sus datos mientras bajo. Nombre, Hannibal, apellido, Lecter. Me quedo ahí, petrificada delante del maletero, pensando en lo que sufrió la pobre Clarice Starling en el juego psicológico con Lecter. "No puede ser, no puede ser, no es real, cinco horas junto a Lecter en un autocar, no es posile" Vuelvo a mirar el carné, quiero comprobar que es de verdad, que lo tengo en mis manos, que pone Hannibal Lecter. "Sí lo pone, claro que sí" Aturdida cojo mi maleta y me siento en el primer banco que encuentro, me tiembla el cuerpo entero, "¿Y si me estoy volviendo loca?"

- ¿Han dejado de llorar los corderos, Carmen?- levanto la vista, y ahí está él, sonriente, como si sólo existiesemos los dos. Extiende su mano y automáticamente le entrgo su carné. Me quedo muda, incluso me olvido de respirar por unos instantes.- No pienso ir a visitarla Carmen, el mundo es más interesante con ustd dentro.- Besa mi mano y se aleja a paso tranquilo.

Al llegar a casa de mis amigos en Madrid les cuento la mitad de la historia, la otra mitad no he tenido valor de narrársela "¿Y si me toman por pirada?" Por eso la cuento al completo aquí, porque el anonimato hace que mi valor se duplique.

jueves, 11 de agosto de 2011

Necesidades: Y si...


"¿Quieres ir sentada o andando?" Recuerdo a mi padre con barbas, enorme, como un gigante rubio me abrazaba con sus brazos peludos haciéndome cosquillas. Yo sonreía picaronamente, la sensación de libertad que me regalaban mis piernas era más entretenida. Él siempre me hacía aquella pregunta a sabiendas de que en seguida pondría pies en polvorosa, le gustaba ver a su gorriona volar por la Rua da Pastora. Ahora que el tiempo y el cáncer le han ganado, ante estas fotos encontradas en el desván de la vieja casa de Cambados, descubro que mi padre era una mezcla de imperfecciones casi perfectas.

- Por eso lo amabas tanto.- Me ha sobresaltado, es mi hermano mayor, Santi, una copia de mi madre, moreno, silencioso y capaz de leerme el pensamiento.- Siempre te gustó que se contradijera, que nos contradijera poniéndonos a prueba. Te encantaba su obsesión por la higiene a la vez que ese olor a pescado que cualquier hombre de mar lleva incrustado en sus poros no lo abandonaba jamás.- Se ha sentado con las piernas cruzadas a mi lado, el suelo de madera parece una acogedora alfombra, como si fuésemos a empezar un viaje sobre ella, a las mil y una noches, las que él pasó entre olas.

- Y a ti te embaucó con las historias de piratas y monstruos marinos de grandes fauces.- Ahora soy yo la que le lee el pensamiento, o mejor dicho leo los recuerdos atraídos por las imágenes en blanco y negro que tenemos en nuestras manos, imágenes que bien podrían haber sido parte de una novela de misterio.- Era un buen narrador, tenía una imaginación infinita, podría haber sido...- No termino la frase, Santi me mira extrañado, casi con cara de enfado.

- Papá fue lo que quiso ser, pescador, padre, buen narrador, aficionado al vino y a las filloas. Él fue feliz, míralo aquí.- Su voz ha sido la de un ogro, el ogro mayor. Me da una de las fotos que él tiene entre sus piernas.- ¿Ves? Está junto a mamá y la tía Luisa, mira cómo sonríe.- Ojeo la imagen, y tiene razón, está sonriendo, como todos sonreímos cuando nos hacen una foto. Pero sigo con mis dudas, y mi hermano, lo nota y se pone rojo, un ogro rojo rebotado.

- Santi, ¿no crees que papá pudiese haber deseado otro tipo de vida? Podría haber sido escritor, maestro, incluso un buen científico, podría haber viajado, conocido el mundo, tenía tanta capacidad y tanto carisma.- El deseo de otra vida no quiere decir que sea errónea la actual, ni que la otra sea la acertada, ni al contrario. Me pierdo en mis pensamientos mientras Santi sigue buscando fotos con sonrisas, la alfombra de los sueños ha desparecido y un colchón pasa a mediar entre el frío y nuestras posaderas. Hechizo roto y borrasca en alta mar.

- Mira estas otras, contigo y conmigo, de pequeños, en la torre de San Sadorniño.- Mientras me las muestra intento ordenar mis ideas y adecuar mis palabras, mi hermano siempre fue más sensible, como mamá. "Santi eres un cromo repe de mamá, ¡joder!", me muerdo la lengua. Dejamos que el silencio tome el cuento entero, empiezan a sonar gotas, ese sonido ha sido un regalo, una tregua para ambos, el ogro y la heroína respiran para retomar la batalla. Observamos el resto de objetos que nos rodean, una mesa de forja solitaria y oxidada, unas cajas con ropa de otro tiempo, lámparas que lloran y cuadros sin valor. Un lugar ideal para empezar un cuento de los de verdad, no como éste que se me hace crudo y casi infantil. Sin darnos cuenta acabamos de nuevo sobre el colchón con las fotos revueltas.

- En serio, papá disfrutó de su vida, eso está claro. Pero como has dicho siempre estaba lleno de contradicciones, una de ellas era esa, disfrutó de su vida, claro que sí, y a la vez añoraba algo más, su mirada reflejaba esa nostalgia continuamente, ¿nunca lo notaste?.- Espero que esta forma de razonárselo le guste, que no sienta que la memoria de nuestro padre queda en entredicho. Veo que no se pone rojo, señal de que voy bien.- Esos suspiros, ese mirar al horizonte, esa afición suya por enterarse por todo lo que ocurría y había en otros lugares.- Pasan unos minutos antes de que Santi claudique, y lo hace, pero no gracias a mis razonamientos. Me ha pasado una foto que había quedado en el fondo de la caja, en ella papá posa junto a un mercader chino y otro ruso que por casualidades de la vida acabaron en Cambados. Una foto, la única en la que papá no sonríe, la única en la que la nostalgia ha dejado de ser sombra en sus ojos.