miércoles, 26 de octubre de 2011

Necesidades: De un algo que ya es nada.



"Congoja, miedo, del paso que va rápido, de ver los muros amarillos perdiendo brillo, casi mate", así podría describir María las sensaciones que la acompañaron durante la fiesta.

Era un reencuentro, habría unas cuatrocientas personas, algunos eran tíos y primos, la gran mayoría simplemente le sonaba de otros años, tiempo pasado que no volverá. Parejas que mudaron la piel y se convertían en tríos acompañados por un bastón, parejas con hijos y a su vez esos hijos con más hijos, parejas desparejadas porque la otra parte ya partió a mejor vida, parejas que a solas recordaban a hijos y nietos que viven en otros barrios, ciudades o países. Parejas pares e impares, parejas díscolas y obedientes, parejas que tenían algo en común, treinta y un años atrás habían inaugurado aquellas calles.

Entonces, en el ochenta, todos eran jóvenes, se acababan de casar, trabajaban como burros, tenían bebés, y lo mejor, estrenaban piso, pisos que pagaron con el sudor de largas jornadas de trabajo. María no pensó todo esto durante la fiesta del 31 aniversario del barrio, no, porque María es muy lenta pensando. María bailó Poquito el Chocolatero, asistió al concurso de dardos para mujeres y presenció el de dominó para hombres, tomó unas cervecillas y aplaudió la entrega del premio al vecino ejemplar. María se fotografió toda divertida con políticos de pacotilla. Sí, María disfrutó. Pero días después, como si de pronto la resaca hubiese hecho acto de presencia, recordó la fiesta y encontró un fallo. El barrio había envejecido, los jóvenes habían partido a buscarse la vida, y los pocos que quedaron en él no eran precisamente los que más iniciativa tenían, todo estaba más abandonado. Dentro de lo despegada que siempre había sido siente que una parte de ella sigue en esas calles, su infancia, su adolescencia quedará entre esos muros. Y cuando pasea por ellos una melancolía rara y otoñal se apodera de ella, porque sabe que aunque siempre puede volver, cada día que pasa se aleja más y más de ese tiempo. Hasta los que ahora habitan la barriada han perdido esa época, se les ha ido de las manos sin darse cuenta. Un pellizco de responsabilidad por haber abandonado a sus convecinos la despierta del letargo, la adormece aún más.

María mientras, sin ella saberlo, con sus treinta y un años, sigue correteando en bici, lanzando piedras y globos llenos de agua y escondiéndose en cada columna de la barriada de los Pisos Amarillos.

martes, 16 de agosto de 2011

Necesidades: Siempre me ocurre lo mismo...


Siempre me ocurre lo mismo, justo en el momento de empezar un viaje me viene la desgana, son unos segundos en los que me digo con voz plañidera, "¿Para qué planifiqué este viaje?". Después me pongo en ruta y abro los ojos al mundo que en ese trayecto me toca vivir. Mis ojos se llenarán de admiración y sorpresa a cada paso, sobre todo cuando la magia haga acto de presencia y ciertos instantes parezcan sacados de las "Historias Extraordinarias" de Roald Dahl.

Así me encuentro ahora, con cuarenta y muchos grados a las cuatro de la tarde esperando a que el conductor nos invite a subir al autobús que nos dejará en Madrid cinco horas más tarde. Es en este instante cuando me digo el por qué del viaje, por respuesta mi sudor aumenta y el sol parece querer brillar aún más. ¡Jodido! Acabo haciendo eso que practico desde no hace mucho, observar a mis compañeros de viaje y hacer mis apuestas sobre vida y obras de cada uno de ellos. Hay muchos extranjeros, los pobres no sabían nada de las temperaturas veraniegas de estas tierras, con botellas de agua, gafas y gorros intentan huir del lorenzo. La mayoría va de dos en dos, el apoyo moral en estas aventuras es importante. Menos uno que va solo, uno que me llama la atención por su atuendo y su aspecto físico: alto, de unos cincuenta años, un sombrero de paja con una tira negra intenta esconcer la calva y el poco pelo blanco que le queda,su cara me suena de algo, su camisa estampada da miedo, su mirada perdida me hace temblar. Lleva una maleta de las antiguas, rígidas, sin ruedas, más miedo me da. Me quedo centrada en esta persona y concluyo que no lo quiero por compañero de viaje, que me resulta algo extravagante y huraño a la vez, que me asusta al completo.

Pero como en el Olimpo de los Dioses parece que algún osado me tiene manía, de sesenta personas que nos hemos subido me acaba tocando con el rarito que he descrito, y al sentarme a su lado me late el corazón más fuerte, me sudan hasta las pestañas y me cago en mi mala suerte. Justo al arrancar el coche el raro empieza a hablar solo, creo que tiene un teléfono conectado por unos cascos y está discutiendo con alguien, pero pasan treinta minutos y el tipo sigue hablando en voz alta consigo mismo, diciendo palabrotas e insultando a diestro y siniestro. Y así paso mis cinco horas de viaje, oyendo las lamentaciones y griterío del vecino; me acabo acostumbrando a su voz monocorde y me quedo sopa durante las dos últimas horas (sí, ya sé que no debiera, que el hombre que tengo al lado no era de fiar, pero al menos su voz me ha ayudado a concialiar el sueño).

Despierto al llegar a Madrid, el conductor me toca el hombro, "Señora ya hemos llegado", ya no queda nadie en el autobús. Me enfado porque me acabo de despertar, porque siento la baba todavía húmeda y porque me han llamado señora cuando no paso de los treinta. En estos pensamientos ando cuando veo en el sillón de al lado, donde estaba el raro, un carné de identidad. Es su cara de tipo extraño la que aparece en la foto, una cara que me es familiar pero no sé de qué. Institivamente cojo el carné y miro todos sus datos mientras bajo. Nombre, Hannibal, apellido, Lecter. Me quedo ahí, petrificada delante del maletero, pensando en lo que sufrió la pobre Clarice Starling en el juego psicológico con Lecter. "No puede ser, no puede ser, no es real, cinco horas junto a Lecter en un autocar, no es posile" Vuelvo a mirar el carné, quiero comprobar que es de verdad, que lo tengo en mis manos, que pone Hannibal Lecter. "Sí lo pone, claro que sí" Aturdida cojo mi maleta y me siento en el primer banco que encuentro, me tiembla el cuerpo entero, "¿Y si me estoy volviendo loca?"

- ¿Han dejado de llorar los corderos, Carmen?- levanto la vista, y ahí está él, sonriente, como si sólo existiesemos los dos. Extiende su mano y automáticamente le entrgo su carné. Me quedo muda, incluso me olvido de respirar por unos instantes.- No pienso ir a visitarla Carmen, el mundo es más interesante con ustd dentro.- Besa mi mano y se aleja a paso tranquilo.

Al llegar a casa de mis amigos en Madrid les cuento la mitad de la historia, la otra mitad no he tenido valor de narrársela "¿Y si me toman por pirada?" Por eso la cuento al completo aquí, porque el anonimato hace que mi valor se duplique.

jueves, 11 de agosto de 2011

Necesidades: Y si...


"¿Quieres ir sentada o andando?" Recuerdo a mi padre con barbas, enorme, como un gigante rubio me abrazaba con sus brazos peludos haciéndome cosquillas. Yo sonreía picaronamente, la sensación de libertad que me regalaban mis piernas era más entretenida. Él siempre me hacía aquella pregunta a sabiendas de que en seguida pondría pies en polvorosa, le gustaba ver a su gorriona volar por la Rua da Pastora. Ahora que el tiempo y el cáncer le han ganado, ante estas fotos encontradas en el desván de la vieja casa de Cambados, descubro que mi padre era una mezcla de imperfecciones casi perfectas.

- Por eso lo amabas tanto.- Me ha sobresaltado, es mi hermano mayor, Santi, una copia de mi madre, moreno, silencioso y capaz de leerme el pensamiento.- Siempre te gustó que se contradijera, que nos contradijera poniéndonos a prueba. Te encantaba su obsesión por la higiene a la vez que ese olor a pescado que cualquier hombre de mar lleva incrustado en sus poros no lo abandonaba jamás.- Se ha sentado con las piernas cruzadas a mi lado, el suelo de madera parece una acogedora alfombra, como si fuésemos a empezar un viaje sobre ella, a las mil y una noches, las que él pasó entre olas.

- Y a ti te embaucó con las historias de piratas y monstruos marinos de grandes fauces.- Ahora soy yo la que le lee el pensamiento, o mejor dicho leo los recuerdos atraídos por las imágenes en blanco y negro que tenemos en nuestras manos, imágenes que bien podrían haber sido parte de una novela de misterio.- Era un buen narrador, tenía una imaginación infinita, podría haber sido...- No termino la frase, Santi me mira extrañado, casi con cara de enfado.

- Papá fue lo que quiso ser, pescador, padre, buen narrador, aficionado al vino y a las filloas. Él fue feliz, míralo aquí.- Su voz ha sido la de un ogro, el ogro mayor. Me da una de las fotos que él tiene entre sus piernas.- ¿Ves? Está junto a mamá y la tía Luisa, mira cómo sonríe.- Ojeo la imagen, y tiene razón, está sonriendo, como todos sonreímos cuando nos hacen una foto. Pero sigo con mis dudas, y mi hermano, lo nota y se pone rojo, un ogro rojo rebotado.

- Santi, ¿no crees que papá pudiese haber deseado otro tipo de vida? Podría haber sido escritor, maestro, incluso un buen científico, podría haber viajado, conocido el mundo, tenía tanta capacidad y tanto carisma.- El deseo de otra vida no quiere decir que sea errónea la actual, ni que la otra sea la acertada, ni al contrario. Me pierdo en mis pensamientos mientras Santi sigue buscando fotos con sonrisas, la alfombra de los sueños ha desparecido y un colchón pasa a mediar entre el frío y nuestras posaderas. Hechizo roto y borrasca en alta mar.

- Mira estas otras, contigo y conmigo, de pequeños, en la torre de San Sadorniño.- Mientras me las muestra intento ordenar mis ideas y adecuar mis palabras, mi hermano siempre fue más sensible, como mamá. "Santi eres un cromo repe de mamá, ¡joder!", me muerdo la lengua. Dejamos que el silencio tome el cuento entero, empiezan a sonar gotas, ese sonido ha sido un regalo, una tregua para ambos, el ogro y la heroína respiran para retomar la batalla. Observamos el resto de objetos que nos rodean, una mesa de forja solitaria y oxidada, unas cajas con ropa de otro tiempo, lámparas que lloran y cuadros sin valor. Un lugar ideal para empezar un cuento de los de verdad, no como éste que se me hace crudo y casi infantil. Sin darnos cuenta acabamos de nuevo sobre el colchón con las fotos revueltas.

- En serio, papá disfrutó de su vida, eso está claro. Pero como has dicho siempre estaba lleno de contradicciones, una de ellas era esa, disfrutó de su vida, claro que sí, y a la vez añoraba algo más, su mirada reflejaba esa nostalgia continuamente, ¿nunca lo notaste?.- Espero que esta forma de razonárselo le guste, que no sienta que la memoria de nuestro padre queda en entredicho. Veo que no se pone rojo, señal de que voy bien.- Esos suspiros, ese mirar al horizonte, esa afición suya por enterarse por todo lo que ocurría y había en otros lugares.- Pasan unos minutos antes de que Santi claudique, y lo hace, pero no gracias a mis razonamientos. Me ha pasado una foto que había quedado en el fondo de la caja, en ella papá posa junto a un mercader chino y otro ruso que por casualidades de la vida acabaron en Cambados. Una foto, la única en la que papá no sonríe, la única en la que la nostalgia ha dejado de ser sombra en sus ojos.


lunes, 4 de julio de 2011

Necesidades: El flash




Anoche, de vuelta a casa, viví uno de ellos, un flash que me arrastró de golpe a la niñez. Al pasar por esa plaza, la que tiene un cristo medio iluminado por cuatro faroles, había unas niñas. Estaban enfadadas, habían discutido por un juego, su madre las colocaba una junto a la otra, pero por mucho que la madre les decía que sonrieran ellas seguían serias. Su padre mientras preparaba la cámara. La madre haciendo cosquillas y bromas consiguió al final ambas sonrisas. El padre disparó y saltó el flash. En ese instante me vi de nuevo como una mocosa de pelo rizado e indomable correteando por el casco antiguo. Era domingo, claro, lo sé porque era el único día de la semana que mi padre hacía de padre, y ese día él estaba con nosotras tres.


Algunos domingos tocaba campo, los Villares, otros tocaba paseo por el centro. Aquel domingo tocó paseo. Y cada vez que tocaba paseo mi madre nos repeinaba y nos ponía unos vestidos rosas con bordados de princesas que ahora me parecen un agravio a la infancia, -todos tenemos un pasado-. Mi padre cogía la cámara y se pasaba toda la tarde haciéndonos posar para él en diferentes lugares del centro histórico. Recuerdo cruzar las vías del tren, la primera parada era siempre en Los Patos, después nos adentrábamos en el casco viejo. Para mí aquellas incursiones en la ciudad eran una aventura, incursiones porque por entonces mi barrio quedaba en las afueras de la ciudad.


¿Cuántos años podría tener yo? ¿Siete u ocho? No sabría decirlo, pero puede ser que aquellas carreras por calles y plazas desconocidas ayudaran a construir mi espíritu curioso, ese que me empuja a buscar en cada instante, ese que se siente libre en una ciudad desconocida.

Pero quizás este recuerdo sea únicamente una invención de mis neuronas o quizás sea tan real que mi corazón enmudece al revivirlo.

miércoles, 29 de junio de 2011

Necesidades: De pensar en no pensar





Desde aquí veo la cortina jugar con el viento, a ratos me deja ver la farola de la calle, una negra, de esas cuadradas que hay en los barrios céntricos e históricos de todas las ciudades. La farola desprende una luz anaranjada que ilumina mi habitación, las paredes rojizas se sonríen. Cuando el viento caprichoso deja de soplar pierdo de vista la calle pero no las voces de los transeúntes que sin querer me hacen conocedora de sus realidades. Para no seguir dándole vueltas a eso que lleva unos días presente, exactamente desde el día que tuve que ir al hospital porque a mi cuerpo le falta hierro y descanso, inicio un juego. Pongo atención a las voces que pasan bajo mi balcón, cierro los ojos e intento ponerles cara, ropa, hasta personalidad e historias propias.


Tumbada, sin quitar vista y oído de las cortinas, logro pintar en mi cabeza a una pareja joven que discute sobre un gato, "Te lo advertí, ahora no me vengas con problemas a mí. Ya sabes, el gato se lo devolvemos a su dueño". Es la única frase que he comprendido de todas las que se han dicho el uno al otro, hablan y caminan muy rápido, están nerviosos, sudorosos y tienen opiniones contrarias sobre qué hacer con el gato del vecino. Y es que el gato siempre se escapaba de casa del vecino, un hombre viejo, rechoncho y huraño que mataba al gato de hambre. El animal, que por ser felino instinto no le falta, en cuanto podía se plantaba en casa de Julia y Rubén dando cariño a cambio de comida. Durante seis meses la pareja se prestó al juego, hasta el día que el gato decidió no moverse de la casa, allí tenía cariño y alimento, ¿qué más podría pedirle a la vida?. El dueño ni siquiera se molestó en buscarlo, lo dio por perdido.


Al mes el gato empezó a visitar de nuevo al anciano, al principio eran visitas cortas, al poco se prolongaron con noches. Julia se preocupó, le había cogido tanto cariño al gato que ahora no sabía vivir sin él. Así que un día Julia lo atrapó y lo encerró en casa.

Esta es la historia que mi mente ha maquinado esta noche, para no pensar en eso, mientras las cortinas juegan con el viento. Una historia que no sé como termina, aunque sí he podido escuchar la última frase que Rubén le decía a Julia al pasar bajo mi balcón:


- Te lo advertí, ahora no me vengas con problemas a mí. Ya sabes, el gato se lo devolvemos a su dueño.

jueves, 3 de febrero de 2011

Necesidades: El Pitos VI

- ¿Por qué me pregunta por Alonso? ¿Es un familiar suyo?.- Se sentó a mi lado.

- Sí, soy un familiar y vi las fotos…- Dio una última calada a su pitillo y alejó su mirada, estaba intranquila.

- No sé de qué me habla.- Acaricié su rostro, se levantó incómoda y se apoyó en la puerta del baño, intentaba adivinar mis intenciones. - Cobro 60 euros los 30 minutos, le quedan 20; vaya al grano y dígame lo que quiere.- Con su mano derecha se acariciaba mecánicamente un mechón de pelo.

- La última noche Alonso estuvo aquí, ¿le enseñó la foto a usted?, ¿le dijo quien se la dio?.- Se sentó a mi lado, ahora era ella la que acariciaba mi espalda. Bajó la voz, temía que alguien la escuchara. Acercó sus labios a mi oído.

- Escuche con atención, no le diré más de lo que le voy a decir, me juego el trabajo y la vida.- Tomó aire.-Alguien, no le diré quién, me dio un sobre para que se lo entregase a Alonso. Dentro había una carta, la leyó para sí mismo y vio una foto, a mi no me dejó verla; se volvió loco, maldijo a su mujer, habló de chantaje y de unos 400.000 euros. Debí haber mirado el sobre antes de dárselo a Alonso. Quemó la carta, estaba tan nervioso que temí que fuese a su casa y matase a su mujer. Así que lo entretuve con mi cuerpo y una botella de whiskey. Eso es todo.- Me miró. No me quedaba más remedio que insistir, así que me hice el tipo duro.

- ¡Dígame quien le entregó el sobre a usted!.- Se levantó, sus ojos grises se oscurecieron, aquello no iba a dar resultado.

- Si vuelve a preguntármelo gritaré y el armario de ahí fuera le echará con una patada en el culo.- Comenzó a pasear de un lado a otro de la habitación, estaba nerviosa. Guardé silencio, tenía que frenar, lo último que quería era no volver a ver aquella beldad. Reflexioné unos instantes; tenía lógica, le pidieron dinero a cambio de no hacer pública aquella foto de su mujer en una orgía. A Elisa no le podían hacer ningún tipo de chantaje porque sabía de sobra que la imagen era falsa.

- Otra cosa.- paró su deambular, me miró, estaba a punto de estallar.- ¿Por qué mintió? ¿Por qué le dijo al armario que me gustaban las rubias si sabía de sobra que yo venía preguntando por Alonso?.- Levantó el tono de voz y soltó un sonoro.

-Es usted un gilipollas sin remedio, esto ha terminado.- Mi reloj me decía que aún me quedaban unos minutos.

- Me quedan diez minutos de sus servicios, no se preocupe, descanse, no tengo ningún interés en tocarla. Yo me tomaré otra copa.- Se desplomó sobre el sofá, miraba más allá del techo, se quitó los zapatos, susurró unas gracias a penas audibles. Con su voz embaucadora siguió un discurso delatador.

- Alonso era un buen hombre, algo hosco, pero nunca me pegó ni me obligó a hacer las guarrerías que otros piden.- Cerró los párpados, era una belleza con su cabeza hacía atrás apoyada en el respaldar. Suspiró. Debería saber que esa profesión era dada a las guarradas más exquisitas En silencio, sin hacer ningún ruido, dejé 90 euros en la mesilla y salí de la habitación, creo que la oí llorar, un ángel atrapado en el infierno.

Creí oportuno simpatizar con el orangután del pasillo. "¿Tiene un cigarrillo?” me lo dio y encendió. “Gracias, esa rubia es explosiva, menudo animal, una diosa” Sin pensar el animal soltó “Claro, es de Ucrania, en esta casa tenemos lo mejor del este". Pareció arrepentirse en ese mismo instante, su barbilla se tensó “Ande, lárguese, este pasillo debe estar libre”. Salí a la calle ansioso de aire puro, detesto el humo. A la mañana siguiente pasaría por casa Elisa, me asaltaba la duda de si a la Doña le molestaría más lo del chantaje de 400.000 euros o enterarse de la última noche loca que su marido tuvo con Sonia “Sonia, la ucraniana sufridora”.

lunes, 17 de enero de 2011

Necesidades: El Pitos V

La ducha lo relajó. Se sentó en el sofá del pequeño salón y tomó una botella del armario. Era whiskey del bueno, Doña Elisa se estaba portando muy bien con él. Se sirvió un trago y se puso la ropa nueva que había en el armario; pantalones negros, camisa blanca y chaqueta oscura. Se miró en el espejo, afeitado, con ropa nueva y limpio parecía un hombre adinerado. Estaba perfecto para ir al prostíbulo La Paquita; pensó que Don Alonso la noche de su muerte podía haber enseñado y hablado sobre las fotos a alguna de las chicas que allí trabajaban. Así que no le quedaba más remedio que irse de putas.

Tardé cinco minutos en habituarme a la oscuridad. A la derecha, un microescenario decorado con cortinas de terciopelo y luces rojas acompañaba a una chica de unos dudosos dieciocho años que contoneaba su cuerpo semidesnudo. Delante, varias mesas repletas de hombres rechonchos que no perdían detalle del espectáculo. A la izquierda una barra alargada con unos cuantos clientes que conversaban con las chicas. Me posé en la esquina de la barra, sólo llevaba unos minutos y me picaban los ojos del humo. Antes de pedir una copa ya tenía a un escotazo bajo mis narices. Era una morena con una voz mecánica, nada estimulante para mí. Nos sirvieron unas copas, claramente me tocó pagar. Mientras conversé con aquella chica de banalidades varias observé el panorama. La camarera parecía la más mayor de todas, unos 43 años; pelo negro, un mechón azul caía en su frente, con ojos muy expresivos, esta cara me era familiar, pero como veo a tanta gente en las calles pensé que sería casualidad. No quitaba ojo de los movimientos del resto de chicas. Contestó a un interfono que estaba situado al lado de la caja registradora, mientras lo hacía giró la cabeza mirando la esquina derecha superior del escenario. Después desapareció por una puerta que se encontraba detrás de la barra y dejó encargada a otra. Mi escote comenzó a aburrirme muchísimo, además yo estaba allí para intentar hablar con la última chica que trató con Don Alonso antes de morir.

“Papito, ¿qué te parece si bailamos un ratito?” Mi escote se empezó a rozar demasiado. “Mira, me pareces encantadora pero busco a otra chica” en ese momento su mirada se llenó de odio. Comprendí que había dicho las palabras erróneas. De golpe su sonrisa se tornó dulce“¿Tan poco sexy me encuentras papito lindo?” susurró acercando sus labios a mi oído. No tenía ganas de andarme con rodeos así que decidí el camino más corto “No es eso, es que simplemente no te encuentro sexy, no me la pondrías dura ni aunque quisieses” “Serás maricón, hijo de puta…” elevó la voz, pero la música estaba tan fuerte que nadie se dio cuenta. La cogí de los brazos y le susurré “Anda mamita linda, dime a quién se tiraba Don Alonso, el que murió esta semana. Siempre me habló muy bien de este local, pero sobre todo de una de las chicas con las que se veía asiduamente. Quiero festejar su despedida a lo grande” Se tranquilizó “Haber empezado por ahí pedazo de capullo. Se llama Sonia. Es aquella.” Me fui a levantar para buscarla pero el escotazo me frenó “Tranquilo cabrón, no ves que está tratando con otro cliente, con Pepín. Iré yo. Si al Pepín le gusto más, lo arrastraré hasta una mesa y ella vendrá enseguida contigo. Si no le gusto más, tendrás que esperar a que acabe con ese y te aseguro que ese va para rato” Sin esperar mi respuesta se dirigió a por la pareja. Entabló conversación con ellos. Me miraron, se echaron a reír. A los cinco minutos Sonia se deslizó a mi lado. Tenía cara de mujer fatal. “Pitos ten cuidado que esta se las trae” Pelo rubio de verdad, ojos profundos y perdidos, labios sensuales y un cuerpo perfecto, llena de curvas.

“Me gustaría ir directamente al grano” ella no se sorprendió en absoluto de mi petición. Me pidió que la siguiera. Atravesamos toda la sala, entramos en un pasillo oscuro y maloliente. Subimos a la segunda planta. Un tipo enorme, fornido y con cara de perro agresivo esperaba en el rellano. “La habitación número 8” Le entregó una llave a Sonia mientras me miraba de pies a cabeza. “Siga, es la siguiente puerta a la derecha, tome la llave, ahora mismo le alcanzo” Por primera vez me di cuenta de que su acento era del este, de alguno de esos países a caballo entre Alemania y Rusia. Seguí sus indicaciones y entré en la habitación mientras ella se paraba a fumar un pitillo con aquel orangután salido de algún zoológico. Acerqué mi oreja a la puerta de forma instintiva dejando la puerta entreabierta.

- Es nuevo, ¿sabes algo de él?- era el orangután el que interrogaba.

- Sólo que le gustan las rubias como yo porque no ha querido nada con La Chunga, y que no estaba dispuesto a hacer un cuarteto con nosotras y el Pepín.

De aquello deduje que el escotazo era La Chunga y que Sonia tenía alguna razón para mentir y no hacer alusión alguna a mi petición y despedida del difunto Don Alonso. Silencio y unos pasos se acercaban, Sonia había terminado de pasar el control.

Me quité la chaqueta y me senté en la cama.

- ¿Qué servicio quieres? Cobro por tipo de servicio y hora- se sentó en un sillón frente a mí con sus piernas desnudas entrecruzadas.

- Bueno, primero charlemos un poco. Vengo a recordar a mi amigo Alonso y creo que tú fuiste la última que se acostó con él- su mirada me rehuyó y se acomodó sobre un paquete de cigarrillos que había sobre la mesita.

- ¿Quiere un cigarro? Invita la casa.- negué con la cabeza sin poder retirar mis ojos de su rostro, no había emoción aunque sí dolor- Lo siento pero usted se ha equivocado de lugar. Aquí no se mantienen conversaciones, se folla y punto- parecía muy segura, su voz era fría, fumaba muy despacio, disfrutando cada calada. Mantuve el silencio durante unos instantes, necesitaba pensar; no iba a ser fácil sacarle información.

Me acerqué a ella, le abrí las piernas, me arrodillé y la besé. Su lengua era vivaz, me excitó como a un adolescente en su primera noche. Fue un beso largo, increíble, era una buena profesional. Ella abandonó el cigarro. Acaricié su rostro. Nos levantamos. Me dirigí al baño, necesitaba enfriarme un poco sino acabaría en la cama con ella sin sacar ningún tipo de información, tenía que controlar la situación.

sábado, 15 de enero de 2011

Necesidades: De sonreír.



Nota: En este relato la creadora sufrió un desdoblamiento de personalidad.


Es la calle peatonal de cualquier ciudad mediana, ancha y con naranjos a ambos lados. Está llena de comercios, tiendas de ropa y zapatos, bancos, farmacia, librerías. Siempre con gente, los fines de semana hay artístas, músicos y vendedores ambulantes que intentan buscarse la vida. Los sábados a medio día hay más movimiento, las terrazas completas, el mercado abarrotado, todo parece de otro color. En esa calle, entre una cafetería y una vieja relojería, está la tienda de fotografía que todo el mundo conoce desde siempre; en el escaparate las imágenes de una novia vestida de blanco mirando al horizonte yde un bebé haciendo monerias muestan el arte de la fotógrafa, Marta. Empezó con quince años haciendo de ayudante de un fotógrafo en bodas, bautizos y demás fiestas familiares, con sus dieciocho años tuvo muy claro que quería estudiar fotografía. Lo estudió, empezó cubriendo eventos de amigos y conocidos, se casaban y bautizaban. Poco a poco se hizo con un nombre, era conocida a nivel local, tenía una clientela.


- Pero debes poner que nunca llegó a ser nada más, que se convirtió en una más,

mediocre, sin salir al extranjero, sin ganar concursos de fotos.

- ¿No crees que se me va a notar mucho?.

- No, tú eres mediocre de verdad, tu personaje, esa Marta dentro de lo supuestamente

mediocre será excepcional, ya verás.

- Bueno, no adelantemos nada, déjame que siga.


Ahora Marta está establecida económicamente, es propietaria de la tienda para la que empezó a trabajar hace veinte años. Por las mañanas una chica joven y guapa atiende en el negocio, la belleza siempre vende más, sobre todo en tiempos de crisis. Por las tardes es la propia Marta quien se encarga de la tienda y los clientes, los fines de semana se ocupa de los encargos festivo-familiares. Su vida actual, la de los cuarenta largos, está dedicada únicamente a su negocio.


- ¿En serio no vas a venir? - Al otro lado de la línea una de sus pocas amigas, Susana, intenta convencerla.- Pero si llevo dos años avisándote de esta fecha, te dije miles de veces que el 20 de mayo era mi despedida.

- Mira, tengo que cubrir esa boda sí o sí, no puedo dejar a un cliente tirado, lo siento, de veras, se me pasó lo de tu despedida.- Marta se excusa como puede, porque en realidad ella esa noche no tiene ningún encargo, ningún trabajo, pero tampoco tiene ganas de ir por la calle con pollitas de plástico en la cabeza con unas mujeres que piensan que con el matrimonio se acaba la vida propia.

- Bueno, estoy enfadada contigo, pero mucho. Ya me pasaré una tarde por la tienda para tirarte de las orejas.


- Además de aparentemente mediocre ¿también va a ser una antisocial elitísta?

- Si por antisocial entiendes no querer hacer el gilipollas, sí.

- Te pasas.

- Para eso escribo yo, ¡tú a callar!.


- Vale Susana, me merezco ese tirón de orejas, te lo compensaré con unas tapas.

- Mejor te vienes a París en diciembre, hemos encontrado unos billetes baratísimos.

- Eso no podré, en Navidad tengo mucho curro.- Además de curro Marta nunca ha

montado en avión, nunca ha visitado otro país y no siente esa necesidad.

- Tú te lo pierdes.- Después de la conversación con su amiga, Marta se mete en el trastero de la tienda del que sólo ella tiene llave, allí tiene varias estanterías llenas de álbumes, todos son copias de algunas de las fotos de sus clientes. Copias que sacó y saca sin permiso de los dueños.


- ¿Eso no es ilegal?

- Claro que lo es.

- ¿Entonces?

- Entonces estoy desvelando una de las extrañezas de nuestra heroína.

- Una heroína antisocial, menuda escritora estás hecha.


Empezó a hacerlo bastantes años atrás, la primera vez eran de un carrete de una pareja de recién casados. Habían estado en Roma y Florencia de viaje de novios y le llamó la atención la belleza de ambas ciudades, así que sacó cuatro copias de la pareja en diferentes lugares, el Puente Veccio, una pizzería florentina, el Coliseo y el Vaticano. Después de ellos vinieron otros clientes, grupos de amigos, jubilados, familias, con otros lugares, desde Montreal hasta Sidney. Y Marta comenzó a reunirlas en archivadores, todas ordenadas por fecha y lugar. Marta siempre fue muy organizada, tanto que sus compañeros de piso nunca aguantaban su obsesión de ordenarlo todo y acababan haciendo mutis. A día de hoy puede ir a cualquier parte del mundo sin salir del trastero. Por eso no necesita coger aviones ni trenes, porque ella tiene todas las ciudades, playas y montes allí mismo, con rostros que algún día pasaron por la tienda nerviosos por ver las fotos de las últimas vacaciones. Ahora que acaba de hablar con Susana de París busca la carpeta de la ciudad, recuerda a un grupo de estudiantes universitarios sonriendo con la Torre Eiffel y el Louvre detrás. Tarda unos minutos pero da con ella, observa las imágenes unos instantes y sonríe, “si supiera Susana que acabo de estar en París sin moverme de esta ciudad”.


- Menuda tarada.

- Marta no está tarada, es simplemene una manía que tiene y le ayuda a tener todo bajo

control, sin viajes no hay imprevistos que la agobien y con las fotos cubre la necesidad

de visitar esos lugares.

- No, cuando digo tarada me refiero a ti, ¿cómo se te puede ocurrir semejante manía?

- Todos tenemos alguna manía, la de Marta no es tan extraña. Anda, cuéntame alguna

manía tuya.

- No que se enteran los lectores.

- Tranquila, esto no lo va a leer ni pirri.


- Hola Agustín, ¿qué te trae de nuevo por aquí?.- Marta atiende a un cliente habitual, un maestro aficionado a la fotografía.

- Pues un fin de semana en Portugal, un par amigos y yo, nos dimos una escapada hace un mes. ¿Conoces Lisboa?.- Ella sonríe mientras recuerda el álbum de Portugal del trastero, del año 97, unas chicas para celebrar el fin de la carrera pasaron por allí.

- Sí, preciosa, una ciudad con encanto.- Él le entrega el CD mientras ella rellena el sobre con los datos de Agustín que se los sabe de memoria.- Me queda media hora para cerrar así que no te las podré tener hasta mañana.

- Sin problema, no tengo prisa. Ahora voy a tomarme una cervecita aquí al lado, ¿te apetece?.- Marta está acostumbrada a estas invitaciones por parte de Agustín, en diez años han compartido algunas cosas, está será una de ellas, porque Agustín es de las pocas personas con las Marta se siente a gusto hablando y escuchando.


- ¿Marta y Agustín están enamorados?

- No sé, eso no lo he decidido todavía.

- Podrías meter algo de pasión y porno, eso vende mucho.

- No quiero vender, quiero dejarme llevar.

- Pues que se dejen llevar y follen de una vez.

- ¡Mal hablada!

- Si es que tú eres muy fina, señorita escritora.


Entre los dos cierran la tienda, al final deciden caminar un poco en vez de sentarse en un bar, porque Marta se siente cansada de estar todo el día metida en la tienda y quiere respirar aire fresco. Caminan tranquilos, despacio, observando las personas y las luces nocturnas que empiezan a tomar la ciudad.


- ¿Cómo va le negocio?.

- Bien, con la crisis que hay puedo decir que bien. ¿Y tus niños?¿Te dan mucha guerra?

- Bueno, los padres me dan más guerra que los niños.- Se sientan en un banco de la

plaza donde un moderno tiovivo pone una nota extraña.

- Recuerdo el primer carrete que te revelé, eran imágenes de Los Pirineos, todo verde y

blanco, recuerdo una imagen con fondo gris, porque estabais a más altura, sonreías junto a una joven guapísima, nunca más he vuelto a ver esa sonrisa en otras fotos, ni en las tuyas ni en las de nadie, ni si quiera en las de los recién casados.- Él calla unos instantes, está intentado encontrar las palabras exactas para justificarse.

- Ana, la joven era Ana, ahora no sé qué ha sido de ella, tampoco me interesa, ella me regaló esa sonrisa durante un tiempo, después me la robó. ¿Nunca te ha ocurrido eso con nadie?

- Nunca. Bueno...con mi abuelo, me regaló su cámara de fotos, una arcaica, y me produjo una sonrisa extralarga, me aficioné a la imagen.

- Tienes buena memoria para acordarte de cada detalle de las fotos de Los Pirineos.

- Mi memoria es visual.

- Marta, me sorprendes, en serio, eres la única persona que conozco con una memoria visual tan bien desarrollada.

La velada pasa entre paseos y paradas en puntos importantes de la ciudad, parques y plazas. El rumor de la noche los acompaña y una sonrisa empieza a aparecer en el rostro de Agustín.


- Al final esto va a tener un The End romántico, ya verás. Y te advierto que en Europa gustan más los finales dramáticos.

- ¡Que no! Que lo que estoy haciendo es dar a conocer el tipo de relación que tienen, ¡qué

pesada eres!

- ¿Pesada yo? Entonces, ¿cómo me aguantas día tras día?

- Porque...porque...no sé. Me he acostumbrado a ti. No entendería una vida sin ti. - Luego para ti soy una costumbre, eso no me gusta nada.

- Para de hablar, me estás desconcentrando.


Es domingo pero Marta siente la necesidad de darse un viaje, quizás África, así que con el chándal entra en la tienda por la puerta trasera y elige del archivador el álbum del año 2003 de una pareja que fue a Tanzania y del año 2001 de unas amigas que pasaron por Kenia. Lo que más le gusta son los colores, ellos le hacen sentir que África no es otro continente, si no otro planeta, así pasará su domingo, el único libre, porque el resto de domingos los pasará entre comuniones y bautizos cámara en mano fotografiando sonrisas facilonas.

Pasan muchos meses de no parar, Susana nunca puede quedar con Marta, porque Marta está ocupadísima con la tienda.

Pero para Agustín siempre tiene un hueco, para un café o un paseo, nada más.


- Pero, ¿por qué no dejas que tu personaje disfrute un poco? No sé, un cine, ir a la playa, salir con amigas...

- No te das cuenta de Marta necesita tener controlado todo en su vida, Marta no es capaz

de hacer nada sin que esté planificado milímetro a milímetro. Necesita controlar todo en

su vida.

- En resumen, es una miedica y una obsesa de la rutina y el control, antisocial y

cuasimediocre.

- Algo así.

- ¿Cómo puedes crear un ser tan infleiz?

- Y, ¿cómo puedo seguir yo al lado de alguien como tú? No me dejas escribir lo que

quiero, me interrumpes y me pierdo.

- Ni que fueses a publicar un best-seller, ya te salió el espíritu pseudoescritora.

- Deja de machacarme.

- No lo hago.

- ¿Cómo?En serio, que me haya acostumbrado a ti no quiere decir que no sea capaz de

mandarte a la porra.

- ¡Ja! Eres una mujer de costumbres como Marta, no podrías, no osarías vivir sin mí.

- Serás creída.

- Realista más bien.

- ¡Capulla!

- Te adoro.


Una mañana Marta recibe una notificación, Agustín Pérez ha muerto y debe acudir a la lectura del testamento. Pasa todo el día dando vueltas, fumando y acordándose de la sonrisa de Los Pirineos, recuerda ese instante, traspasa el tiempo y se ve a sí misma en el monte sujetando la cámara, experimenta el momento del ¡click! y por un instante su boca es reflejo de los labios de Agustín. Cuando vuelve a la realidad son más de la cinco de la tarde, el cenicero está repleto y el teléfono no para de sonar, la tienda no abrirá en un tiempo.


- ¿No irás de dejar aquí la historia?

- No, claro que no, pero a ti sí, lo siento, no te soporto. Haz las maletas de una vez y

“¡faute moi la paix!”

- ¿Cómo? ¿Delante de toda esta gente me abandonas?

- Sí. Ahí tienes la tragedia que tanto esperabas.

- De ti no esperaba menos.


Cuando llega al notario hay ya dos mujeres sentadas, muy arregladas y de negro, se presentan como las hijas de Agustín. Marta queda un poco asombrada, no sabía nada de que Agustín tuviese familia. Después de los saludos necesarios el notario abre el sobre.Todo queda para ambas hijas, menos una caja de cartón repleta de fotos que pasa a propiedad de Marta Fernández en ese mismo instante. Una hora después está en casa abriendo la caja, ella espera fotos de los viajes de Agustín, las mismas que ella reveló durante diez años. Pero al abrir el primer álbum queda sorprendida. Todas las imágenes son de ella misma, de ella paseando, de ella abriendo la tienda, de ella subiendo al coche. Están ordenadas por años, meses e includo días.

Agustín se había ganado una sonrisa.


martes, 4 de enero de 2011

Necesidades:El Pitos IV

“Sabe a salchichas con tomate”, se acababa de tomar uno de los aperitivos trasnochados del funeral de Alonso mientras dirigía sus pasos a las oficinas del Central Zenter, en las afueras de la ciudad. Era un moderno edificio, de esos altos, grises y ausentes de vida; pero lleno de cristaleras, ascensores y hormiguitas que entran y salen a cada segundo. Se quedó parado en la esquina, esperando la salida de una hormiguita muy singular: Luis, el flaquito de aspecto verdoso del funeral. Según le había contado la viuda Luis trabajaba allí desde hacía quince años, su relación con él se limitaba a consejos económicos sobre las acciones y las cotizaciones.

“¿Cómo le entraré al verdoso? A ver… ¿le enseño las fotos y voy directo al grano o le pregunto sobre Elisa sin decir nada sobre las fotos? ¡Qué lío y qué hambre! Espero que doña Elisa me dé pronto las llaves del apartamento prometido porque el invierno se acerca” Cavilaba entre rugidos de estómago cuando de pronto la manchita verdosa apareció ante sus ojos, a unos cien metros. “¡Bingo!” Iba a paso ligero, parecía tener prisa, lo siguió, tres calles más abajo se metió en un bar. “Bueno, con las monedas que tengo puedo permitirme un café” El Pitos también entró, dentro todo estaba en penumbra pero el olor a tabaco brillaba por su ausencia. Luis estaba sentado en una mesa al fondo, una mujer morena lo acompañaba, ambos reían. Pidió un café mientras los observaba, la morena se fue. Decidió ser valiente y acercarse a él.

- Buenas, Señor Luis.- Sin pedir permiso se sentó en el sitio que minutos antes ocupaba la morena. Luis levantó la mirada y puso cara de querer recordar sin llegar a ello.

- Siento decirle caballero que no tengo ni una moneda suelta.- El Pitos soltó una carcajada, por segunda vez aquel tipejo llamado Luis lo tomaba por un vagabundo pidelotodo.

- ¿Por qué se ríe? ¿Le conozco de algo?.

- No me conoce, necesito hacerle algunas preguntas.- Sin dejarle oportunidad a reaccionar el Pitos empezó.- ¿Qué sabe de Elisa Sánchez? ¿Cuál es su relación con ella?.- Ahora el que soltaba carcajadas era Luis.

- Siento reír tan bruscamente pero ¿porqué cree que le voy a contar cosas privadas? ¿Es usted policía? ¿Un vagabundo haciendo las veces de investigador privado de pacotilla?.- Me sentí entusiasmado ante la idea de parecer lo que realmente era pero el humor debía formar parte de mi vida para sobrevivir así que le dije guiñándole un ojo.

- No, en realidad soy médico forense y me gusta entrevistar a mis pacientes antes de rajarlos por completo cuando están fiambres.- El silencio encumbró el local y su mirada brilló en busca de una disputa con posible final rápido.

- Desde hace unos años le aconsejo como manejar sus acciones en bolsa, eso es todo.- Parecía querer convencerse a sí mismo de algo que ni él mismo creía.

- Me parece muy bonita la relación laboral señor Luis, pero su marido ha muerto por extrañas razones y si no se quiere ver involucrado… ¿qué me dice de la vida sexual de Elisa?.- Se puso nervioso, escudriñó toda la sala entes de abrir la boca.

- Su marido murió de un ataque al corazón, eso es todo ¿De qué extrañas razones habla? ¿Quién lo manda a hacerme ese tipo de preguntas?.- El Pitos llamó a la camarera, sabía que aquel mendrugo no iba a cantar ni una copla aunque supiese mucho, así que pagó su café y se despidió. De camino al centro de la ciudad pensó cual sería su siguiente paso. Tendría que ir a casa de Elisa, contarle el encuentro nada fructífero con Luis y pedirle las llaves del apartamento, algo de dinero para seguir trabajando y la ropa nueva prometida.