viernes, 18 de diciembre de 2009

Necesidades: Confianza (2ª parte)

Me siento en el autobús, al fondo, allí puedo escabullirme y perderme en la lectura de mi libro de bolsillo. Al rato llego a La Orotava, Geno de diez años juega con la tierra mientras su madre, Ruth, la mira babeando ante su propia creación. Descubro de golpe mi ignorancia sobre los sentimientos maternos.

- Cada vez que la veo está más grande – me siento junto a Ruth.

- Pues sí. Es increíble, que rápido pasa el tiempo - me invita a un cigarrillo – ¿y esas ojeras que traes?

Logro explicarle lo de mi insomnio, a veces me lío hablando y parece que quiero decir otra cosa, pero después de tantos años escuchando mis memeces ella me entiende; en unos diez minutos llegamos a la conclusión de mi crisis existencial, la típica de los cuarenta. No hay vuelta de hoja. Después de dos horas conversando con ella me siento mucho mejor, agradezco que exista de pensamiento, pero no se lo digo, no quiero parecer moña.

En casa Miguel ha preparado la cena, de fondo Leonard Cohen. Nos damos dos tímidos besos, parecemos animalillos solitarios necesitados de cariño.

- Llamó Álvaro preguntado por no sé que de un sobre .Siéntate los macarrones aún están calientes – no me apetece cenar pero tomo asiento y cojo el tenedor.

- Y, ¿cómo se encuentra?-pregunto con la boca llena.

- Pues mal, parece que el médico le ha dicho que deberá guardar cama unos días. Y ¿el sobre? ¿lo trajiste?…– él está recogiendo la cocina, parece nervioso, me doy cuenta de que tiene patas de gallo - … ¿me oyes?

- ¿De qué sobre me hablas?...- pasan unos segundos hasta que reacciono - Ah, sí, lo tengo en el bolso, creo que lo guardaré en mi mesita de noche. Mañana por la mañana llámame por teléfono desde la pastelería, si llego tarde otro día más tendré problemas – no tengo ganas de seguir hablando con Miguel, él ya sabe que llevo unos días extraña, respeta mi silencio. Es enternecedor.

*

Álvaro vive en un piso pequeño, pero la sala más grande, el salón, tiene unas estanterías llenas de discos de vinilo Su gran pasión es la música, pero se ha quedado en los 60 y 70. Ahora mismo está en casa, fumando un pitillo en un sofá cómodo pero viejo. Llaman a la puerta, la visita que esperaba llega puntual.

- ¿Qué?¿alguna novedad?- Miguel entra en silencio

- Tío mira que llamar a las tres de la mañana, ¿cómo se te ocurre? , podrías haber llamado por la tarde-ahora los dos comparten el sofá.

- Era para hacerlo más misterioso – al sonreír Álvaro muestra sus dientes blancos, impecables, un tiburón al acecho.- Bueno y ¿qué ha hecho con el sobre?

- Pues lo tiene en el bolso, dijo que lo guardaría en la mesita de noche, pero parece que se le olvidó y lo sigue llevando en el bolso - en ese instante Miguel hace una mueca llena de dudas.

- Sí, claro, que se le olvidó, eso no te lo crees ni tú. Seguramente se lo llevó en el bolso para abrirlo y ver lo que hay dentro, ya verás como no soporta la curiosidad, todas las mujeres son así – sonríe de nuevo lleno de satisfacción. Miguel se levanta mira las estanterías repletas de discos. Al girarse se da cuenta de que lo dicho por su amigo podría ser cierto.

- Mira Álvaro, estoy seguro que se le ha olvidado guardarlo, ella jamás abriría un sobre que no es suyo- su voz era una represalia contenida.

- No hace falta que me des explicaciones. Ya veremos cómo reacciona.

Se va a la cocina con paso brusco, se sirve una cerveza. Mientras, reflexiona, confía en su mujer, sabe que ella no abrirá el sobre y cuando pasen tres días habrá acabado todo. Vuelve al salón, Álvaro ha encendido la televisión, está zapeando.

- Lo del notario está arreglado. Ya no hay vuelta atrás.- Miguel se toma la cerveza a grandes sorbos, aquel piso tan pequeño lo empezó a agobiar, pero antes de marcharse quiso decir la última palabra.

- No te preocupes, todo ha quedado claro.- después un portazo y el eco de pasos furiosos bajando las escaleras.

*

Llevo toda la mañana entre cajas, envoltorios y facturas; es un trabajo que no me produce estrés. Atraigo a Ruth y su niña, a Miguel, a Álvaro; me siento algo lejos de todos, como si ya no existiese. Después de prometerle a mi jefe que llamaría a Álvaro para pedirle el justificante médico me tomé media hora de descanso en el almacén, allí caí rendida diez minutos. Soñé con unos zapatos enormes que me perseguían, era el tiempo en forma de zapato. Me dí cuenta de que aún tenía conmigo aquel dichoso sobre, “Debí dejarlo en casa”.Lo cogí entre mis manos, era grueso pero no pesaba nada; me preguntaba qué cosa tan importante habría allí dentro.”Quizá dinero, quizá unas fotos comprometedoras, ¿quién sabe? Ya se lo preguntaré a su dueño cuando llegue el momento” Al menos el dolor de cabeza había desaparecido que no el insomnio nocturno. Sé que las cotorras siguen asediándome la espalda. Justo antes de salir por la puerta suena el teléfono de mi oficina. Es Álvaro, parece que todavía sigue mal; esa misma mañana había dejado su justificante en la pastelería de Miguel. El lunes podría dárselo yo misma al jefe. “No te preocupes, ya no vómito todo lo que como. Oye, no cuelgues, ¿y el sobre? ¿Lo recogiste?” Le respondo que lo llevo en el bolso “Quería haberlo dejado en casa, pero se me olvidó y lo llevo de paseo. Tranquilo que yo te lo guardaré sano y salvo” Cuando colgué ya no quedaba nadie en la oficina, le dejé una nota a mi jefe “El lunes sin falta tendrá el justificante, que pase un buen fin de semana”. En la puerta me sorprendió Miguel, estaba allí, en el coche sonriendo a través del parabrisas. “Y yo que estaba celebrando un paseo solitario hasta casa” Me comenta que quería pasar la tarde conmigo, que con nuestros horarios laborales casi no hacemos nada juntos. “¿Vamos al cine?” Me dejé llevar. Vimos “Lost in Traslation”. A la salida me sentí tranquila, como si aquella pantalla enorme me hubiese chivado la repuesta del examen más difícil de mi vida. Antes de volver a casa nos paramos en un bar, solíamos ir Miguel y yo juntos cuando teníamos los treinta. Por entonces la música era de nuestro agrado, los camareros nos conocían y siempre andaba por allí algún amigo con el que charlar un rato. Ahora todo había cambiado, la música no nos sonaba, era más bien un ruido impertinente, y la gente se había vuelto más joven.

- ¿Te has dado cuenta? Aquí ya no pintamos nada – Miguel mira alrededor para preparar una respuesta adecuada a mi comentario.

- Pues tienes razón, las cosas cambian, y nosotros con ellas – bebimos en silencio dos copas de whiskey – Sólo hay que saber encajar esos cambios. – entendí al vuelo lo que Miguel quería hacerme entender – ¿A qué no te has fijado en el nombre del bar? También es diferente al de hace diez años, ya no se llama “La bóveda” ahora se llama “Insomnio”- nos miramos y nos reímos, una risa espléndida, risueña y llena de complicidad.

- Me impresiona lo lógico y práctico que eres. Como un pastelero, echas las medidas necesarias de cada ingrediente, ni un gramo más ni un gramo menos, así el pastel queda perfecto – a partir de ese instante me hice a la idea de que no me quedaba más remedio que asimilar mi vida como propia e intentar ser feliz con ella.

El sábado acompaño a Ruth al parque, me encuentro mucho mejor. Le relato mi reencuentro con “La Bóveda”, la película que vi y cómo me había hecho reír Miguel la tarde anterior. Todo ha vuelto a la calma.

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