jueves, 17 de diciembre de 2009

Necesidades: Confianza ( 1ª parte)


Observo que estoy a punto de cumplir los cuarenta, me tomo otra copa a ver si así se me olvida, jamás entendí el paso del tiempo. Miguel, mi marido, está en la cama, duerme a pierna suelta, él parece que lo ha entendido mejor. Supongo que cuando llegan estas fechas me pongo melancólica, en Navidad los muertos del pasado vuelven avisando que tendremos que acompañarlos más pronto que tarde. Apago la luz de la cocina y me arrastro hasta el sofá, las tres y media y no he pegado ojo. Un estruendo, el teléfono suena:

- No te habré despertado, ¿verdad? – al otro lado una voz masculina susurra, la reconozco al instante, después de diecisiete años compartiendo mesa en correos su timbre se ha memorizado en mis tímpanos.

- ¿A las tres de la mañana?, no, claro que no, estaba pensando qué me pondré para ir al trabajo mañana – un lo siento como disculpa – Tranquilo, estaba despierta deprimiéndome un poco con el niño Jesús, María y San José, pero ¿qué cosa es tan importante para no esperar a mañana?

- Mañana no podré ir al trabajo, no paro de vomitar, me siento muy débil – una tos seca lo interrumpe, siempre he pensado que Álvaro fuma demasiado.- He dejado en el segundo cajón de mi mesa de la oficina un sobre, por fuera pone “Recibos mes de noviembre”. Cógelo mañana sin falta y lo guardas en un lugar seguro, quiero decir…en tu casa, no lo dejes por el trabajo, es un asunto de vida o muerte, ¿vale? – mi mente avanza a su velocidad, que no es muy rápida que se diga, no quiero olvidar ninguna instrucción. Me asaltan algunas dudas mientras doy otro sorbo a mi tinto.

- Pero, ¿te lo llevo a casa?

- No, ni se te ocurra asomar por casa…es que…lo que tengo es un virus y no quiero que acabes vomitando minuto tras minuto. Ya lo recogeré por tu casa cuando me reponga y de camino pruebo esa tarta de almendra tan rica que hace Miguel – me extraña su petición pero he de respetarla.

- De acuerdo, cuídate

- Gracias, y perdona que haya llamado a estas horas

Vuelvo a mi vaso vacío y a mi salón. En la pared de enfrente cuelgan cuadros al óleo, todos de Miguel, un artista que el mundo de los pintores se ha perdido y el mundo de los pasteleros ha ganado. Sus tartas se venden por toda la zona norte. Con estos pensamientos paso al mundo seguro de los sueños.

*

Al despertar la luz está apagada y una manta la abriga. Con una ducha se despierta del letargo, sólo ha dormido tres horas y media y sus neuronas están aún dormitando. Habla con Miguel que lleva desde las seis en la pastelería. Discuten un poco, Miguel no entiende porque está tan nerviosa últimamente, ella tampoco lo sabe. Al colgar se da cuenta de que la casa está manga por hombro, varias preguntas se amontonan de golpe en su cabeza, un martilleo que comienza a ser constante, molesto “¿Será este desorden reflejo de mis incertidumbres?, ¿me habré perdido algo?”. Las papilas degustando el café la devuelve de nuevo al mundo de los sentidos, al mundo físico, suena el reloj de cuerda, las 8:30. “Llego tarde al trabajo”.

En correos el jefe la llama, bronca mezclada con un poco de sermón y salteada con preguntas sobre la supuesta enfermedad de Álvaro.

- Es la segunda vez que llegas tarde en dos semanas, a la tercera te enfrentas a una apertura de expediente, te aseguro que será así – el clavo se hunde un poquito más –Y… por cierto, ¿sabes algo de Álvaro?

- Está en casa con una buena gastroenteritis, me llamó anoche – la voz de ella no es nada dulce, más bien inerte.

- Pues dile de mi parte que necesito el justificante médico o lo empapelo, ¿entendido?, y apáñatelas como puedas, tendrás que hacer el trabajo de dos hasta que Álvaro vuelva.

Se sienta en su mesa, nota los ojos del resto en su espalda, “Ya están las cotorras apuntillando, menos mal que sólo son eso, cotorras”. Durante las seis horas siguientes no levanta las nalgas del asiento, realiza todo su trabajo correcta y mecánicamente, recuerda la noche en blanco, Miguel con sus cuadros criando polvo, sus cuarenta, el tinto y… “¡Ay!, ya se me olvidaba el sobre de los recibos” Espera a que todos salgan en el descanso a fumar un cigarro, cree que nadie debe verla abriendo el cajón de su compañero, recuerda las palabras de Álvaro “Dijo algo así como: lo guardas en un lugar seguro”, presiente que el sobre contiene algo más que unos recibos, que algo importante se cuece Álvaro, “será mejor que nadie me vea sacarlo del cajón, lo llevaré a casa y ya pensaré donde guardarlo”. La jornada flaquea, comenta los cambios de personal con algunas cotorras, suena el timbre y todos comienzan la carrera de obstáculos, llegar el primero al parking para no pillar tráfico a la salida. “Menudas reses de ganado” Toma un vaso de agua, fuera las despedidas y los motores, termina los últimos paquetes, se asegura de tener el sobre en el bolso y se dirige a la salida. Dentro sólo se oye el eco de un teléfono al que nadie responderá.

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