lunes, 30 de noviembre de 2009

Necesidades: La compra.


Este relato lo escribí hace tiempo, es resultado de una broma con una amiguísima, gracias "Vieja" por esas risas y momentos en la isla. Por cierto, la historia no es apta para cardíacos:

"Sólo era un fin de semana resumido. Su marido tenía la obligada imposición de asistir a aquel petulante congreso de “Diseño de muebles” en la capital europea, Bruselas. Cogía el avión el viernes, volvía el domingo. Al despedirse le habló de la pesadez que le provocaría escuchar a los empresarios, todos europeos egocéntricos llenos de nuevos ideas; ideas tan acuciantes como el movimiento rotatorio de la Tierra.

- Si te aburres mucho me llamas y te cuento mi jornada en el vivero. Voy a aprovechar tu ausencia para hacer una buena limpieza en la cocina. Además por las noches beberé güisqui y veré películas guarras a tu salud –su mujer le soltó un beso sonoro y sincero entre risitas maliciosas.

- ¿Serías capaz de ver una sin mí? Al menos que no sea de las nuevas, que esas quiero disfrutarlas contigo. Nos vemos pasado mañana - cerró la puerta. Sintió sus pasos alejarse por la acera.

Como había comunicado a su marido, Sara comenzó a trabajar en el vivero, a las 13 horas ya había terminado y volvía a casa. Poco después se encontraba en la cocina, trajinando los muebles, mudando ollas, trasladando cubiertos, desnudando el frigorífico desenchufado; en fin, haciendo tiempo para no caer en la cuenta de que la casa estaba demasiado silenciosa, pulcra y vacía. Sus nervios estaban a flor de piel, no paraba de moverse de un sitio a otro, una ardilla en pleno incendio. Por la tarde charlaron un rato por teléfono.

- Sí, todo bien. Hay varios españoles, ya he hablado con ellos, esta vez no ha habido ninguna trifulca entre nosotros, ni siquiera nos ponemos verdes los unos a los otros. Parece que el complejo de Caín y Abel comienza a desmoronarse.- Él la ponía al día de los sucesos acontecidos en las reuniones y conversaciones de su jornada por Bélgica. Ella le insinuó abiertamente el hueco que su ausencia le creaba en el interior.

- Me alegro de que este año te relaciones con nuestros compatriotas. Yo sin embargo he de comunicarte un descubrimiento que he hecho hoy mientras repasaba la cocina: esta casa es para dos, estar aquí sola es como vivir en ausencia del todo – palabras tranquilizadoras traspasaban las ondas. Besos y abrazos a distancia que ambos enviaban sin sentir el acuse de recibo.

Tanta actividad en la cocina dejó a Sara llena de sudor, muy sucia; así que decidió darse un premio: un baño espumoso y un Chiva con hielo en su mano derecha. Ordenó sus pensamientos: “comprar Chiva, preparar el baño y disfrutar relajadamente de mi solitario sábado noche”. Estando en el supermercado recordó varias cosas más que necesitaría.

“No tenemos preservativos, mañana llega del congreso, así que querremos fiesta, cogeré una caja de doce. El Chiva, mi autorregalo por supuesto. ¿Olvido algo? Ah, la lejía, si mañana quiero continuar limpiando, necesito la lejía. ¿Qué más? Unos plátanos, me encanta el plátano frito para el desayuno”

Pasó por caja: el güisqui, los preservativos, los plátanos y la lejía. Al pagar notó que la cajera se reía, una risita interna que intentaba esconder tras una cara seria. Sara preguntó sin vacilar.

- ¿Ocurre algo?

- No, sólo que… con lo que ha comprado, ya ve… se me vino a la cabeza que…menuda juerga que…se va a pegar usted esta noche, ¿no? – a Sara le dio por reír a carcajadas, de esas carcajadas grotescas que a los niños pequeños da miedo.

- No, no creo que me pegue tal fiesta, mi marido no vuelve hasta mañana – ella tomó el cambio.

- Entonces con más razón – contestó la cajera. Ambas rieron al unísono.


Al volver, en el coche, le dio vueltas en su cabeza al incidente. Le hacía gracia la conclusión tan básica a la que la cajera había llegado. Calibró de simpática e imaginativa a la dependienta, además de valiente al decir exactamente lo que le había pasado por la mente. Aparcó, paró el motor. Subió las bolsas con la prisa de un vendaval.

Con movimientos automáticos pero quietos preparó todo; la bañera con agua casi ardiendo y espumeante, la música con baladas de Leonard Cohen, dos plátanos como cena en un plato y un vaso rebosante del alcohol al que no estaba acostumbrada. Apagó las luces dejando unas velitas como única iluminación. Sus ojos tardaron unos segundos hasta acostumbrarse a las sombras. Se desnudó delante del espejo, su mirada la recorrió; piernas duras, caderas prominentes, pechos aún tersos, piel todavía suave. Brindó acercando la copa hacía su otro yo. Se sonrojó ante su propia voluptuosidad “Por mis cuarenta y dos tan bien llevados”. Ya sumergida, despellejó uno de los plátanos, lo fue mordisqueando entre sorbo y sorbo de güisqui. Relajación de todos sus miembros, de nuevo en el vientre materno. Se sirvió dos copas más. La música la acariciaba. Sus párpados posados. Así comenzó; llevó sus manos de excursión por su cuerpo, sus pezones se doblaron al roce de las yemas. Sus dedos registraron el ombligo con el respectivo saco de cosquillas. Llegaron hasta la entrepierna, se mordió el labio inferior con los dientes. Se posaron en su interior de forma tan suave y lenta que se le escapó un gemido de placer antes contenido. La humedad era mezcla, agua y sustancia; abrió los ojos, no se avergonzaba. Gozaba viéndose a si misma en tal estado. Reflexionando tanto como un adolescente, cogió el plátano que había dejado en el borde de la bañera sin pelar. Con sus dedos creó el acceso ya dilatado de por sí, lo presionó poco a poco, meneándolo de lado a lado, en círculo, excitada reventó de placer. Cuando aquello terminó se quedó paralizada con el plátano en la mano.

La broma de la cajera había resurgido entre la espuma."


2 comentarios:

César dijo...

...necesito un whisky.

Recuerdos perdidos dijo...

Mientras sólo sea uno.
Saludos.