domingo, 29 de noviembre de 2009

Necesidades: Traspasando fronteras


En una carretera que unía dos nadas, dos pequeños pueblos de Murcia, allí se encontraba la gasolinera. El resto era una alfombra de pitas y cactus. Cuando el viento soplaba el azul del cielo se volvía marrón espeso, un lugar en el que poder tocar el aire, incluso masticarlo. La gasolinera, además de ser el único punto de la zona para repostar, disponía de una minitienda, cafetería y baños. Por aquellos lares, los viajeros que asomaban, que no eran muchos, algún alemán perdido de su ruta costera, quedaban impactados por el lugar.

Fuera todo parecía viejo: coches abandonados se apilaban a un lado, sillas de plástico llenas de mugre, el polvo se acumulaba en los cristales, las bombillas habían dejado de ser blancas para ser grises; todo anunciaba un interior caótico a los nuevos ojos. Cuando el cliente entraba en la gasolinera quedaba mudo, primero notaba el cambio de temperatura, unos ocho grados menos que en el exterior cosa que todos agradecían; al minuto contemplaba repisas repletas de productos recién salidos del horno, todos colocados con un orden desmedido y sin una mota de polvo. Cuando tomaban un café descubrían que de fondo se escuchaba música clásica, siempre un piano o un violín. Con estas impresiones tan gratas los visitantes solían quedarse más tiempo del planificado dentro del negocio, aprovechaban para ir al baño, leer el periódico, mirar de nuevo el mapa, tomar un bocado y charlar con el encargado, que además hacía las veces de cocinero, camarero, cajero y limpiador; toda una gama de habilidades en un solo hombre.

Francisco era de origen gallego, la mayor parte de su vida la había pasado entre Londres y Milán por lo que tenía familia materna en ambas ciudades, esa vida tan nómada le proporcionó grandes capacidades; hablaba cuatro idiomas y si oía durante una semana otra lengua la aprendía enseguida; no se alteraba por nada, sabía por experiencia que las cosas siempre se podían arreglar, y era un ser huraño por naturaleza pero sociable si la vida se lo exigía. Un ser que aprendió a disfrutar las horas vacías que le proporcionaba su oficio para aprender cosas del mundo; algunas veces las aprendía de los visitantes y otras de los libros que devoraba delante de la caja registradora, tenía “hambre” pero no quería moverse de aquel fantasmagórico lugar.

- Mister, please, ¿road to Murcia? –, claro estaba que eran ingleses, una parejita veinteañera, las caras llenas de polvo, sudados y el mapa manoseado.

- Tomen la carretera a la derecha –, Francisco elevó la voz, aunque sabía inglés a la perfección no le apetecía ponerles las cosas fáciles, disfrutaba viendo la cara de desconcierto que ponían los ingleses cuando uno mostraba el desconocimiento total de su santísimo idioma- derecha…okay? –, además éstos eran jóvenes, de la nueva Europa y no sabían nada de español, a eso se sumaba que acababan de interrumpir su grata lectura sobre “Jardinería para principiantes”- ¿han comprendido? –, se miraban el uno al otro, no les quedaba más remedio que contentarse.

Como tantos otros visitantes aprovecharon para ir al baño, tomar un refresco bien frío y divagar entre los productos de los expositores, comida, libros, revistas y guías turísticas. En ese momento llegó el propietario de unas cuantas fincas de la zona, Manolo, hombre bajito, regordete y de ojos saltones que siempre llegaba con las camisas llenas de sudor y los pantalones de tierra. En sus propiedades cultivaba cítricos y viñedos, tenía 30 trabajadores a sus órdenes y era uno de los conversadores favoritos de Francisco. Manolo le parecía un gran narrador, siempre tenía alguna historia que contarle, utilizaba un lenguaje plástico y unos gestos tan desmedidos que embaucaba a cualquier oyente. Pero esta vez Manolo no venía con muchas ganas de parlamentar:

- ¡¡¡Dios mío!!! Esto sólo me puede pasar a mí, ¡qué mala suerte la mía! Anda Francisco, déjeme las llaves que me limpie un poco –, los guiris hicieron mutis enseguida, mientras, Manolo se dirigía al baño dejando un rastro de sangre desde la caja registradora. A la vuelta no le quedaba ni una mancha roja por ningún lado.

- ¿Qué? ¿Estoy limpio? –, sonreía girándose sobre sí mismo.

- Ni rastro de sangre, pero explícame, ¿a quién te has cargado? –. Francisco puso dos cervezas frescas sobre el mostrador.

- No creas, cualquier día de estos me cargo a uno, tengo unos cuantos nombres en la cabeza, por ahora me conformo con el perro que acabo de atropellar en la carretera, el muy zoquete se me cruzó -. Una pausa para calmar la sed, Francisco lo interroga con la mirada, espera alguna explicación más-. ¡No me mires así, melón!, que no acaba ahí la cosa. Me bajo para echarlo al arcén y no dejarlo en la carretera, estaba a unos 4 metros; cuando me acerco me encuentro un bulto marrón y negro agonizando con las tripas fuera y un ojo colgando. Tuvo que ser un bonito Pastor Alemán, tenía hasta un lazo rosa –, otro sorbo, ahora se pone tenso, enciende un cigarrillo-. Al final he tenido que coger y atizarle varios golpes con un palo que tenía en el maletero. No iba a dejarlo allí sufriendo con este calor, con la sed y perdiendo sangre. El resultado ha sido salpicones en la ropa.

Cuando Manolo termina el relato, entra de nuevo la parejita de ingleses, estaban más pálidos que antes, se acercan a Francisco.

- Excuse me, Mister, ¿have you seen one dog near here? -, la chica coge una revista, la abre y señala un perro, su voz tiembla, sus ojos buscan una esperanza –. Like this one but with a pink ribbon.

- No, no. Sorry -, Francisco mueve la cabeza, negando, inalterable. Sabe que el animal por el que preguntan ya ha pasado a mejor vida. Se marchan, despacio.

Antes de salir, Francisco logra escuchar como él intenta calmarla: “She has to be near here, we’re going to find her. Take it easy!”

- ¿Qué te han dicho esos guiris?- Manolo lo sacó de su ensimismamiento.

- Buscan el camping de San Javier, les he dicho que por aquí no está –, durante la tarde Manolo se tomó unas cuantas cervezas en la gasolinera, el olor a carne muerta se había introducido en su nariz y aquel lazo rosa estaba en su cabeza paseándose a su antojo.

Por la noche Francisco decidió quedarse en la gasolinera, no le apetecía hacer los 30 Km. de coche que había hasta casa. “Tengo comida, libros y un sofá en la trastienda, ¿qué más necesito?”. Se sentó en el mostrador con un ejemplar de cocina hindú. Era más o menos media noche cuando oyó un ruido fuera, no muy lejano. Se repitió varias veces, como golpes secos, una y otra vez, y el eco de unos alaridos, parecían de una bestia. Se levantó con una linterna, a esas horas fuera no se vería absolutamente nada, su paso era lento. En el exterior volvió a escuchar el mismo sonido, lo siguió. Caminó quinientos metros en paralelo a la carretera, el pelo erizado y el corazón bombeando con más fuerza cada vez. Al principio era un bulto, “¿Será el Pastor Alemán?”, cuando acercó la linterna descubrió el cuerpo de una mujer, la sangre la cubría por completo, se agachó y la oyó decir: “No me dejes así, termina lo que has empezado”. Se sobresaltó y se despertó, se había quedado dormido en el mostrador sobre su libro de cocina, todo había sido un mal sueño, tan malo que estaba sudando. “Mira por donde voy a tener pesadillas por culpa del perro de los turistas ésos”.

Al día siguiente el viento no dejó de soplar. La tierra tomó el paisaje y pocos fueron los visitantes de la jornada, unos cuantos camioneros y gente del pueblo más cercano. Terminó su libro de cocina y tomó otro nuevo, “Jardinería para avanzados”. Mientras estaba en ello llegó una visita habitual, la policía. Eran Luis y Roberto, solían ir por allí a comerse unos buenos bocadillos y comentar los partidos del último fin de semana, él siempre los escuchaba atento. Pero esta vez notó un cariz diferente:

- Buenas Francisco, pon dos cervezas –, antes de servirlas quiso aclarar todo.

- Si venís por lo del perro de los ingleses esos del otro día...-, ambos pusieron cara de no saber nada -, pero..., ¿no venís por eso?

- Para el carro Francisco, no sabemos de qué ingleses ni de qué perro nos estás hablando. Venimos a por la cervecilla de siempre y a poner estos carteles, es de una mujer del pueblo, la estamos buscando –. Ante él vio la fotografía de una señora de 40 años, castaña, ojos brillantes, sonreía. Debajo en grandes letras estaba escrito “SE BUSCA” y el teléfono de la policía. Fue a por las cervezas mientras seguían contándole el caso –. Desapareció ayer tarde, iba a visitar la huerta de sus padres, los Conejeros; ¿sabes?, es ésa que está a las afueras saliendo por la nacional en esta dirección; la última persona que la vio fue el Manolo, el de los cítricos, dice que al salir de aquí la vio caminando al borde de la carretera, no le llamó la atención porque ya la había visto varias veces hacer el camino.

- ¿La has visto por aquí? –, sin quitar ojo de la fotografía quedó pensativo, “¿de qué conozco a esta mujer?”.

- Por aquí ayer pasó una pareja de ingleses y el Manolo, pero no esta muchacha. Colocad los carteles en la puerta de la entrada, estarán más visibles para todo el mundo. Es realmente una tragedia que desaparezca, ¿puede haberse marchado por cuenta propia? Sin decir nada a nadie.

- Todo en esta vida puede ser. Pero en un principio no parece que sea ese el caso-, los dos se levantaron y se despidieron.

Al cerrar la puerta Francisco recordó, “La chica desaparecida estuvo en mis sueños anoche”, salió y miró con más atención la fotografía. “No hay duda, es la misma mujer”. Durante esa tarde limpió la cocina, colocó las estanterías y ordenó el almacén, trajinando relajaba los nervios que por primera vez en su vida afloraron sin control ninguno. “¿Qué le voy a decir a la policía?, ¿que la mujer que buscan me visitó en un sueño y que estaba llena de sangre? Me tomarán por un loco” Estas dudas atormentaron la cabeza del pobre, tanto que no pudo concentrarse en su lectura. Así que atenuó su malestar con unas copitas de licor, se sentó en el sofá de la trastienda con el periódico y estando un poco más sereno consiguió leer la noticia en la que hablaban de la desaparición de una tal Laura. Era similar a cualquier otra noticia de las mismas características, “extrañas circunstancias”, “ningún sospechoso o testigo”, “sigue la investigación”, “todo el pueblo volcado”, etc. Despertó por el ruido que hizo la copa al caer al suelo. Era media noche, cogió el automóvil y se fue a casa.

A la mañana siguiente se alegró, había dormido como una marmota. Ese día puso en práctica lo aprendido en el libro de cocina hindú. Como era domingo no habría mucho lío en la gasolinera, podría prepararlo en la cocina del bar. Invitó a Manolo, siempre apreciaba su compañía. Preparó todos los ingredientes, algunos no los pudo encontrar en ningún sitio. Con su delantal inmaculado y el libro apoyado en la pared comenzó a preparar el “Arroz vella appam” y el “Balti de pescado con salsa de coco”. Sobre las dos de la tarde llegó el invitado con una botella de vino de su propia cosecha.

- Eso huele muy bien -, Manolo parecía un globo inflándose al olfatear la comida desde el otro lado de la barra. Pasaron la tarde entre copas de vino, chascarrillos de años pasados, chismes del pueblo y chistes descomunalmente malos. Podría decirse que era una sobremesa entre amigos algo achispados por el vino.

- Sabes, últimamente no duermo bien, creo que es desde que atropellé a aquel perro. Extraño, ¿verdad? –, Francisco puso una mueca de aflicción, “¿por qué tiene que sacar ese tema tan desagradable a relucir?, con lo bien que lo estamos pasando”.

Después de aquel comentario ya no pudo seguir riendo, ni escuchando historias, recogió la mesa e invitó cortésmente a Manolo a marcharse.

- He olvidado que tengo que terminar con el albarán de pedidos del mes pasado, mejor será que marches, ya te veo otro día –, “he sido demasiado brusco con él” – En serio, acabo de acordarme, ya sabes que mi jefe no perdona.

- No te preocupes hombre, mañana por la noche te invito yo a mi casa a cenar-, se levantó y se alejó tambaleándose.

Quedó solo y se tumbó en el sofá, de pronto volvió a escuchar el terrible sonido y los gemidos. Se vio a sí mismo cogiendo la linterna y salir al exterior. Era una noche con luna llena. La claridad inundaba aquel semidesierto. Al salir se encontró con la mujer desaparecida en pie, lo miraba fijamente, estaba vestida y llena de sangre, un lazo rosa rodeaba su cuello; se acercó a él lentamente y le susurró algo al oído. Al día siguiente despertó en el sofá de la gasolinera con un incipiente dolor de cabeza y un vago recuerdo de la pesadilla vivida. Tomó un café, poco a poco volvieron las imágenes, se acercó a la puerta de la gasolinera a ver la fotografía de la mujer desaparecida, comprobó que era la misma que esa noche lo había visitado en sueños. “Pero, ¿qué fue lo que me dijo Laura cuando se me acercó?, es algo importante, estoy seguro”. Así pasó todo el día en la gasolinera, limpiando, preparando bocadillos y leyendo algo. Por la tarde el calor era sofocante, dio más potencia al ventilador, en ese instante se acordó literalmente de las palabras que escuchó: “Los ingleses hicieron conmigo como Manolo con su perra”. Vaya con mi inconsciente, ha mezclado los sucesos de estos días en un desagradable cóctel. Menudas historias se monta mi cabecita ella sola.

Por la noche fue a casa de Manolo a cenar, eso siempre causaba furor en Francisco. Las razones de esa alegría eran los ibéricos de bellota y el buen vino con que su amigo solía obsequiarle. La velada fue tranquila, hablaron de los precios del mercado, de insecticidas; a ratos el silencio se hacía un hueco. A ellos no les incordiaba, más bien agradecían esos pequeños espacios de tiempo en los que miraban sus copas y escuchaban la televisión del vecino retumbar en la pared. Todo transcurría como tantas otras noches.

- Por cierto, ayer busqué el cadáver del perro, me sentía algo angustiado por haberlo dejado allí en la cuneta después de rematarlo, quería enterrarlo, ya sabes, soy un poco supersticioso –, hace una pausa, está sentado en el sofá, su voz suena solemne – Iba con mi pala preparada para hacer un buen agujero. Pero resulta que cuando llego el cuerpo no está. “Increíble” pensé, “¿quién diantres se ha molestado en llevárselo?”-, se levanta y coge un cigarrillo que no enciende – Entonces me vuelvo al coche, levanto la vista y veo un pequeño montículo de tierra con una cruz, si vieras mi cara de idiota –, se pasea de un lado al otro de la habitación - ¿quién crees que enterró a aquel animal?

- Ni idea -, Francisco sabe muy bien que pudieron ser los mismos dueños, aquella parejita de ingleses veinteañera, pero no siente que sea necesario informar de ello a Manolo – Seguramente haya sido un alma caritativa que va por ahí enterrando animales atropellados en carreteras –, se sonríe ante su propia ocurrencia, Manolo lo traspasa con la mirada mientras echa un ojo al reloj.

- ¡Déjate de tonterías! Ya son las 3 de la madrugada. Será mejor que te marches, mañana trabajamos los dos –. Francisco se despide. En el coche el miedo y el malestar de Manolo le causa risa, “¡Qué tierno es este hombre! Se preocupa por un animalucho muerto”. A las siete tenía que abrir la gasolinera así que decidió dormir allí. Cuando sólo quedaban quinientos metros para llegar vio unas luces en la carretera, al pasar se paró, reconoció a Luis y Roberto, los dos policías, estaban pidiendo una patrulla por radio. Bajó del coche, el corazón le empezó a latir con fuerza, “¿Qué me está ocurriendo?”.

- Buenas, ¿qué hacéis por aquí a estas horas? –, le sorprendió las caras de ambos, estaban blancos.

- ¿Ves aquel árbol? –, Francisco asintió con un movimiento enérgico – pues acabamos de encontrar el cuerpo de Laura, está allí; llevará unos dos días, parece como si un coche le hubiese pasado encima y después la hubiesen molido a palos, estábamos haciendo una batida buscándola y… -, ya no oyó nada más, estaba mareado, vomitó sobre el asfalto, las palabras del sueño se repitieron en su cabeza.

“Los ingleses hicieron conmigo como Manolo con su perra”


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta. Que sepas que hay algo muy canario en tu relato, como de paisaje volcánico.

Recuerdos perdidos dijo...

Tanto tiempo en las islas, algunas imágenes y vivencias quedan grabadas.