lunes, 3 de diciembre de 2012

Necesidades: Al final...

Venecia
Su princesa estaba detrás de alguna de esas ventanas, era la prueba final, después de haber cruzado el desierto, luchado con monstruos, comido serpientes, dormido bajo las estrellas. Después de pisar países, algunos inhóspitos con pobladores hostiles que no lo entendían, otros más acogedores que hacían de la estancia un placer. Después de buscar en mapas, cruzar mares verdes y amarillos, evitar volcanes y tormentas de hielo. Después de todo eso allí estaba él. Se quedó sentado sin poder decidir qué puerta elegir. No podía equivocarse, tanto batallar y al fin llegó el momento esperado. Pasaron horas, miraba con cuidado cada una de ellas cambiando de lugar. Quizás haya una pista y no he sido capaz de verla, se decía mientras se movía nervioso. Podría ser aquella ventana amarilla de la derecha, sí, puede ser, ¿una princesa debe vivir tras el color dorado? ¿Y las de madera? Si fuera alguna de madera debería ser la más cuidada y mejor pintada.Andaba en estos pensamientos cuando un vendedor ambulante pasó por su lado e intentó negociar con él unas pieles que decía eran de oso, conversaron unos minutos en los que pudo saber que aquella ciudad tenía las murallas más bonitas del mundo y un puerto en el que vendían el pescado más exquisito del país. Como todavía era temprano y no sabía qué puerta elegir se dirigió al puerto, comió algo y se mezcló con las gentes del lugar. Conoció a unos marineros muy toscos y rudos que tenían el cuerpo lleno de tatuajes y jugaban a las cartas mientras bebían sin parar. Hablaban de un capitán obtuso que abusaba del poder, un tirano sin cabeza ni pies. Pasó la noche con ellos. Al amanecer volvió a las ventanas y su dilema seguía sin resolver. Así pasaron los días y veinte años después todavía no había llamado a ninguna de las puertas, mientras se decidía aprendió el oficio del mar y montó una pequeña empresa de pesca y venta en el pueblo. Conoció a los vecinos y sus tradiciones. Ahora, cada mañana, antes de ir a trabajar se para cinco minutos frente a las ventanas, las mira y sonríe al ver a un chicho joven con cara de indeciso.

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