lunes, 7 de enero de 2013

Necesidades: Pretérito presente I y II



Es el chocolate el que no me deja dormir, o la ensalada, quizás la ensalada, alguna vez alguien me comentó que comer manzana antes de dormir no era bueno, que lo espabilaba a uno, que tenía un tipo de estimulante. Esta noche no he comido ninguna de esas tres cosas pensando que así podría llegar antes el sueño, incluso pasé del té de la tarde, no fuera a ser que luego la teína me jugase una mala pasada justo al meterme en la cama. Pero ya son más de las doce y llevo una hora buscando la postura, ora la almohada me sobra ora la necesito justo debajo del cuello.
Ella también hacía lo mismo, Paula, mi madre, la que pasó a la historia de las historias, personaje principal y casi mágico. Sí, ella solía mover la almohada unas cuantas veces antes de encontrarse a gusto, entonces me agarraba y me contaba al oído, en forma de susurro, el cuento de la bruja medio mala. Nunca llegaba a estar despierto hasta el final, ni tampoco llegaba al principio, a veces me quedaba a la mitad, porque su respiración, su aroma corporal me dejaba adormilado en cuestión de segundos ¿Será por eso? ¿Será que me falta esa valeriana? ¿Sentirme acunado? Basta de tonterías, con cuarenta años, si mi mujer supiera los pensamientos que corren por mi cabeza me echaba de casa de una patada en el culo al grito de "A ti te falta un hervor o ¿qué?"
Sí, algo así gritó mi padre a Paula, algo así que con los años conseguí borrar. Vivir con el hueco que ella dejó y mi padre fue un infierno. Paula, amada Paula, siempre sonriente, siempre alegre, te tocó de pareja un ogro y escapaste, pies en polvorosa, tu melena, tus ojos sinceros, esa sonrisa aquel día, me abrazaste, me diste un beso y sonriente, siempre sonriente, me dijiste que me cuidara, que cuidara del ogro, que la bruja medio mala tenía que ir a hacer nuevas pócimas. Yo no entendí nada, con seis años eso no se entiende, me enfadé con el ogro, lo culpé de tu huída, pero nunca pude mostrarle nada, papá era tan frío que hasta Lucita, la cocinera, intentaba siempre salir media hora antes de que llegase él para no tener que cruzar ni unas buenas tardes.
Esto no soluciona que sea casi la una de la madrugada, no soluciona que mañana tenga que levantarme a las siete para ir a trabajar con ojeras, no, Paula, no, papá. Ninguno de los dos vais a estar mañana diez horas en ese edificio haciendo máquinas que harán otras máquinas, y a su vez éstas harán máquinas que por objetivo tendrán hacer más inútil al ser humano y menos humano al que se encarga de sacar la materia prima para esas máquinas en esos terceros países. Máquinas, papá, máquinas, Paula, el niño salió informático, y después que si diseño de máquinas, y un máster por aquí y otro por allá, y ya está, trabajo, dinero y amor. Lo que cualquiera necesita para triunfar. Triunfar, ¿¡¡qué narices!!? Lo que yo necesito es dormir, como dormía en tus brazos, un sueño profundo, tranquilo. Sí, la bruja medio mala del cuento se parecía a ti, mamá, por eso me gustaba tanto que cada noche me contases sus historias, recorría medio mundo, a veces haciendo pócimas buenas, otras metiendo la pata, sí, era tu otro yo, a través de ella te desnudaste ante tu hijo, medio mala, medio mala,...Nadie podía pararte, nadie podía haber parado ese espíritu aventurero, por eso marchaste, yo no lo entendí entonces, me di cuenta después con el paso de los años, comprendí el porqué no quisiste decirme que marchabas, que me abandonabas, porque hubiese bastado una frase mía con unas lágrimas y te habrías quedado para siempre, para siempre, siempre, amarrada a él, al ogro. Me enfadé mucho, contigo, con el ogro, con los dos, la rabia la llevo dentro, no pude gritarle al ogro, ni llorarte a ti, décadas de rabia y pena. No es la manzana, no, ni el chocolate, es la rabia ¿verdad? Es ella la que me hace dar vueltas en la cama como un capullo, perdido en cuentos de infancia que quedaron en eso, cuentos. Dan las dos, ella, mi mujer, respira profundamente, ella, dulce, caliente, la única que me da realmente el pan de cada día, rico cuando ella quiere, amargo cuando no nos entendemos. Pero trabajando diez horas al día, ¿cómo puedo pedirle más? A veces me mira y suspira, me da miedo cuando hace eso, parece que echa algo en falta, algo que antes teníamos, cuando nos conocimos en la universidad, estudiantes, locos por llegar lejos y alto ¿Cuánto hace? ¿Veinticinco años? En todas esas horas nos ha dado tiempo a pelearnos y reconciliarnos, y volver a pelear y volver a reconciliarnos, y terminar la carrera y hacer el máster y el doctorado e hipotecarnos. Me da miedo perderla, ella cada noche me cuenta un cuento, sin palabras, con caricias, besos y silencios, me da miedo, me gustaría que me contase qué es eso que echa en falta, pero y si yo no pudiese dárselo, ¿qué pasaría? Me da miedo, por eso no pregunto, soy un cobarde mamá, pariste un cobarde.
El ogro no lo era, recuerdo como se encaraba ante cualquiera, implacable, robusto, valiente, todos en el pueblo lo respetaban, por miedo, Paula, todos le tenían miedo, él valiente, el resto unos cobardes, incluido yo, diciendo a todo que sí, sin musitar. Menos mal que cumplí los dieciocho, la libertad, me decidí por las máquinas, no porque me gustasen no, me decidí porque la universidad que estaba al otro lado del país era esa, la de las máquinas, lejos del ogro, casi a mil kilómetros. Supe esperar mi momento. Nunca más lo volví a ver, la rabia, Paula, la rabia me alejó de él, seguí estudiando, muy atareado, me mantuve siempre en proyectos para no tener que volver a verle la cara. Adiós, ogro, adiós.
Déjame de una vez, quiero dormir, que van a dar las cuatro, hace años que te dejé en el pueblo, ni una lágrima ni un beso el día que marché a estudiar, ni un abrazo, ni una palabra de aprobación y apoyo en toda mi niñez, ogro, que siempre lo fuiste. Aquel día te recuerdo verde, la cara verde, no la tenías verde, pero mi memoria te la pinta verde porque así son los ogros de mis cuentos. Lucita, la pobre, llorando, dándome abrazos, "que comas bien, mi niño, que tengas cuidado, ¿a ver quién se va a encargar de hacerte buenos guisos?..." Después el bus de línea, Lucita limpiándose las lágrimas con un pañuelo mojado moviendo la mano, adiós, adiós, y tú allí, en pie, con la cara verde, como si  nada. El pueblo ya eran manchas blancas cuando empecé a llorar y eché de menos a Lucita y a sus platos, y los coscorrones que me daba cuando llegaba con alguna herida en las rodillas, y sus cuidados cuando caía enfermo. Sí, Paula, mamá, Paula, sí, Lucita también fue una medio bruja, medio mala, no me acunaba, no me contaba ese cuento, pero tuvo detalles cariñosos que de alguna forma compensaron tu vacío. Al poco la ciudad me invadió, los ruidos, los coches, las luces, libros, apuntes, horas de estudio, alguna carta del ogro a la que contestaba mensualmente dando datos objetivos de mi nueva vida, "la comida bien, la ciudad es algo fría, los profesores de lo mejor,...", muchas cartas a Lucita en las que la hacía partícipe de mi vida subjetiva. La mujer se esforzaba, todavía guardo esas cartas de caligrafía inestable y  faltas de ortografía, llenas de luz, de alegría, Lucita, ¿qué será de ti ahora? ¿Seguirás viva, Lucita? Lucita, luz, sol, raíz, la única del pueblo que me quedaba. Paula tendrías que conocer a Lucita, te habría consolado, ¿dónde estarás? ¿Dónde fuiste, bruja? El ogro se fue, murió la semana pasada, me avisó un notario, la casa es mía, Paula, es decir tuya, podríamos ir allí y enterrar lo malo, mamá, y quedarnos con el cuento de la bruja medio mala a la mitad. Se lo encontró el cartero, un paquete urgente y nadie respondía, se asomó a la ventana y lo vio allí tirado, un ataque al corazón dicen, pero si él nunca lo tuvo. Los médicos no saben lo que dicen, los ogros no tienen corazón. Desde entonces no duermo, la rabia pasa a pena, el pasado se hace presente, iré al pueblo, iré esta semana y terminaré con el pasado, buscaré a Lucita, o lo que quede de ella, limpiaré la casa. Pero esta noche déjame ogro, déjame dormir.
                                                                                ***

Va en el coche viejo, el de segunda mano, el nuevo se lo quedó su mujer en la ciudad, le dijo que para un viaje tan largo que mejor se llevase el más antiguo, que mil kilómetros eran muchos para el que acababan de comprar, que el pueblo estaba donde Dios perdió el mechero y que se olvidase, que ella no pensaba acompañarlo al culo del mundo. Él ni rechistó, llevaba días sin dormir y prefirió no discutir, dijo que sí a todo, preparó la mochila y salió por la puerta de atrás no sin antes soltarle un beso a ella.Reaccíonó ante su mujer igual que cuando su padre le reprimía por alguna trastada cometida, como robar en la huerta del Severino, un viejo gritón. Todos los chiquillos del pueblo alguna vez habían intentado robar en ella, muchos lo hacían por diversión, por escuchar al viejo berrear y salir detrás de ellos garrote en mano, otros por necesidad.

 Viejo gritón, ahora deberías tener unos noventa años, seguro que naciste viejo y con garrote, y directamente de niño te dedicabas a darle caña a todos los que pasaban por tu vera. Un enano viejo gruñón, porque eras viejo y enano además de gruñón. El enano, menudas bofetadas me llevé aquel día, enano, que no fue culpa tuya, que yo no te culpo, que tú hacías el rol que te correspondía, darles caña a los niños que te robaban la paz del país de los enanos, de las calabazas, de los pimientos, de los pepinos, de los tomates, de las gallinas y los gallos que día tras día cuidabas con esmero. Solitario, viejo y gruñón, enano, tu mujer se fue al otro barrio muy joven de una neumonía, tanto que no le dio tiempo a regalarte un enanito que siguiese la estirpe de los enanos y de los garrotes y de las carreras detrás de los monstruos que te jodíamos la huerta. Sí, si mañana me encontrase contigo por el pueblo podría darte un abrazo sin miedo a un palo por aquella sandía que te robé, enano, arrugado, silencioso.

La sandía, mira que pillé la más pequeña para correr más ligero y que no me dieras alcance, pero aquel día anduviste con ojo y me cogiste de la oreja nada más empezar a andar con la fruta bajo mi brazo. Oí las risas de los demás a lo lejos, la vergüenza me daba igual, eso, la hombría, me daba igual, te lloré, te pedí que no, que enano que por favor a mi padre con aquella historia que no, que yo te ayudaría en la huerta lo que creyeses necesario, pero a él no. No sirvió de nada, llamaste a la puerta de mi casa sin soltarme la oreja ni un momento, preguntaste por Don Rafael, el ogro, Lucita, a la pobre se la cambió la cara, ella sabía lo que me esperaba. Cuando apareció el ogro, casi una hora después, te invitó a pasar, Severino, hombre, perdone usted que le haya hecho esperar, claro, ocuparse de tanta gente y tierras tiene su aquello. Enano, deja de disculparlo que no tiene perdón de Dios, que es un ogro, ¿no lo ves?Un ogro latifundista, enano minifundista, un ogro que todavía no me explico como no tocó tu país y te hizo esclavo como lo era el resto del pueblo. No se preocupe que el niño tendrá su merecido, y entonces soltó el ogro la furia y me cruzó la cara por cuatro veces, tú te quedaste frío, hombre Don Rafael, tampoco es cuestión, que sólo tiene ocho años. La jodiste enano ¿Entonces? ¿Para qué viene aquí, Severino?¿Para decirme cómo tengo que educar a este hijo de puta? El hijo de puta era yo, porque según mi padre, mi madre, Paula,  era una puta que se fue con otro, y el pobre ogro sin saber que de puta nada, que era una bruja medio mala.

Severino, te fuiste sin decir nada más, como hacían todos en el pueblo, papá, que el miedo no es respeto, que el miedo es miedo. Enano, aquel día saliste de mi casa más enano si cabe, gruñón, yo me comí después unas cuantas bofetadas más, cuatro, ocho,diez, veinte,...No sé, no lo recuerdo, perdí la cuenta, sólo recuerdo el dolor, no el físico, no, la rabia.  Y no te culpo, te lo vuelvo a repetir viejo gritón, que la siguiente vez que me pillaste robando en tu minifundio, esta vez fue un melón, fuiste más listo, o te di pena  y te apiadaste de mí, y me pusiste de castigo currar en tu huerta tres días. Pero a tu padre no le digo nada, niño, a tu padre no, y ahí descubrí que tenías corazón, o al menos parte, sí, tenías humanidad, y así, en secreto, en silencio, pasó el castigo, y los tres días se convirtieron en cuatro, en cinco, en seis, en siete, ...

"Chiquillo, que manos más sucias traes, y la ropa llena de tierra ¿En qué andarás metido? Que un señorito no puede andar así, sucio todo el día". Lucita, lista, mucho, se dio cuenta de mis manos sucias y la tierra que arrastraba siempre, así que pasó un día por tu huerta y nos pilló en plena faena con las malas hierbas, ande Severino, que digo yo que la huerta le luce mucho, que como se le ocurre poner al hijo de Don Rafael a trabajar. Y tú, enano, que de tonto no tenías nada fuiste directo, mire usted que el niño ya sabe casi todo lo que tiene que saber un hombre sobre el campo, que el niño ya sabe lo jodido que es trabajar la tierra, que así cuando herede el latifundio sabrá el sudor que vale una patata y se lo pensará más de dos veces antes de maltratar al campesino como hace su... Severino, que como entere Don Rafael lo mata a usted y al garrote. Lucita, que no te preocupes que mi padre no se va a enterar, que a mí me gusta esto de la huerta, llorando Lucita, aquello lo dije llorando, y tranquila que el resto de niños no dirá nada, que ya los he amenazado con mi padre y no dirán ni pío. Y así concluyeron que aquel sería el secreto, nuestro secreto, un pacto entre un enano minifundista y una bruja cocinera. Era verano, Lucita, feliz que fui, me lo tiré entero entre la huerta y los libros, entre la huerta y el río, entre el río y los libros. Enano, revolucionario y gruñón,  el ogro no pudo contigo.   

Pero los kilómetros sí han podido con este coche que se me para ahora en mitad del camino,  que me quedan quinientos kilómetros para llegar al pueblo todavía.Gilipollas que he sido, enano, siempre lo he sido, y ahora por hacerle caso a mi mujer, la que me da calor cuando puede, tendría que haber cogido el nuevo, aquí estoy en mitad de camino a ese pasado al que no termino de llegar nunca. Enano, una pena que no me enseñaras mecánica, con la falta que me haría ahora. Aunque la mecánica para qué, si hoy en día todas las máquinas tienen chips y microchips, hasta los coches, enano, chips de esos inteligentes que nos hacen más tontos a los humanos. Mis máquinas, con las que yo trabajo, también tienen de eso, chips y michochips, y cuanto más trabajo con ellas más convencido estoy que son ellas las que trabajan conmigo y me utilizan a su antojo. Eso no pasaba en tu huerta, allí las máquinas sí eran mecánica y nosotras las manejábamos. La grúa en media hora dicen que estará aquí, con esta calor sofocante me va a dar algo, el río, quién pudiera estar ahora al lado del río,y darse un baño y saltar de la roca del Pedroso, zambullirse en las aguas cristalinas y olvidar este sudor que recorre mi piel. Aquel verano, el de mi octavo cumpleaños, los tomates que me dabas enano, riquísimos, que me sabían a gloria, y no eran diferentes al resto, únicamente los vi crecer, los regué, los cuidé y por eso me sabían más y mejor. Si mi mujer hubiese venido, con lo que le gustan los tomates, se habría enamorado del pueblo con sólo probar tus tomates, enano. Te dejo en la huerta,Severino, que ya llega la dichosa grúa y ahora tocará pelearse con los del taller, los del seguro y con mi mujer.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso, Vaca !! Pre-cio-so !!

Erelea dijo...

Me ha gustado este relato :-)

Recuerdos perdidos dijo...

Gracias; Erelea.
Erelea, la primera parte es la publicación anterior, la del 4 de Enero (Pretérito Presente)
;)

Anonymous, sé quien eres así que no diré nada que en esta vida todo se sabe.
:)

Anónimo dijo...

Precioso.