jueves, 20 de marzo de 2014

Necesidades: La placita de atrás.

 
Plaza de la Constitución, Vilagarcía de Arousa.



     Siempre paso por la placita de atrás, me pilla de camino a todo, al trabajo, al supermercado. La placita de atrás es fea, ni siquiera es regular, el cemento la conquistó hace tiempo; los bancos de piedra pelean con el hierro forjado por incomodar al transeúnte que busque en ellos descanso.

     La placita de atrás es gris, en invierno es más gris, negra, fea, refea, más fea que los monos del parque. Una carretera ruidosa la cruza por un lateral, algunos naranjos intentan disimular la opacidad del sitio; noche y día mal iluminada, alumbrada por historias que se entrelazan. En la placita de atrás hay lugar para las gaviotas y las palomas, las unas miran con ojos golosos a las otras, cualquier despiste es bueno para atacar y llevarse una buena tajada,el pájaro grande se come al pequeño. En la placita de atrás también se mide el paso del tiempo con un reloj, uno de cuatro caras que con cien años siempre dio horas falsas en sus esferas, el único reloj que todos miran sin esperar nada a cambio.

      La placita de atrás además tiene perros, perros piojosos, simpáticos, de esos de cuerda de mimbre al cuello, de los que aguantan el frío junto a unos amos afanados en la cerveza y el vino barato, amos de la  placita de atrás, que discuten si los céntimos que les quedan les dará para otra botellita. Visten uniformados con chándals de los ochenta, pantalones de pana ajados, alguna visera;visten miradas perdidas, pasados desgarradores que ni yo misma conozco. Ciertas mañanas he visto manchas rojas oscuras surcar la placita de atrás, alguna afrenta de caballeros suele tener lugar, porque en la placita de atrás se discute con afán, con ganas, que unos tragos de más son importantes. 

Después de varios meses cruzando la placita de atrás me quedo abosorta en uno de estos señores; señor de barba profunda y ojos taciturnos, señor propietario de un carrito de la compra que arrastra por todas partes y del que no se separa nunca. Lo veo allí sentado, ora atendiendo a sus dos perros ora rebuscando algo que no encontrará en su caja de los tesoros. Observo como observa, se sonríe a solas, cosas que hace la edad; chaqueta de pana de esplendor mugriento, pantalones de algodón que conocieron mejores días, zapatillas de deporte más grises que la propia plaza. Advierto que a veces le gritan, son los otros caballeros en busca de gresca, él brama, muestra su fuerza, todo queda en eso. Los demás se tronchan a carcajadas, burlarse es algo muy dado en la placita de atrás. Lo veo mientras entra en el comedor social y discute como cada día con los monitores, que no, que no, que no puede entrar con el carro, que tiene que dejarlo en el patio, que no se preocupe que nadie se lo llevará. A veces tiene suerte y logra fumarse un pitillo, otras también, y consigue un litro de cerveza que le hace sentir todo un señor, el Señor de la placita de atrás.



4 comentarios:

Nano dijo...

Precioso. Sencillamente precioso. Nadie ha escrito algo así de esa plaza.

Ali dijo...

Y también existe la placita de delante, en la q gente vestida con modelos de tejidos caros, mantienen relaciones y conversaciones vacias.Y digo yo, cuando existira la placita de en medio.jajaja.Me encantó tu relato.Me gusta casi tanto como tu forma de trabajar.Un abrazo linda

Miguel dijo...

Muy entrañable tu descripción de la placita.
Me ha gustado.

Un beso.

Recuerdos perdidos dijo...

Gracias a los tres.
Un abrazo a los tres.