martes, 25 de marzo de 2014

Necesidades: Mañana más

Enero 2011. Procesando...

En una semana, en siete días cortos me quedé sin reloj, sin tic y sin tac. Solía tener muchos, elegantes, rudos, simpáticos, serios, de colores, opacos; los cambiaba según el día o la noche, según la ocasión, la ropa, el momento. Me encantaba tenerlos allí cerquita, sobre mi muñeca, agujas que se movían a un ritmo calculado y predefinido del destino. Poder mirarlos a cada instante, no perder un segundo del día, aprovechar cada milésima, inspirar cada "tic", espirar cada "tac". Tic, tac, tic, tac, vuelta a empezar. Todos eran precisos pero ninguno exacto, adelantados cinco minutos al tiempo real, para no llegar nunca tarde, puntualidad más que alemana. Ni siquiera en Volkswagen.

El primero cayó un lunes, era negro, aséptico, sin personalidad. La correa de plástico simplemente se rajó y fue a parar al suelo, lo sustituí por otro de color marrón con esfera dorada, efectivo, pedante y circunstancial. Nada que hacer, a las dos horas se paró, el cristal empañado, pequeñas gotitas nadaban libres y libertinas en su interior. Otra vez el tiempo se paró. Esa semana cada uno de lo relojes que pasaban por mi mano izquierda terminaban por pararse, rajarse, inundarse,...Tic, tac,tic,tac, vuelta a empezar. Casualidad o causalidad, la eterna diatriba, bromas de la vida. Caminando calle abajo al relojero fui, que seguro que le hace ilusión tener un encargo tan numeroso y provechoso, que seré la clienta del mes,  al llegar a la puerta veo que está cerrada a cal y canto y un cartel bien grande que dice cerrado por traslado, ¿a dónde?¿a dónde se habrá ido el único relojero de la ría? Me rasco la cabeza mientras veo mi cara de imbécil reflejada en el escaparate, miles de relojes están al otro lado, todos se ríen, sí, bromas de la vida, eso seguro, todos hacen "tic,tac".

Me vuelvo a casa, cabreo, pateo una lata que escupe parte de su contenido en mi pantalón, más enfado. Por la noche me revuelvo en la cama, intranquila, el reloj de la mesita de noche también empieza a atrasarse, como éste se rompa a ver quién me despierta para ir a trabajar. Vuelta, revuelta, las sábanas se enredan, sudo, sueño con un reloj de arena, perfecto, útil, provechoso.

A la mañana siguiente abro los ojos alarmada, la luz entra por la ventana, suenan unas campanas, ¡ay!, ¡Dios mío!, ¿me quedé dormida? Doy un salto, el reloj se paró a las cinco de la mañana, enciendo la radio y voilà, el locutor me da la noticia de que aún son las ocho menos cuarto. A tiempo, con tiempo, el tiempo suficiente para desayunar y darme una ducha, bendita campana, ¿campana? Será de la iglesia de atrás, será, será. Camino del trabajo veo algunos negocios abrir, la frutera descarga un camión mientras la farmacéutica fuma un cigarro, negro, tabaco negro, toso, tose, tosemos. Y sin darme cuenta ,esa primera semana, empiezo a tener de nuevo control sobre el tiempo sin necesidad del "tic,tac". Empiezo a medirlo sin pulseras de colores, sin pilas ni agujas ni volantes ni engranajes de piñón. 
Observo,observando, las rutinas se repiten, los demás me dan pistas que antes no veía. Las campanas suenan a las 7:45. La frutera descarga y la farmacéutica fuma a las 8:40. Los autobuses de línea de los colegios pasan a las 14:30. Los niños de al lado llegan corriendo a casa dando un portazo a las 15:45. La vecina ve a la novela a las 16:40. El sol se pone a las 20:00.  Mi madre me llama a las 21:00. El vecino apaga la radio a las 22:40. Ahora sí, ahora me permito ver el tiempo pasar, pasar el tiempo, pasado, presente, me quedo sin reloj, sonrío al tirar de la cisterna, las 23:30. Hora de meterse en cama, mañana vuelta a empezar.

jueves, 20 de marzo de 2014

Necesidades: La placita de atrás.

 
Plaza de la Constitución, Vilagarcía de Arousa.



     Siempre paso por la placita de atrás, me pilla de camino a todo, al trabajo, al supermercado. La placita de atrás es fea, ni siquiera es regular, el cemento la conquistó hace tiempo; los bancos de piedra pelean con el hierro forjado por incomodar al transeúnte que busque en ellos descanso.

     La placita de atrás es gris, en invierno es más gris, negra, fea, refea, más fea que los monos del parque. Una carretera ruidosa la cruza por un lateral, algunos naranjos intentan disimular la opacidad del sitio; noche y día mal iluminada, alumbrada por historias que se entrelazan. En la placita de atrás hay lugar para las gaviotas y las palomas, las unas miran con ojos golosos a las otras, cualquier despiste es bueno para atacar y llevarse una buena tajada,el pájaro grande se come al pequeño. En la placita de atrás también se mide el paso del tiempo con un reloj, uno de cuatro caras que con cien años siempre dio horas falsas en sus esferas, el único reloj que todos miran sin esperar nada a cambio.

      La placita de atrás además tiene perros, perros piojosos, simpáticos, de esos de cuerda de mimbre al cuello, de los que aguantan el frío junto a unos amos afanados en la cerveza y el vino barato, amos de la  placita de atrás, que discuten si los céntimos que les quedan les dará para otra botellita. Visten uniformados con chándals de los ochenta, pantalones de pana ajados, alguna visera;visten miradas perdidas, pasados desgarradores que ni yo misma conozco. Ciertas mañanas he visto manchas rojas oscuras surcar la placita de atrás, alguna afrenta de caballeros suele tener lugar, porque en la placita de atrás se discute con afán, con ganas, que unos tragos de más son importantes. 

Después de varios meses cruzando la placita de atrás me quedo abosorta en uno de estos señores; señor de barba profunda y ojos taciturnos, señor propietario de un carrito de la compra que arrastra por todas partes y del que no se separa nunca. Lo veo allí sentado, ora atendiendo a sus dos perros ora rebuscando algo que no encontrará en su caja de los tesoros. Observo como observa, se sonríe a solas, cosas que hace la edad; chaqueta de pana de esplendor mugriento, pantalones de algodón que conocieron mejores días, zapatillas de deporte más grises que la propia plaza. Advierto que a veces le gritan, son los otros caballeros en busca de gresca, él brama, muestra su fuerza, todo queda en eso. Los demás se tronchan a carcajadas, burlarse es algo muy dado en la placita de atrás. Lo veo mientras entra en el comedor social y discute como cada día con los monitores, que no, que no, que no puede entrar con el carro, que tiene que dejarlo en el patio, que no se preocupe que nadie se lo llevará. A veces tiene suerte y logra fumarse un pitillo, otras también, y consigue un litro de cerveza que le hace sentir todo un señor, el Señor de la placita de atrás.