sábado, 24 de marzo de 2012

Necesidades: Decorando una vida



La televisión estaba allí cuando ella llegó, el alquiler no le resultó caro. Para estar en pleno centro y tener más de doscientos años no está mal, pensó el día que el propietario se la enseñó. En ese mismo instante supo que ese sería su hogar, en unas semanas se trasladó. Necesitó sólo dos días para colocar todos sus enseres, que no eran muchos, tendía a tirar los recuerdos que el resto del mundo guarda, entradas de conciertos, guías de los países visitados, apuntes del trabajo, facturas,...Después de tantas mudanzas, de tantas ciudades recorridas, aprendió que acumular ciertas cosas hacía más trabajosa la marcha a otro lugar.

Al tercer día en su nuevo piso ya tenía claro cuales eran los puntos flacos del sitio, la ducha no cerraba bien, el termo goteaba y a veces las hormigas tomaban la cocina. Pero se hizo enseguida a ellos, se acostumbró a quedar encerrada en la ducha, a ver alguna hormiga subiendo por la pared y a vaciar de cuando en vez el cubo que había debajo del termo.

La televisión seguía allí, sobre un pequeño mueble blanco, frente al sofá del salón en el que pasaba horas leyendo todo lo que caía en sus manos. El piso daba buenas vibraciones a todo el mundo, alguien lo definió como una "casita de muñecas", a ella le encantó que lo describieran así. Hizo algunas reuniones, cenas, meriendas, poco a poco el apartamento se fue completando de diferentes energías, le gustaba llenarlo de gente, escuchar las voces, las risas. Se sentía bien, había hecho una buena elección.

A veces pensaba que podría hacer alguna variación en los muebles, pero nunca se atrevió. El cambio que más le urgía era pedirle al propietario que se llevara la televisión. Nunca la encendía y podría poner en su lugar un bonito jarrón con flores o algunos marcos con fotos. Sabía que el dueño se extrañaría, pero ya había vivido largas temporadas sin tener televisión. Nunca te echaré en falta, le repetía cuando le pasaba el trapo para quitarle el polvo acumulado.

Pasaron los meses y cada vez que veía a su casero olvidaba decirle que se llevase la pantalla. Quizás, aunque no la encienda, me haya acostumbrado al bulto, a ese bulto negro que refleja cada uno de mis movimientos en el sofá, ese bulto que aunque inerte e inactivo parece observarme. Con estos pensamientos le entró un escalofrío, sintió miedo ¿Y si fuese cierto?¿Y si ese aparato estuviera vigilando cada uno de mis movimientos? No puede ser, claro que no. De todas formas ella llamó al dueño y le comentó que si era posible que esa misma tarde se pasara a por la tele. ¿¡¡Cómo!!?¿¡¡¡Quieres que me lleve la tele!!?¿Estás segura? Mira que es una pantalla plana de las mejores. Bueno, como tú prefieras, a mí tanto me da. Y aquella tarde, al fin, vio como tres hombres se la llevaban. Cerró la puerta y suspiró tranquila, le habían quitado un peso de encima. Después limpió el mueble y cogió los álbumes de fotos del armario. Se sentó en el suelo. Seleccionó veinte, todas eran de personas que habían compartido alguna etapa de su vida, gente de las islas, de Bélgica, de Alemania, de Córdoba, de la ciudad actual, gente del pasado que se hacía presente en aquellas imágenes, gente del ahora, que aunque presente en el día a día merecía un sitio en aquel mueble.

Pasó unas semanas recorriendo tiendas de decoración, no pisó Ikea, lo detestaba, se mareaba con tanto pasillo.¿Cómo puedes perderte en el Ikea?¡¡Pero si hay flechas en el suelo que te indican el camino!!!!!, le reprochó un amigo fanático de la tienda sueca. Majo, yo puedo orientarme en una ciudad nueva y en cualquier mapa, pero Ikea es para gente de más nivel. Sin darse cuenta alargó el proceso. Buscaba uno marco concreto para cada fotografía, porque cada una de esas imágenes tenía un carácter propio y por tanto necesitaba un color, un material y un tamaño determinado. Chica, pues no parece que estás decorando el palacio de Buckingham, su amigo el fanático siempre tan ocurrente. Y así se entretuvo meses, danzando entre negocios de todo tipo, desde boutiques de las más refinadas hasta el chino más desorganizado del barrio.

El día que llegó a casa con el último marco en la mano abrió una botella de vino, encendió unas velas y se sentó frente al mueble. Mejor, así está mejor, antes sólo veía un reflejo de mí misma en una pantalla oscura que daba miedo.Ahora os veo a todos, sonrientes, en vuestras casas, con vuestros hijos y amigos, en los bares, en el campo, en la playa, con vuestras mascotas. Entonces entendió porqué nunca había guardado las entradas de los conciertos, las guías de los países visitados, los apuntes del trabajo, las facturas,...

Porque los recuerdos que nos quedarán serán aquellos que estén cerca del corazón.

jueves, 15 de marzo de 2012

Necesidades: Colibríes y tortugas


Juan no se da cuenta, sigue su rutina como si cada día fuese igual al anterior, a veces remarca un cambio de temperatura, sobre todo porque la gente comenta el calor o el frío que hace. Es un tipo esquivo que nunca mira a los ojos pero que todo el mundo respeta por sus formas y su plante, y todo el mundo admira por su capacidad de hacer treinta cosas a la vez y llevarlas a buen término.

Según su esposa Juan es hiperactivo. Se conocen desde el instituto. Ana siempre lo recuerda metido en el club de rol, en el taller de teatro o con el equipo de baloncesto del barrio. Pero al contrario de lo que ella pensó, con el tiempo Juan no dejó de hacer cosas, es más, en cuanto terminaba una empezaba otra sin dejar un momento de descanso. Ana nunca se acostumbraría a ese compás frenético pero aprendió a convivir con el biorritmo de Juan, lo toleraba y hacía lo que podía por seguir el suyo propio. Al tener energías tan dispares tuvieron que buscar un momento del día para poder sentarse juntos, hablar y hacer lo que en ese momento quisiesen ambos, es decir, un momento para la pareja. Así que instauraron por rutina, pero una rutina de las buenas, cenar semanalmente cuatro noches juntos en casa, sin televisión ni nada. En esas cenas siempre salían conversaciones interesantes, porque aunque Ana era más tranquila y hacía menos cosas, sólo trabajaba, su mente siempre estaba dando vueltas a ideas y realidades.

- Hoy he traído una botella de Ribera.-Ana se sienta ante un plato humeante de canelones que Juan ha preparado.

- ¿Y qué estamos celebrando hoy? Lo digo para saber qué decir en el brindis.- Mientras, él sirve las copas.

- Hoy cariño hago el discurso yo. Brindo por las pastelerías, las floristerías y las librerías.- Juan se ríe ante la ocurrencia de su mujer y da un sorbo a su copa.

- Bueno, bueno, ya puedes explicarme ese brindis, seguro que has elaborado una teoría nueva.- Ana se revuelve en su silla, prueba los canelones y se lanza a explicarle su descubrimiento.

- Mi teoría se podría llamar "De tortugas y colibríes" No me mires así, deja que me explique. Esta tarde, al salir de trabajar me he pasado por la librería de Hortensio. Ya sabes que me encanta ir allí, rebuscar entre los libros, perderme en los títulos y de vez en cuando hablar con él. Hoy me he parado más rato de lo normal. Estaba ojeando la estantería de plumas que tiene junto a la puerta cuando entró una mujer más o menos de mi edad. La miré al instante porque llegó como un vendaval, le dijo a Hortensio el libro que necesitaba y le pidió que se lo envolviera para regalo. La mujer no dejaba de mirar el reloj y se retorcía las manos, tenía mucha prisa. Ya sabes como es Hortensio, se toma su tiempo para ir al almacén, da conversación al cliente y envuelve los libros muy bien. Fueron unos diez minutos, no más, y la mujer no dejaba de resoplar. Él mostró los colores de papel de regalo que tenía, ella dijo que cualquiera iría bien. Hortensio lo cortó con extremo cuidado, casi mimando cada movimiento, como si estuviese acunando un niño en vez de un libro. A ella la cara le fue cambiando por segundos, al salir su rostro estaba descompuesto y cerró la puerta con gran ímpetu. Este incidente me ha llevado a la siguiente teoría, creo que hay tres lugares en los que las personas nos transformamos o en tortugas o en colibríes. Son las librerías, las floristerías y las pastelerías lugares en los que el tiempo parece ir por su cuenta, no es exactamente que el tiempo se pare, es como si tuviesen un orden propio en el que las prisas de los colibríes no existiesen o fuesen ignoradas. Este tipo de tiendas, si te das cuenta, la mayoría de las veces está regentado por personas tranquilas, apacibles,que casi como tortugas lo hacen todo muy quedamente. Y en ellas las personas que van con prisas y tienen una vida ajetreada, los colibríes, acaban bufando porque no se dan cuenta de que el tiempo se ha estancado y ni siquiera logran entender que existen personas-tortuga y lugares mágicos.

Los canelones están fríos, el vino casi vacío.