miércoles, 29 de junio de 2011

Necesidades: De pensar en no pensar





Desde aquí veo la cortina jugar con el viento, a ratos me deja ver la farola de la calle, una negra, de esas cuadradas que hay en los barrios céntricos e históricos de todas las ciudades. La farola desprende una luz anaranjada que ilumina mi habitación, las paredes rojizas se sonríen. Cuando el viento caprichoso deja de soplar pierdo de vista la calle pero no las voces de los transeúntes que sin querer me hacen conocedora de sus realidades. Para no seguir dándole vueltas a eso que lleva unos días presente, exactamente desde el día que tuve que ir al hospital porque a mi cuerpo le falta hierro y descanso, inicio un juego. Pongo atención a las voces que pasan bajo mi balcón, cierro los ojos e intento ponerles cara, ropa, hasta personalidad e historias propias.


Tumbada, sin quitar vista y oído de las cortinas, logro pintar en mi cabeza a una pareja joven que discute sobre un gato, "Te lo advertí, ahora no me vengas con problemas a mí. Ya sabes, el gato se lo devolvemos a su dueño". Es la única frase que he comprendido de todas las que se han dicho el uno al otro, hablan y caminan muy rápido, están nerviosos, sudorosos y tienen opiniones contrarias sobre qué hacer con el gato del vecino. Y es que el gato siempre se escapaba de casa del vecino, un hombre viejo, rechoncho y huraño que mataba al gato de hambre. El animal, que por ser felino instinto no le falta, en cuanto podía se plantaba en casa de Julia y Rubén dando cariño a cambio de comida. Durante seis meses la pareja se prestó al juego, hasta el día que el gato decidió no moverse de la casa, allí tenía cariño y alimento, ¿qué más podría pedirle a la vida?. El dueño ni siquiera se molestó en buscarlo, lo dio por perdido.


Al mes el gato empezó a visitar de nuevo al anciano, al principio eran visitas cortas, al poco se prolongaron con noches. Julia se preocupó, le había cogido tanto cariño al gato que ahora no sabía vivir sin él. Así que un día Julia lo atrapó y lo encerró en casa.

Esta es la historia que mi mente ha maquinado esta noche, para no pensar en eso, mientras las cortinas juegan con el viento. Una historia que no sé como termina, aunque sí he podido escuchar la última frase que Rubén le decía a Julia al pasar bajo mi balcón:


- Te lo advertí, ahora no me vengas con problemas a mí. Ya sabes, el gato se lo devolvemos a su dueño.